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¡Ni antihaitiano ni prohaitiano: dominicano!

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RAFAEL NÚÑEZSanto Domingo, RD

Quienes a lo largo de la historia pretendieron construir un relato acerca de una actitud dominicana hacia Haití fundamentada en el antihaitianismo porque somos racistas y xenófobos fracasaron estrepitosamente porque la hospitalidad es el sello de identidad propio con raíces multiculturales.

Decir lo contrario desde el lar patrio es negar la historia y negarse a sí mismo. Nuestra origen como pueblo está ligado en parte a la misma razón de ser de Haití: dos colonias saqueadas, expoliadas y mancilladas en su soberanía por el poder colonial cuando América se abría paso como continente pujante.

Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, Haití, Jamaica y todo El Caribe fuimos, y seguimos siendo, la frontera imperial, como refirió el maestro Juan Bosch en su celebrado libro de historia de la región: “De Cristóbal Colón a Fidel Castro, el Caribe Frontera Imperial”.

República Dominicana es el único país en la cuenca caribeña que su independencia, su libertad y la construcción de su propia identidad cultural se obtiene a sangre y fuego en una guerra desigual con un final glorioso no contra España, Inglaterra, Holanda, Francia o Estados Unidos, sino con el vecino Estado haitiano. El Estado y la nación dominicanos no se erigen mediante una lucha contra el poder colonial, sino en una prolongada guerra contra los haitianos. El punto de partida de la historia de ambos pueblos ni siquiera está en ese hecho- de por sí el más trascendente de la historia vernácula-sino en las razones que llevaron a España a ceder un tercio de la parte oeste de la isla a los franceses en el año 1697 mediante el tratado de Ryswick.

A lo largo de la historia, nuestros ancestros tuvieron que repeler las agresiones imperiales españolas, inglesas, francesas y las dos norteamericanas, estas dos últimas en el siglo XX. Los dominicanos, con virtudes y defectos como todo conglomerado humano, en medio de dificultades hemos sabido batallar y avanzar para llegar al punto donde nos ubicamos en el concierto de naciones libres y democráticas del mundo.

Con desafíos propios de estos países cuyo desarrollo se ve frenado para alcanzar nuevas metas en pro de una sociedad más inclusiva, democrática y civilizada, avanzamos en medio de esas dificultades. República Dominicana no ha estado estática, construyó su propia identidad cultural en medio de los más arteros de los planes coloniales, que siempre contaron con el respaldo de mentes miserables que aún pululan en la sociedad, ayer con una máscara… hoy con otra.

Después de alcanzada la independencia frente a los vecinos haitianos con una retahíla de sacrificios de aquellos prohombres, el país tuvo que rechazar innúmeros intentos de Haití por subyugar el legítimo suelo.

No hemos hecho de aquellas injustas agresiones luego de 22 años de ocupación oprobiosa, motivo de resentimiento o retaliación, salvo aquel episodio oscuro perpetrado por el dictador Rafael L Trujillo, personaje por demás de descendencia haitiana.

Salvo aquel maníaco dictador que amenazó a todos sus vecinos, República Dominicana como Estado ha exhibido un comportamiento solidario, conciliador y propiciador de soluciones a los problemas haitianos, que tienen el mismo origen que los nuestros.

Desde los inicios de la etapa democrática, el país fundado por la trilogía Juan Pablo Duarte, Matías Ramón Mella y Francisco del Rosario Sánchez asumió una posición clara con respecto a Haití: el desarrollo económico, político, social y cultural de Haití conviene a la República Dominicana.

La comunidad internacional es testigo de que los presidentes que hemos tenido en las últimas décadas han utilizado los foros presidenciales y de jefes de Estado para abogar por la intervención a favor de ese pueblo. Hemos sido testigos, por ejemplo, de presidentes dominicanos que utilizan su limitado turno ante la Asamblea General de las Naciones Unidas para reclamar mayores acciones en favor de Haití, y no porque los dominicanos no tengamos serios inconvenientes. De allá para acá no ha habido un solo líder haitiano que haya empleado esos foros con pretensiones a favor de dominicana.

Hasta Joaquín Balaguer, a quien se sindicó con una visión conservadora respecto de Haití, llegó a pedir apoyo para ese pueblo. Luego hicieron lo propio don Antonio Guzman, Leonel Fernández, Hipólito Mejía, Danilo Medina y Luis Abinader.

El presidente actual fue el más reciente. En su primera aparición en ese cónclave en el marco de 87ava.

Asamblea General de las Naciones Unidas reclamó a los países miembros poner atención al descalabro político, económico y social de esa sociedad. Y ha ido más lejos, el presidente Abinader participa activamente en gestiones junto con los presidentes de Panamá y Costa Rica para buscar salidas a favor de Haití en el marco del respeto de su soberanía e intereses nacionales.

Es incongruente y falta a la verdad decir que en el ánimo general del gobierno, los empresarios, la sociedad civil y los distintos sectores que propugnan por una solución a los males haitianos haya una visión extraviada de confrontación con Haití. Nada más absurdo y peregrino. Afirmar eso es debilitar la unidad nacional, necesaria para que República Dominicana tenga fuerza al exigir un trato humano a los haitianos.

La retórica dominicana en todos los foros ha sido de cooperación y colaboración.

República Dominicana fue el primer país en llegar después del terremoto y siempre somos los que recibimos a millones de haitianos, a sus parturientas, a los desempleados que emigran para no morirse de hambre y aquí se les da empleo. ¿De cuál xenofobia es que hablan? ¿De dónde sacan algunos cabezas huecas que el país a través de su dirigencia trata de confrontar con Haití?

Detrás de esa narrativa se esconden intereses mezquinos que azuzan para pescar en río revuelto más que en Haití- donde el río está más que revuelto-en República Dominicana.

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