Enfoque
El médico, otra víctima de “las tres causales”
No hay duda, la embriología, la física y la genética han acabado con toda la discusión filosófico-teológica de cuándo empieza la vida humana. Los premios Nobel: Watson, Crick, Kornberg y Severo Ochoa, con el descubrimiento de la estructura y síntesis del DNA, han dejado claro, desde el punto de vista científico, que cada vida humana comienza con la fusión del espermatozoide y del óvulo, y que el nuevo DNA codifica, desde el mismo principio del periodo embrionario, a un ser humano completo. Luego, los microscopios electrónicos más modernos, nos confirman visualmente estos aspectos de la grandiosidad de la vida intrauterina que jamás habríamos podido captar con nuestros propios ojos.
Cada uno de nosotros, desde el momento mismo de la concepción, nos configuramos con una combinación genética que no se volverá a reproducir jamás, en ningún otro ser humano, ni antes ni después de nuestra existencia, y durante toda la historia de la humanidad. Cada aborto estaría acabando, entonces, con la vida de alguien único e irrepetible.
A pesar de estos hechos demostrables, los pro-abortistas deben justificar su posición. Dado que la idea de matar seres humanos resulta repugnante para la mayoría, esta verdad que afirma la presencia vida desde el momento mismo de la fecundación, debe ser negada a través de planteamientos engañosos y posturas que, con inteligencia y perspicacia, pretendan, en ocasiones minimizar la realidad, llamando al embrión “solo un puñado de células”, como si cada uno de nosotros no somos exactamente eso mismo: un conjunto de células inteligentemente organizadas y funcionales. En otras ocasiones, intentarán disuadirnos creando sensibilidad social, como ha sucedido a través del planteamiento de la aprobación de la ley del aborto por las tres causales, trayendo a juicio historias sin muchos datos objetivos y científicos, sino más bien apreciaciones o verdades a medias de parte de grupos sociales que desean desviarnos de la objetividad y manejarnos en el terreno sensible y subjetivo. Muchos de estos casos, efectivamente, no desmeritan nuestra atención, pero más bien para guiarnos al ejercicio de una educación sexual que se enfoque en la abstinencia, para desarrollar una política social que proponga fortalecer la integridad de las familias y conquistar la ausencia de violencia sexual o persecución laboral a mujeres vulnerables. En vez de resolverlo a través de la justificación irracional de un holocausto masivo de almas inocentes.
Sin embargo, aún nos hagamos sordos y ciegos a la ciencia y a la conciencia, la propuesta de la ley de aborto por las tres causales termina abortándose a sí misma.
Por un lado, es ya bien conocido estadísticamente que los embarazos que siguen a una violación en la que la víctima es sorprendida, son extremadamente raros. Las víctimas quedan protegidas del embarazo por lo que se ha llamado “stress de infertilidad”; por el cual, por falta de relajamiento físico, la mujer no secreta la mucosidad intravaginal necesaria para promocionar la motilidad del esperma del invasor. En nuestro país, sin embargo, la mayoría de los casos de violación resultan de abuso sexual intrafamiliar o por adultos conocidos (https://repositorio.msp.gob.do/handle/123456789/139). Procurar esta ley, en vez de defender a la víctima agredida, que calla muchas veces por sentirse amenazada o por implicaciones familiares, sociales o culturales, protege al agresor borrando su evidencia. Podemos insistir, nuevamente, que la solución en estos casos debe ser concentrada en la protección y el fortalecimiento social de nuestras familias.
En caso del aborto por malformación del bebé incompatible con la vida, de darle cabida a este principio, conocido como "aborto eugenésico", nos basaríamos en el falso postulado que solo "los fuertes y sanos" son quienes deben establecer el criterio de valor de una vida. Por otro lado, las estadísticas nos confirman que estos son también eventos muy poco frecuentes: representan apenas un 0.23 % de los casos de muerte infantil. Un porciento muy bajo para tomar en cuenta y establecer una ley en base a esta primicia ( https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/congenital-anomalies). Pudiéramos también preguntarnos: para esos pocos recién nacidos a los que les toca ver la luz por apenas unas horas, ¿no resulta más piadoso permitirles morir abrazados en vez de solos y rechazados?
