Opinión

La rivalidad “retórica” entre Estados Unidos y China

ALEJANDRO HERRERASanto Domingo, RD

¿Podría desembo­car la aparente y cada vez más cre­ciente rivalidad “retórica” entre Estados Unidos y China en un enfrentamiento militar entre ambas superpoten­cias?

En el radar de la geopolíti­ca mundial, la frecuente dis­puta verbal entre ambas su­perpotencias despierta más de una preocupación. El rá­pido crecimiento de la eco­nomía china, hasta conver­tirse hoy en la segunda a nivel global después de la es­tadounidense, ha motivado recelos en importantes secto­res de la elite de poder del “co­loso del norte”, cuyo proceso de declive se advierte al mis­mo tiempo que emerge pu­jante el gigante asiático, que algunos expertos, como el mexicano Alfredo Jalife Rah­ne, ya lo sitúan como la prime­ra superpotencia del mundo.

En la perspectiva de la teo­ría de “la transición de poder”, “trampa de Tucídides” muy utilizada para explicar el fenó­meno de la aparente rivalidad chino- estadounidense, haría inminente que esta diferen­cia tarde o temprano desen­cadene en una confrontación armada entre ambas superpo­tencias, sobre todo, en la mili­tarizada zona del mar de Chi­na donde “los dos Estados con mayor gasto militar del mun­do se miran muy de cerca en el Pacifico occidental”.

En concreto, la referida teo­ría elaborada por Tucídides a partir de la guerra del Pelopo­neso en el año 431 A.C., esta­blece que “cuando una poten­cia emergente cierra la brecha en las capacidades con respec­to a una contraparte domi­nante existente, crece entre ellas el peligro de un conflic­to armado”. Sin embargo, el profesor de la Universidad de Colorado, Steve Chan, des­carta la aplicabilidad de “la formulación del filósofo grie­go en la disputa actual de las dos superpotencias por desfa­sada en el tiempo y sesgada, al pasar por alto variables tan importantes, como la apari­ción de los Estados modernos, con todas sus peculiaridades y matices, entonces inimagi­nables.

El complejo e intrincado juego de estrategia puesto en práctica en la relación entre Estados Unidos y China, los dos países que representan las dos economías más importan­tes del mundo, en la que una se rige por un régimen demo­crático con más de 230 años de existencia, hoy gobernada por Donald Trump como pre­sidente número 45, y la otra, dirigida por un régimen so­cialista de partido único, cu­ya “legitimidad de su poder deriva más del modo cómo lo ejerce que la fuente de donde emana”, presidida por Xi Jin­ping, séptimo Presidente de la República Popular China por tiempo indefinido.

Las ventajas y desventajas se entrecruzan, como las mis­mas relaciones pasan por al­tas y bajas. El matiz del enfren­tamiento marca una guerra de nuevo cuño, librada en una variedad de frentes: geográ­fico, espacial, comercial, edu­cacional, tecnológico (5G) e informativo. El gigante asiáti­co ha ganado un gran terreno porque “las empresas chinas son protegidas por el gobier­no, gracias a un entramado de subvenciones, préstamos y ba­rreras no arancelarias, con el objetivo de crear gigantes ca­paces de afirmarse en el mer­cado mundial”.

Estados Unidos mantie­ne como fortaleza la hegemo­nía de su dólar como moneda de intercambio global, a tra­vés del sistema SWIFT (Socie­ty for Worldwide Interbank Fi­nancial Telecommunication) que, según expertos, es la fuen­te de donde proviene la mitad de su Producto Interno Bruto, en tanto China es acreedora de aproximadamente US$1.1 millones de millones en bonos del Tesoro de EE.UU., lo que le otorga capacidad negociado­ra como buena practicante del “arte de la guerra” del milena­rio Sun Tzu.

Las tácticas negociadoras del presidente Trump frente a China, de aprieta y afloja, muy utilizadas en el mundo empre­sarial de donde proviene el ac­tual mandatario estadouniden­se, como parte de su estrategia de recuperar espacio en la mi­sión de lograr que Estados Uni­dos mantenga el liderazgo en el orden global de las relacio­nes comerciales, amenazado hoy día por el avance chino, ahora, como ironía de la vida y de la historia, chocan con la cruda realidad de tener que en­carar las elecciones de noviem­bre próximo, donde los electo­res le esperan para cobrarle su inadecuado manejo de la cri­sis pandémica del COVID-19, que precisamente se originó en China.

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