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Venezuela o la misión imposible

Sede del Sebín, primera fortaleza del poder dictatorial en Venezuela.

Sede del Sebín, primera fortaleza del poder dictatorial en Venezuela.

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Carlos Alberto MontanerSanto Domingo

¿Quién dijo en España “estúpido como un to­rero”? Sin duda no se refería a “Guerrita”. Fue el torero Rafael Guerra quien anotó: “Lo que no puede ser, no puede ser y, ade­más, es imposible”. Bien dicho. Era un filósofo, no un estúpido. A la oposición venezolana, que es algo así como el 80% del país, le han pedido una misión impo­sible: que salga por las buenas de Nicolás Maduro, de Diosdado Cabello, de Delcy y Jorge Rodrí­guez y de la patulea que gobier­na a esa desdichada sociedad. Se lo ha pedido el gobierno de Es­tados Unidos, la OEA, la Unión Europea y el Grupo de Lima. Las mismas entidades que le dan to­do el respaldo a Juan Guaidó.

“Las buenas” es una salida electoral democrática y abierta, unas elecciones realmente lim­pias. Sin duda, qué más quisie­ran Juan Guaidó y su equipo de gobierno que tal cosa fuera po­sible. Súbitamente, se comen­zarían a solucionar los proble­mas. Los casi seis millones de personas escapadas del paraíso castro-chavista regresarían a ca­sa más o menos ordenadamen­te. En un par de años se recons­truiría PDVSA y la economía de Venezuela volvería a crecer ex­ponencialmente. Como ocurrió durante un largo periodo en los denostados 40 años que duró la democracia venezolana, las me­jores cuatro décadas consecuti­vas que ha conocido la historia de esa torturada nación.

Guaidó cuenta con la capa­cidad de deslegitimar el proce­so electoral que se avecina, pero no tiene los recursos para qui­tarle el poder a Maduro violen­tamente. Maduro, por su parte, carece de fuerzas objetivas para matar o encarcelar a Guaidó. Es un empate. Por la otra punta de la complicada gestión, Maduro sabe que el país se le ha escapa­do del control militar. Ni siquie­ra pudieron derrotar a las gue­rrillas del ELN cuando tuvieron una desavenencia por el mane­jo de la droga, que es por lo que pelean los cárteles. Por supues­to, casi toda la oposición no es­tá dispuesta a participar en unas elecciones avaladas por un árbi­tro electoral fraudulento, elegi­do por Maduro para perpetuar­se en el poder. Sería suicidarse y los políticos inteligentes no sue­len hacerlo.

No obstante, el presidente Juan Guaidó le ofrece a Nicolás Maduro sentarse a dialogar con él. ¿Para qué lo haría si ya ha di­cho que no piensa participar en el simulacro electoral oficial­mente diseñado? Tal vez, para transmitir de primera mano una salida al impasse en que Madu­ro ha metido al país. Acaso para solucionar por primera vez por procedimientos pacíficos la crisis que vive Venezuela.

Maduro está entre la espada y la pared. Nadie quiere vincu­larse a un capo de la droga. Ha sido, con toda justicia, “norie­guizado”. Es él y no Guaidó el que tiene que traer soluciones a la mesa. Apenas el 5% del país vive decentemente porque tie­ne dólares. Eso se agravará. Las sanciones americanas han teni­do efecto. Dentro de 90 días, a juzgar por los informes de Russ Dallen de “Caracas Capital”, no habrá un dólar ni una onza de oro en las reservas del país. Irán y Turquía quedan muy le­jos y no querrán irritar más a los estadounidenses. Los chi­nos y los rusos dan por perdi­dos los préstamos.

Especialmente los chinos. Los militares de alta gra­duación no tendrán dónde robar. Los informes de “los cubanos” a Díaz-Canel son tremebundos. Ya no confían en que Maduro pueda re­basar la crisis y piensan en otras personas de confianza para reemplazarlo.

¿Qué puede ofrecerle Guaidó a Maduro a cambio de su renuncia sin persecuciones? ¿Acaso la crea­ción de un gabinete mixto, go­bierno y oposición, que lo prime­ro que haría es decretar la libertad de todos los presos políticos y convocar a elecciones sin candi­datos arbitrariamente inhabilita­dos, y con un CNE libre de sospe­chas? Si yo estuviera en el pellejo de Maduro me lo pensaría. Incluso, me cercioraría de que las sanciones estadounidenses se pueden levan­tar, como le ocurrió al general Ma­nuel Cristopher Figueras. Es cues­tión de tiempo en que las FFAA le den un golpe militar.

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