El aborto por embarazo que pone en peligro la vida de la madre es quizás el más debatido actualmente en nuestro país. Lo primero que debemos establecer es que, en la gran mayoría de las embarazadas, sus gestaciones ocurren sin ningún factor de riesgo que ponga en peligro ni el bebé ni la madre. (Finer LB and Zolna MR, Declines in unintended pregnancy in the United States, 2008–2011, New England Journal of Medicine, 2016, 374(9):843–852, doi:10.1056/NEJMsa1506575). Es importante también aclarar que la gran mayoría de las situaciones que ponen en peligro la vida de la madre embarazada: hipertensión, diabetes, pre-eclampsia, obesidad, infecciones urinarias, son condiciones que se presentan en el tercer trimestre de embarazo y, si bien pueden provocar un parto prematuro, usualmente son clínicamente manejables. (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/books/NBK555485/).
El cáncer durante el embarazo, por ejemplo, tema que ha atraído la atención de los medios, es extremadamente raro. Sencillamente la naturaleza, en su sabiduría, protege al cuerpo enfermo de la madre y le resulta más difícil que acepte anidar una vida nueva en su interior. A nivel mundial, su prevalencia representa apenas 0.07%. Es tan infrecuente, que un obstetra, en toda la historia de su ejercicio profesional, posiblemente nunca vea un solo caso. De nuevo, establecer una ley general en base a esta excepción, es totalmente irrazonable. (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6396773/#:~:text=Cancer%20during%20pregnancy%20is%20a,tumors%20%5B1%2C%202%5D ).
A los que dicen que aceptan el aborto por las tres causales, pero no el aborto libre, indirectamente apoyan el aborto libre. La mayoría de los abortos no son solicitados en base a las tres causales, sino por mujeres entre 18 y 30 años que han quedado embarazadas de sus parejas. Penosamente, es entonces a este grupo que estaríamos beneficiando con el establecimiento de cualquier ley pro-aborto. Henshaw SK, Morrow E. Induced abortion: a world review. New York: The Alan Guttmacher Institute, 1990)
A los que aceptarían el aborto para evitar sufrimiento emocional a la madre, más aún después de haber sido violada, todos los estudios registrados, cada uno de ellos, concluyen que es lo contrario lo que ocurre: el aborto implica daño psicológico en la mujer. Quizás los hallazgos más notables al respecto fueron los publicado en el 2011 por el Dr. David Reardon. Reardon analizó 192 casos de mujeres embarazadas como consecuencia de una violación y 55 casos de personas concebidos por violación. Los resultados mostraron que, de las mujeres que optaron por no abortar, ninguna dijo estar arrepentida de haber mantenido el curso de su embarazo. El 93% de las mujeres que abortaron reconocieron que el aborto no solucionó sus problemas y no se lo recomendarían a otras mujeres en su situación. No se llegó a un porciento mayor porque algunas de las participantes decidieron no comentar nada después de haber abortado. Ninguno de los concebidos por violación afirmó que hubiera preferido haber sido abortado. Incluso, muchos de ellos expresaron indignación ante la idea de que fuesen “productos de un error” (https://journals.sagepub.com/doi/full/10.1177/2050312118807624). De acuerdo a estos hallazgos, establecer la ley pro-aborto trabajaría en contra el bienestar integral de la mujer, no a favor de ella.
Desafortunadamente, una vez promulgada cualquier ley pro-aborto, desde los asientos de poder, esta será exigida a ser ejecutada por nosotros, los médicos, quienes, con bata blanca, pecho erguido y mano sobre un corazón lleno de orgullo y valor, al graduarnos, hacemos un compromiso moral en contra del aborto, bajo la sombra del “Juramento Hipocrático”, el cual lee: «Juro (...) que no daré a ninguna mujer pesarios abortivos». Este pequeño fragmento del Juramento Hipocrático es parte de lo que rige nuestra ética médica profesional. Unos 2.500 años de la Historia de la Medicina Universal han pasado y su esencia ha sobrevivido al paso del tiempo. Hoy los gobiernos la intentan desvalidar.
Yo me pregunto, ¿Cuántos de ustedes, legisladores, saben cómo se realiza un aborto? ¿Cuántas de ustedes, madres, reconocen lo que realmente sufrirán sus creaturas durante éste proceso?
