Enfoque
Proteger al Presidente de su buena fe y de sus “outsiders”
La República Dominicana, con nuestros defectos, es un paradigma en el continente; cambiamos nuestra matriz económica – exitosamente - de azúcar a servicios y, la sociedad se volvió urbana y abierta, creciendo en promedio por sobre el 5% a lo largo de más de 50 años, la mayor parte de ese tiempo, sin endeudarnos y, eso se debió, con sus debilidades, a la clase política que siempre fue capaz de llegar a acuerdos en el curso de la democracia electoral.
Esa clase política desde 1966, imputada de corrupta, sobre todo Balaguer, quien como vivió, modestamente, así murió y, sus antítesis, el Dr. José Fco. Peña Gómez y Juan Bosch, extendieron su vigencia hasta finales del siglo XX, todos tuvieron partidarios firmes que mantuvieron dividido al país entre conservadores y liberales, derecha e izquierda: sólo ellos se unían por el país y por ese motivo, sus apoyos siempre fueron mayorías simples. Joaquín Balaguer varias veces presidió gobiernos legales, no legítimos, pero al final quedó altamente legitimado y su legado ampliamente aceptado.
En el presente siglo ese tipo de liderazgo desaparece, pasamos a mayorías absolutas y de una constitución liberal fuimos a la que corresponde a un Estado social y democrático de derecho y, con ello a liderazgos centristas que desde el 2004 han contado con presidentes que disfrutan de una aprobación que va más allá de sus partidarios.
Leonel Fernández del 2004 al 2012 se mantuvo entre los presidentes de mayor aprobación del continente, en el mes de su retiro, en agosto contaba con 61% y era el sexto más valorado luego de ocho años al frente del Gobierno; por igual Danilo Medina, quien en julio del 2016 llegó a colocarse como el más valorado con 83% y, sobre esa base modificó la Constitución, se repostuló y ganó con un amplio margen: Tres meses después estalló Odebrecht, el principio del fin.
La campaña continental que generó el caso de la indicada empresa brasileira que movilizó las grandes marchas en contra de la corrupción en todo el hemisferio impuso su calor en el país que entonces estaba férreamente controlado a través de los medios de comunicación a lo que se sumó – poco después - la división del PLD, fruto de la imposición del candidato Gonzalo Castillo; aun así, en julio del 2020 figuraba como el quinto presidente más valorado con un 54% según Mitofsky. Esta misma firma coloca al Presidente Luis Abinader a octubre del 2021 con un 67%, el segundo mejor valorado de América.
Lo anteriormente indicado establece que República Dominicana – en este siglo - ha tenido gobiernos legales de alta legitimidad lo que ha permitido políticas públicas – buenas o malas – de alta aceptación pública y, desde luego que eso contribuyó al clima de ambiente democrático que ha servido de base al crecimiento económico exhibido en todos los gobiernos, a pesar de las crisis en el mundo. Las administraciones de las últimas décadas respondieron al sistema de partidos como base del ejercicio democrático electoral, presentes siempre, los medios de comunicación como uno de los instrumentos de control ciudadano, empero, todavía no se había operado la transferencia de parte el poder mediático a las redes y, tampoco habíamos tenido una democracia de audiencia – como en las ciencias políticas se denomina a los gobiernos que dirigen en función de la opinión pública – siempre veleidosa.
Los partidos políticos en República Dominicana hoy son muy débiles y eso es altamente peligroso; los dos tradicionales (PRSC y PRD), están destruidos y carecen de peso específico, el antisistema, PLD, se transformó desde el 1996 en semi conservador, pero se dividió hace dos años con el sisma de Leonel al fundar la Fuerza del Pueblo, el PRM en el gobierno, surgido de una división del PRD hace unos años, carece de estructura y de experiencia, y el resto, son electoral, política y congresualmente, irrelevantes: Las grandes figuras murieron o se retiraron.
El laboratorio político de la sociedad nacional requiere preservar los atributos que no se le discuten al Presidente Abinader, a saber buenas intenciones, deseos de trabajar, honestidad personal e inteligencia, con el objeto de que este periodo transcurra, enfrentando los grandes retos dejados por la Pandemia, normalmente.
El año 2022 será difícil y durante su curso se habrán de tomar decisiones económicas importantes; fruto de la situación que vive el mundo, la reactivación económica impone realidades, no siempre buenas con el encarecimiento de productos básicos, el incremento de los precios del petróleo – y su escasez momentánea – que se transmite a todos los rubros, particularmente, a los de mayor consumo de los más pobres y, eso generará tensiones: El Presidente debe estar en control del país, sobre todo controlar a quienes en su administración, tienen su propia agenda.
En ese escenario debemos evitar que la buena fe del Presidente Abinader, controlado por dentro y por fuera por la “sociedad civil” se convierta en un riesgo para su gobierno y para la estabilidad democrática del país, socavando su imagen en los próximos y difíciles meses que vienen, cuando la oposición le enfrente en medio de la crisis global.
Aunque ya no es un novato, recordemos que los primeros años de don Antonio Guzmán fueron buenos, fue el cambio hacia la democracia y, sobre todo, hacia la libertad, los últimos, tan penosos que terminó en suicidio; los dos primeros años de Salvador Jorge Blanco – lastimado injustamente por Balaguer – fueron buenos, los últimos, pésimos desde aquel abril del FMI en el 1984 y, qué de los dos primeros años de Hipólito Mejía, que inicio las reformas institucionales, excelentes, tan buenos que modificó la Constitución para repostularse, hasta que oyó voces erradas en ocasión de la crisis bancaria y se hundió con el país. Por eso hay que cuidar los años que le quedan a Luis, un error basta para destruir un legado.