Corresponde al arzobispo hacer desagravio iglesias
En estos días se ha dado a conocer la indignante noticia de que mientras el pueblo católico de Santo Domingo se preparaba con esperanza y devoción para iniciar el tiempo de Cuaresma, con la celebración del Miércoles de Cenizas, personas desconocidas hasta el momento optaron por profanar las iglesias Nuestra Señora de Las Mercedes, de la zona colonial, y la Inmaculado Corazón de María, del ensanche Quisqueya.
En ambos templos los intrusos robaron distintas cantidades de dinero en efectivo, producto de las limosnas y colaboraciones de los fieles; objetos de litúrgicos y vasos de sagrados que se utilizan para la celebración de las misas. En el caso del templo de Las Mercedes sustrajeron el dinero de las ofrendas de varias alcancías, además de una custodia con un baño de oro, que tiene gran valor histórico y religioso.
Aunque en esta ocasión no se efectuó ninguna profanación contra los sagrarios de los templos citados, ni fue reportado ningún trato indigno contra la Eucaristía, el párroco de Las Mercedes, Fray Máximo Rodríguez, dijo que “toda profanación es mala en sí misma y que hasta en el mal hay grados.
Mientras que el párroco de la iglesia del ensanche Quisqueya, reverendo Ramón Báez, tras expresar su indignación ante el indecoroso acto, dijo que los desonocidos sustrajeron alrededor de 190,000 pesos, que se habían recolectado para remodelar algunas áreas del templo; una computadora y otros objetos. “Gracias a Dios no profanaron el Santísimo”, dijo.
Profanación y desagravio
“Profano” se utiliza habitualmente en contraposición de “sagrado”, porque etimológicamente “profanus” es lo que hay fuera del templo, y el templo es sagrado. Dicho esto, una profanación o la acción de profanar tiene que ver con el uso indebido de lo sagrado, con la irrupción violenta en un espacio destinado a la oración y a la celebración de la fe.
Los lugares sagrados (iglesias, capillas, etc.) quedan violados cuando, con escándalo de los fieles, se cometen en ellos actos gravemente injuriosos que revisten tal gravedad y son tan contrarios a la santidad del lugar, que en ellos no se puede ejercer el culto hasta que se repare la injuria por un rito penitencial, conforme al artículo 1211 del Código de Derecho Canónico de la iglesia católica.
“Insultar a alguien está mal, pero mucho peor es matarle, y que dentro de esa escala del mal de la profanación de un templo, lo peor es el trato indigno de la Eucaristía. Pero esta vez no ocurrió así”. Explicó el padre Rodríguez.
La razón de esta gravedad extrema. Según la enseñanza de la iglesia católica, radica en que en este Sacramento de la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo está real y sustancialmente presente. Un acto de estas características solo puede ser fruto de la falta de conocimiento de los sujetos sobre qué significa para un creyente la Eucaristía y el daño que le provoca su profanación o –sabiéndolo– estén cegados de manera irracional por una ideología que les lleva a odiar y a atentar contra los que profesan su fe en Cristo o contra aquello que los representa, dijo el párroco.
Por ello ante un acontecimiento de estas características está prevista la oración pública que se ha de hacer en caso de grave profanación de una iglesia, según los numerales 1070 y 1092 del Ceremonial de los obispos. Esta oración litúrgica tiene un carácter penitencial y comúnmente se cono ce como acto de reparación o acto de desagravio. Es decir, una celebración para restaurar o devolver la normalidad y pureza que existía antes de la profanación.
Los ritos previstos para reparar una ofensa cometida contra la iglesia debe ser realizado preferiblemente con la celebración de la Eucaristía, aunque también se puede llevar a cabo durante una liturgia de la Palabra.
El rito puede realizarse cualquier día del año, excepto en el Triduo pascual, los domingos y en las solemnidades. Las vestiduras deben ser de color morado por el carácter de la celebración y esta debe ser presidida por el obispo, acompañado de sacerdotes y fieles que se suman en la oración.
La celebración con una procesión, desde la puerta del templo profanado, hacia el altar que debe estar completamente limpio, sin mantel y sin ningún otro objeto. El obispo se dirige directamente a la sede y, después del saludo inicial y una oportuna monición bendice el agua para asperjar al pueblo en memoria del bautismo y para purificar el altar y las paredes del lugar profanado. Esta parte concluye con la oración colecta.
PROCESO
Después de la comunión, donde se profanaron gravemente las especies eucarísticas, omitidos los ritos finales, se expone solemnemente el santísimo sacramento. Durante el tiempo de adoración se pueden recitar o cantar alabanzas al santísimo u oraciones de desagravio.