Las técnicas para la realización de aborto variarían según la edad fetal. Si es temprano el embarazo, el médico debe elegir entre darle unas píldoras abortivas a la madre, las que producen un copioso sangrado y mucho dolor en la gestante, u optar por introducir una cánula plástica por el cuello del útero, conectada a una potente máquina de aspiración, para llegar hasta el área donde se encuentra el embrión. Un embrión que, hasta ese momento, heroicamente, había logrado distender el útero de su madre y elongar sus ligamentos pélvicos para poder crecer, había logrado bajarle la defensa inmunológica para que ella no lo perciba como cuerpo extraño y más bien lo alimentara. Ese embrión ya descansaba tranquilo e iba desarrollándose a buen ritmo dentro de la matriz cuando, inesperadamente, es sorprendiendo por la cánula la cual, con su ruido y su fuerza, lo desmiembra reduciéndolo a trozos de material desechable.
Si es ya más avanzado el embarazo, el médico anestesiólogo coloca bajo anestesia a la madre. Mientras ella duerme y se ausenta su consciencia, el médico ginecólogo realizará el legrado, raspado o «curetaje», en el que introduce en el útero una especie de cuchilla de bordes cortantes llamada legra o «cureta», que destruye en trozos tanto a la placenta como al bebé que contenía, al ser paseada de arriba abajo por toda la cavidad del útero. Luego, extrae esos trozos obtenidos, arrastrados con el mismo instrumento. Si el embarazo ha superado las doce semanas, las dificultades aumentan y ese médico debe aprender a triturar muy bien la cabeza del feto con un instrumento llamado “perforador”, que se le clava al cráneo del bebé, reduciéndolo a trizas, para ser aspirado y terminar toda esta vida en formación, en una botella de cristal, perdido en el anonimato, privado de vínculo afectivo, no solo de su madre, sino de toda la sociedad allí representada.
En otras ocasiones, el bebé deberá pasar por la tortura de una muerte aún más dolorosa, cuando el médico inyecta una aguja que contiene solución salina hipertónica o solución de urea en el líquido amniótico en que vive, a través del abdomen de la madre. Estas soluciones son altamente cáusticas e irritantes y van quemando la piel de la creatura poco a poco hasta producir su muerte. Si queda aferrado a la vida, y no termina de morir con esta cruel tortura, el poco soplo de vida que le queda le será arrebatado a cuchilladas, con un legrado o curetaje.
La enfermera, muchas veces para poder mantener su empleo y el sustento de su familia, será instruida en ayudar a pasar los instrumentos homicidas a los médicos y luego llevar los desechos del bebé ya inertes, ya sin vida, al zafacón, para compartir allí el espacio con las gazas y los guantes enrojecidos por su sangre.
Algunos alegan que el bebé no siente nada, eso es falso. Desde antes de que la madre sepa que está embarazada, a las dos semanas de gestación, se inicia el desarrollo del sistema nervioso central. A las tres semanas de vida, muchas veces antes de que la madre sepa que está embarazada, empieza a diferenciarse el cerebro y el control del movimiento, la sensación y el dolor. A las seis semanas, ya se pueden registrar ondas cerebrales. ¿Cómo que no sienten dolor? Solo hay que ver en una sonografía cómo el bebé huye de los instrumentos que lo invaden para acabar con él, mientras la madre duerme tranquilamente durante su exterminio. (https://thelifeinstitute.net/learning-centre/abortion-effects/children/fetal-pain)
Lo más penoso es que los trabajadores de la salud, que laboren en el área de la medicina social y deciden no seguir los lineamientos de la ley pro-aborto, ya han sido susceptibles a ser enjuiciados por “su acto de negligencia”: médicos, anestesistas, enfermeras, auxiliares de clínica...
Era el 13 de mayo del 2019. El juicio del Dr. Leandro Rodríguez Lastra y culminó apenas unos días después, el 21 del mismo mes. Fue encontrado culpable. Se trataba del caso de una joven de 19 años de edad que había quedado embarazada por violación. En una ONG le habían indicado un medicamento antiabortivo, pero su embarazo era avanzado y ese método no era efectivo en la eliminación de su bebé. Llegó al hospital en mal estado después de mucha pérdida de sangre y temperatura elevada. El Dr. Rodríguez Lastra, de servicio en ese momento, logró salvarle la vida a la débil madre, pero decidió también salvar la del bebé, quien había sobrevivido heroicamente el intento de aborto. El bebé eventualmente fue dado en adopción. Sin embargo, por haber evitado un aborto legal en curso por violación, a pesar de haber salvado vidas, el Dr. Rodríguez Lastra pasó al banquillo de los acusados y fue condenado a un año y dos meses de prisión, y a dos años y cuatro meses de inhabilitación para ejercer cargos públicos. El médico que le había conferido el medicamento inadecuado a la madre y que produjo el sangrado inicial, nunca fue sometido. El violador también quedó impune.
