Un lugar donde el duelo es el pan de cada día

El Aguacate guarda una vieja y triste historia de tragedias, donde las palabras naufragio, muerte y yola, son algo muy peligroso de mencionar en las conversaciones triviales con los comunitarios.

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Helenny AmparoArenoso, Duarte, RD

Entre aquellas calles de las que solo que­dan recuerdos de lo que fue alguna vez asfalto, y sende­ros vecinales sepultados ba­jo el lodo que hay que cru­zar saltando de piedra en piedra, por falta de aceras y contenes, la comunidad El Aguacate, en Arenoso, San Francisco de Macorís, es­conde un longevo historial de viajes marítimos ilegales.

Las palabras naufragio, muerte y yola, son térmi­nos peligrosos de mencio­nar en las conversaciones triviales con los comuni­tarios, no porque estos se abstengan de continuar el diálogo, sino porque todos tienen historias que con­tar, de familiares, amigos o conocidos.

“Hace dos años…”, “yo sé de uno que está allá…”, “el hijo mío…”, “eso no es nuevo aquí…”, “no ha­ce mucho que…”. Así, con estas frases, es como co­mienzan los relatos de de­cenas de originarios de El Aguacate que han apos­tado sus vidas a la bene­volencia de las aguas del mar, para con nada más que esperanzas ayudar a empujar las débiles em­barcaciones hacia tierra firme “del otro lado del charco”.

“El hijo mío se fue ha­ce como dos años y él pu­do llegar gracias a Dios”, contó una lugareña a Lis­tín Diario, durante un re­corrido por la zona don­de residían cinco de las nueve víctimas del re­ciente viaje que zozobró en la playa de Celedonio, en Miches, el pasado 25 de noviembre.

La madre recordó que siendo su vástago menor de edad, “todos los días” le insistía en que le dejara irse.

“Yo todo el tiempo le dije que no, fue el último día, cuando lo vinieron a buscar, que yo lo dejé que se fuera”, señaló.

En medio de la con­versación con la señora, otros que escuchaban la entrevista se sumaban y aseguraban que “eso no es nuevo aquí, los viajes en yola no son de ahora”.

“En la mata (como le llaman a una de las áreas más alejada de El Agua­cate), los viajes en yo­la casi nunca fallan”, in­terrumpió uno de los comunitarios, mientras que otra aseguró que “la gente no se va a dejar de ir. Unos se van y llegan y otros no llegan”.

Yahaira, Raisa, Yanet, Alba y Heidy son cinco hijas de El Aguacate, la pequeña comunidad pe­gada a la carretera Juan Pablo II. Y las cinco bus­caban lo mismo: cambiar su suerte. Las cinco mu­rieron con el fracaso de la yola.

Donde otros vieron pe­ligro, ellas divisaron la única oportunidad de mejorar su estilo de vida y el de sus familias que hoy cuidan de los 12 ni­ños que entre todas deja­ron en la orfandad.

Todas nacieron y cre­cieron aquí, viendo como su rededor se transforma­ba de simples casitas de madera y zinc a estructu­ras de concreto. Solo las de ellas seguían sintiendo diariamente la brisa fil­trada por entre la made­ra gastada o las goteras de agua a través de agu­jeros en los techos de sus hogares.

Aunque esa comunidad quedó en duelo al perder de un solo golpe a cinco de los suyos, algunos señala­ron que en otras ocasiones las cifras de desaparecidos que terminaban asumién­dose como fallecidos, al­canzaban entre 20 y 30 personas de la misma zo­na.

En otro poblado, identifi­cado por los moradores co­mo Cova, y donde las casas se hacen cada vez más dis­tantes entre una y otra, re­saltaron que “a la gente de El Aguacate le gusta eso, el problema es que este es un pueblo al que le gusta via­jar”.

“Este es el comienzo, habrán muchas muertes”, pronosticó un señor que, además, dijo lamentar que “todas esas mujeres mu­rieran así”.

La dama junto a él aña­dió que “en un lugar donde todo el mundo se va, la gen­te de una vez dice: si llega todo el mundo, no puede ser que yo no llegue”.

Con el sol Contrario a lo que se pue­da pensar sobre las altas horas de la noche o extre­mas en la mañana, como favorables para empren­der un viaje clandestino y escabullirse de las au­toridades, este salió de El Aguacate a las 10:00 de la mañana. Una guagua re­cogió a los viajantes, in­cluyendo a las cinco mu­jeres, y fue la última vez que los parientes y alle­gados les vieron con vida.

El precio de una “vida mejor” Subirse en estas embar­caciones no sólo exige de sus pasajeros suficien­te valor para enfrentar lo incierto, también unos 30,000 pesos que asegu­ran un espacio en la yola y “si llegan”, deben com­pletar entre 285,000 y 300,000 pesos.

Cuestionar las razones por las que de El Aguacate han salido tantas personas en busca de mejores opor­tunidades, podría encon­trar respuesta en solo gi­rar la cabeza e identificar el alrededor.

Sobrevivientes Hasta el jueves 25, los or­ganismos de búsqueda ha­bían extraído del agua a 23 sobrevivientes, de los cuales, por lo menos, seis fueron trasladados al Hos­pital Municipal de Miches para recibir atención mé­dica.

Según una fuente con­sultada por este medio, cinco eran mujeres, iden­tificadas como Ana de Je­sús, de 37 años; Merce­des Cabrera, de 25; así como Denisse Ronaldo, Yahaira Hernández y Per­la Martínez; las tres de 24 años.

“Las cinco estaban es­tables... Duraron como una o dos horas recibien­do hidratación”, detalló la fuente.

De igual modo, José So­corro Espinal, de 23 años, fue ingresado por más de cuatro horas, tras presen­tar quemaduras de segun­do grado y deshidratación severa.

“Las quemaduras pudie­ron ser por la gasolina de la yola. Él fue el único que es­taba así”, destacó.

DETALLES De vuelta a tierra De acuerdo con una de las hipótesis que presen­taron las autoridades, la embarcación salió el pa­sado 25 de noviembre desde Samaná y se des­vío con dirección a Mi­ches, al encontrarse fren­te a mal tiempo.

La investigación en tor­no a los responsables del viaje ilegal está en curso desde que se conoció el frustrado viaje y aún no se ha identificado al capi­tán de la embarcación.

Una imagen conmovedora: Todos recogidos, la gente y sus casitas, en una jornada de dolor y duelo.