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Reminiscencias

La vieja escuelita y las nuevas luminarias

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Marino Vinicio Castillo R.Santo Domingo, RD

Nada favorece más la comprensión que ver de cerca las cosas. Cuando me tocó servir funciones públicas, me impulsaban convicciones fuertes en tres ámbitos: el social agrario, la corrupción público-privada y la Droga.

Traté con tres presidentes y podrán ustedes imaginarse la cantidad de vivencias que conservo.

Amigos periodistas muy consagrados me animaron a escribir, de tarde en tarde, acerca de lo que recuerde de aquellos tiempos.

Otro amigo inolvidable me había inducido a producir La Respuesta, para la lucha enconosa de la política. Quedan las Reminiscencias para este tiempo crepuscular, y la Pandemia, no obstante sus durezas, me permite hacerlo.

Traigo una del año ´80 del pasado siglo, cuando un amigo, ya desaparecido, me dijoe: “El Presidente te quiere ver”. De este modo llamaron siempre al líder legendario.

Me sorprendí, porque ya había fundado el nuevo partido, la Fuerza Nacional Progresista, apartándome de una relación de lealtad política nacida en el año ´61. Accedí a la invitación y lo encontré amable, risueño, al preguntarme: “¿Cómo han ido tus cosas?”. Muy bien, le respondí, pero usted sabe que eso es como internarse en un desierto.

Se quedó meditando, al responderme cómo se sentía después de salir del Poder: “Muy bien, es una sombra de paso y lo que más me mantuvo en él fue tratar de servirle a los campesinos nuestros; son muy pobres y han carecido de todo; de ahí mis esfuerzos, que ustedes mis amigos me ayudaran tanto, pero se necesita tener una convicción muy especial para servir a esas necesidades; tú la tienes, porque fuiste a los lugares y palpaste muy de cerca aquel drama.”

No hablamos de la inconformidad que me llevara al primer desencuentro, el 10 de diciembre de 1973, cuando me apartara de su Programa Agrario de forma airada, aduciendo que la burocracia era lenta, tortuosa, cuando no cómplice de sus peores enemigos, porque carecía de la mística de la justicia social. Ambos sentíamos que era mejor no hablar de ello, para que no sobreviniera un nuevo alejamiento, pero definitivo.

En efecto, pudimos hacer luego trabajos conjuntos entre su legendario partido y la organización nuestra recién nacida.

En el fondo, el encuentro fue motivado, porque parece que oyó lo que dijera dos días antes en la televisión, al explicar en un importante programa porqué me había ido del Programa Agrario y relatar cómo un joven dirigente de nuestro partido de Vallejuelo, San Juan, me había invitado a ir a un paraje más remoto, cuyo nombre no recuerdo, barrido por el viento del tiempo, y al llegar nos aguardaban no más de 30 personas, entre ellas una joven mujer, muy escuálida, que se presentó como la maestra del lugar.

Ofreció un testimonio desgarrador del caso de su polvorienta comunidad al cumplir con la representación de los presentes, como si fuera, si no la única, la mayor necesidad de aquel lugar de pobreza sin nombre, y dijo: “Si usted no se hubiera alejado del Presidente, talvez no nos ocurre ésto.”

Me tomó de la mano llevándome a su escuela. Era un extraño esperpento, pues lucía construida a medias, muy abandonada, sin puertas ni ventanas, ni techo interno, ni piso. Sólo los pupitres no parecían tan viejos.

Se pusieron de pie los niños y me impresionó su delgadez y la tristeza de su silencio obediente. Todos con sus camisitas rotas y desteñidas.

La maestra, con voz entrecortada, me dijo en su nombre: “Usted hubiera podido hablar con el Presidente para que ésto no se produjera; es que se empeñan mucho en los planteles y los dejan a medio talle, como éste, cuando lo necesario es saber que, ya a las diez de la mañana, todos están dormidos por el hambre y así no van a aprender. Dios no sabe perdonar esas cosas.”

Me conmoví hasta las lágrimas. Me di cuenta que no era toda la pobreza la que viera entonces como en las polvaredas de Mella, un caserío olvidado de una provincia vecina, así como en Buen Hombre, de Luperón, donde me habían mostrado una pequeña laguna, dividida en dos, para utilizarla al beber, tanto la gente como los pocos animalitos de su esperanza. Parajes desoladores, como tope de la pobreza, fueron los que me habían llevado a salir de aquel Programa, tan bien inspirado como fuera.

Al recontar en televisión esas experiencias, dije: Me fui de eso, aunque no dejé de sentir mi volcán de pasiones íntimas, redoblándome los bríos para cumplir encomiendas como aquellas, a fin de no dejar impunes las injusticias sociales que generaban todas esas privaciones amontonadas.

En fin, no sé cuál llegó a ser la suerte de aquella desventurada gente y ahora me acaba de ocurrir algo estremecedor que me ha hecho recordarla: Cuando iba para mi verde valle por Miranda, pasando por El Ranchito hasta mi pueblo, la carretera toda está alumbrada hasta el asombro y pregunté: ¿Y estas luces, en estos lugares despoblados? ¡Son arrozales!.

Alguien me dice: ”Necesitan luz, y no se sabe cuántos pueblecitos no la tienen. Ésto tiene un nombre: Corrupción; la de comprar las lámparas, aunque no desaparezcan las necesidades de los pueblos.” Me conmovió la observación y por eso hoy la refiero.

Al organizar esas vivencias que llegué a suponer dormidas, agradezco a mis amigos que me han confinado a sólo hacer reminiscencias porque pueden servir para explicar los desalientos. Es cuanto siento.

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