La guía técnica sobre abortos sin riesgos que la OMS había publicado en 2012 menciona: "Cada profesional de la salud tiene el derecho de negarse por razones de conciencia a realizar abortos. En dichos casos, los proveedores de salud deben derivar a la mujer a un proveedor capacitado y dispuesto dentro del mismo centro o a otro centro de fácil acceso, de acuerdo a la ley". Yo, personalmente, preferiría entregar una y mil veces mi amada bata blanca antes de que se me obligue a participar de cualquier manera con un proyecto que pretende plantear como solución a un conflicto, la muerte de los más inocentes.
De haber existido la ley, en mi práctica ya hubiera sido señalada por Chiara, hija de una madre violada, que este verano pasado se casó, o por aquel niño que fue extraído extremadamente prematuro, hijo de una madre con miomas uterinos que la hacían incapaz de proseguir su embarazo. Desechado como inservible en un zafacón del hospital por su prematuridad, un grupo de pediatras lo recogimos y lo acogimos, y hoy está sano. Ese niño representaba el único hijo que esa madre pudo tener.
De no haber sido por una mujer luchadora, a la que se le propuso aborto en EU por su delicada condición de salud y ella se negó, no tendríamos tampoco a los cuatrillizos, hoy jóvenes meritorios y becados por su excelencia académica; tampoco tuviéramos a Chantal, cuya madre tuvo cáncer de seno cuando apenas tenía pocos meses de embarazo. Se les realizó una cesárea temprana, pero hoy ambas están en perfecto estado de salud, y así otras tantas historias de lucha y de heroísmo que he vivido a través de mi carrera y que hoy me enorgullecen profundamente.
Trabajaba con mi padre, pediatra, durante las vacaciones. Recuerdo en más de una ocasión a alguna madre acercarse en apuros deseando abortar, ya sea por falta de dinero para mantener el embarazo, porque el marido la había abandonado o porque había padecido alguna enfermedad, como rubeola, más común en esa época, y que se conocía afectaba al bebé en formación en el primer trimestre. Él siempre le respondía lo mismo: “No te preocupes, vamos a tener a tu bebé y luego me lo das. Yo me quedo con él”. La primera vez que lo escuché, lo miré fijamente y le repliqué: “Papá, pero no le has preguntado a mamá y… ¡le vas a llevar un bebé nuevo!”. Me respondió: “No te preocupes, hija mía, no he visto a la primera que me lo haya querido entregar después de dar a luz”. Con esa simple afirmación y acompañamiento, mi padre rescató innumerables vidas. ¡Dejen a los médicos ser médicos! No nos impongan eliminar vidas cuando estamos entrenados para salvar las dos vidas.
Con el permiso al aborto nadie gana. Perdemos como familia, perdemos como sociedad, perdemos como nación, perdemos en esta vida y perdemos la única realmente importante, la vida eterna, porque, nadie que realmente ama a Dios, cuestionaría Sus planes ni accedería a eliminar la obra de Sus Manos.
Este mes en que celebrábamos a los Reyes Magos y celebraremos a nuestra Virgen de la Altagracia, me pregunto: ¿Qué estrella deseamos seguir? ¿La que nos conduce, como a los Reyes Magos, a seguir con tenacidad y esperanza hasta lograr llegar y honrar a un Niño pobre y humilde, inesperado y aparentemente “inconveniente”; Hijo de una Madre adolescente, que defendió a su Creatura incluso frente a la posibilidad de sufrir Ella misma muerte por lapidación?, ¿O seguiremos la estrella del gobernador Herodes, quién, cegado en su conciencia, percibió a ese Niño como enemigo y, abusando de su autoridad, dirigió la fuerza de su poder hacia la matanza de los inocentes?
Mantengámonos firmes, pasemos a la historia no como seguidores de una cultura de muerte cada vez más universal, que eventualmente avergonzará a la humanidad, sino como los héroes que permanecimos firmes en la defensa de la vida y de la verdad.
La autora es médico