Vieron hasta monstruos en la tragedia de la envasadora de gas que explotó

Las llamas de la tragedia de Licey no pudieron calcinar libro de la Biblia

Parientes de las familias muertas por la mortal explosión en la estación de gas en Licey al Medio, de Santiago, relatan horrores vividos el día del suceso. VÍCTOR RAMÍREZ /LD

Parientes de las familias muertas por la mortal explosión en la estación de gas en Licey al Medio, de Santiago, relatan horrores vividos el día del suceso. VÍCTOR RAMÍREZ /LD

Con sus paredes totalmente teñidas de negro por el humo, sin puertas ni ventanas, permanece una de las viviendas afectadas por la explosión de la planta de gas de Licey al Medio, de la provincia Santiago, donde vivían seis integrantes de una sola familia, todos víctimas mortales del fatídico siniestro.

Se trata de los esposos Juan Francisco de los Santos, de 41 años, y Griselda Padilla Corniel, de 37, que compartían hogar con una hija de 11 años, Grismeilyn de los Santos Padilla, y otra hija de 15, Grissel de los Santos. Esta última procreó un niño identificado como Braiden Gabino de los Santos con su pareja, el joven Samuel Gabino Ulloa, de 18 años.

La casa, situada en la parte trasera de la estación de gas, está compuesta de dos habitaciones, un baño, cocina, sala amplia y galería, sólo quedan vestigios de los ajuares calcinados por el fuego, que penetró la vivienda el sábado en la mañana del 3 de octubre.

Una nevera reventada, igual que la estufa de los difuntos y un gabinete achicharrado, es lo único que hay en la cocina del hogar.

En las habitaciones y el closet sólo están intactos los esprines de metal de los colchones. Allí descansaban cada noche, sin saber que a las 6:00 de la mañana despertarían con la tragedia.

Lo demás que había dentro de la casa quedó reducido a cenizas, quedando manchado de negro todo el piso de la casa. En la sala, justo en el desayunador, se salvó de las llamas un libro que parece una biblia, mientras en la pared hay un marco de lo que una vez fue un cuadro para adornar.

En el patio hay tirados algunos objetos que con el impacto de la explosión fueron lanzados al exterior de la vivienda. Entre estos el coche del bebé de 10 meses, totalmente calcinado, y un juguete de la niña de 11 años que tenía su nombre con letras negras de aprendiz, al parecer de la autoría de la infante.

Algunos zapatos, objetos de la cocina y residuos de las ventanas y puertas, también están esparcidos por todo el patio, donde también hay algunas plantaciones de guineos y plátanos.

Los frutos de los cultivos de Juan Francisco y Griselda se asaron, aun tiernos en el racimo, por las llamas de la explosión.

Relatos espantosos

Vestida de blanco, Eridania Padilla Corniel, hermana de Griselda Padilla Corniel, cuenta el momento de terror que vivió al levantarse por el estallido de la explosión.

Eridania vive cerca de la casa de su difunta hermana, junto a su esposo, Luis José Mata, y sus dos niños, una hembra y un varón.

Dice que el último recuerdo que tiene de su hermana y demás miembros de la familia, era la sonrisa y alegría mostrada al levantarse todos los días y se dirigían a su casa a ver cómo les había amanecido.

El viernes 2 octubre, un día antes de la tragedia, recuerda que su hermana fue a Santiago a arreglarse el pelo y comprar preparativos para adornar su casa para las próximas fiestas navideñas.

Ese viernes solo vio a su sobrina Grissel y a su niño de 10 meses, con el que compartió casi una hora. A su hermana no la vio porque llegó tarde de Santiago después de algunas diligencias.

Despertados por estallido

Aún un poco nerviosa relata que al otro día (día de la explosión) a las 6:00 de la mañana, la despertó el estallido del siniestro.

“Mi esposo brincó de la cama y yo me tiré. Algo me dijo saca la niña. Por el estallido sabía que algo grande había pasado, pensé que se había caído un avión”, recuerda, un poco desesperada.

Asustada y sin saber que hacer fue a ver a sus niños, que ya habían sido sacudidos por el impacto de la explosión, pero sin sufrir lesiones.

Su mente se puso en blanco cuando se acercó a su esposo, quien se dispuso abrir la puerta para ver qué había sucedido.

¡Santo Dios!, vociferó su esposo llorando al ver las llamas provocadas por la explosión, recuerda.

Eridania continúa contando con los ojos aguados y aguantándose las lágrimas… “son tantas cosas que no hay palabras ni siquiera para expresar y sentir lo que nosotros hemos vivido”.

Aun visualizando el cielo forrado de fuego y humo, se puso la mano en la cabeza y dijo “ya se murieron todos” (refriéndose al vecindario) y empezó a llamar a cada uno de sus vecinos y a otra hermana que vive con ella.

“Aleida, Maita, Maita (Martha)”, gritaba desesperada con su característico acento cibaeño.

En ese momento, Eridania ve una sombra y efectivamente era sus sobrinas Grissel y Grismeilyn que habían llegado a la puerta de su casa en busca de ayuda.

“Yo dije: están vivos. Ya me había imaginado que estaban muertos”, reitera con voz esperanzadora de que podrían quedar con vida a pesar de las quemaduras.

Inmediatamente, expresa que sostuvo a su hija en sus brazos y socorrió a sus sobrinas para llevarlas al hospital.

Todos estaban sumergidos en la desesperación, a tal punto que no podían abrir la puerta de la marquesina para sacar el carro para conducirse a la clínica.

Luis José Mata, esposo de Eridania recuerda que las únicas palabras de los afectados era reclamándose que no pudieron sacar a tiempo a su nieto de 10 meses. A quien las autoridades sacaron después que se apagaron las llamas.

Mata aún tiene en su mente la imagen “horrible” de su compadre (Juan Francisco) y su esposa (Griselda Padilla) que percibió a través de su retrovisor cuando lo trasladaba al hospital en busca de atenciones médicas.

“Yo veía monstruos, estaban totalmente quemados”, recordó apretando sus ojos y sin querer recordar.

“Griselda (su cuñada) me decía de camino a la clínica, que la lleven a un hospital para que no gasten tanto dinero”, expresó.

También recuerda, que le dijo a su esposa Eridania que lo despierte de la pesadilla que estaba soñando porque todavía no creía lo que sus ojos veían.

“Yo me puse loco, loco, loco, repetía. Cuando vi al compadre (Juan Francisco) fue la escena más desgarradora que he visto, ni una película de terror”, dijo.

Además, cuenta que llegó quemándose donde él con el perro que tenían en la casa en sus brazos.

Cuando soltó el perro, entró a la marquesina y se recostó en la pared aun quemándose. En ese momento solo preguntaba por sus demás familiares.

En la pared aún está la mancha carbonizada del roce del cuerpo de Juan Francisco cuando fue en busca de auxilio.

Tanto Eridania como Luis, al recordar las escena que les tocó vivir en carne propia, coinciden en que no hay dinero que remedie la perdida de los integrantes que les arrebató la explosión de Coopegas aquel sábado tres de octubre. Como también el daño pisicologíco.

Oraciones y súplicas ante imágenes religiosas continúan en memoria de las víctimas.

Eridania Padilla Corniel (hermana de la difunta) y Luis José Mata, esposo de Eridania.

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