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Enfoque: Tecnología

Cómo no ahogarse en el mar de información durante la pandemia

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Redacción de TecnologíaEl Espectador de Bogotá

Más allá del jab político de fon­do, la posibili­dad (acertada o no, a juicio de cada uno) de tener “cuarente­na escalonada, cuarentena es­pecial, cuarentena obligatoria, cuarentena obligatoria con ex­cepciones y cuarentena estric­ta” abre muchas preguntas de fondo, entre ellas: ¿qué diablos está pasando, de qué me perdí?

Aunque el miedo a perderse algo del eterno ciclo informati­vo ya era una especie de condi­ción con cierto reconocimiento antes de la pandemia, la crisis desatada por la expansión del COVID-19 la ha convertido en un asunto vital: esa pieza de in­formación que no vi a las 11:00 p.m., justo antes de irme a dor­mir, puede probar ser vital pa­ra enfrentar los días venideros, que llegan cargados de incerti­dumbre y potenciales peligros.Claro, la forma más fácil de lu­char contra este escenario es no desconectarse del ciclo infor­mativo. Antes del advenimien­to de la web social, esta ya era una posibilidad existente en las cadenas de noticias de 24 ho­ras: CNN solucionaba, de cier­ta forma, la necesidad de infor­mación constante para quien tuviera un apetito voraz de rea­lidad editada.

Así que, en cierto sentido, el hábito ya se había instalado, ya existía un proveedor de in­formación constante (y de an­gustia, por momentos). Pero la universalidad de los teléfonos inteligentes y de las redes so­ciales establecieron una nue­va escala para este fenómeno, que por estos días se conoce po­pularmente como ‘doomscro­lling’.

En su definición más senci­lla, ‘doomscrolling’ es la prác­tica de navegar en busca de información, pero hacerlo con­sistentemente, como si no hu­biera un final (¿acaso internet lo tiene?); el término tiene una connotación peyorativa por­que, más que proveer datos, hay una necesidad casi compul­siva de no despegarse de una realidad tan flexible y cambian­te, como aterradora. El tuit de los tipos de cuarentena va justo a este punto. Y de nuevo emer­gen preguntas como: ¿qué ha pasado, qué viene mañana, qué se puede hacer hoy, hasta cuán­do no podría hacer esto?

En una época de por sí an­gustiante y estresante, el con­sumo desaforado de infor­mación puede reforzar estas sensaciones; y esto contando con que la fuente de los datos sea creíble. Mejor dicho, la in­foxicación (término acuñado para definir la intoxicación in­formativa) puede probar ser incómoda (cuando menos) o peligrosa (cuando más), con­secuencias que se agravan se­veramente cuando la fuente que sacia esta sed infinita es Fox News o similares.

Ahora, el ‘doomscrolling’ también se alimenta de uno de los pilares de plataformas so­ciales o algunos medios infor­mativos: el scroll infinito es­tá ahí para ofrecer justo eso, una cantidad ilimitada de da­tos. Pero el punto lógico acá es que más no es necesariamente mejor. En este caso es sólo más, mucho más.

¿Qué hacer? La respuesta más inmediata y rotunda es abogar por una desconexión total. Pero esta puede ser una solución a medias porque el mundo moldeado por el CO­VID-19 ya introduce desco­nexiones y aislamientos como normas obligatorias. Las redes sociales y las posibilidades tec­nológicas de hoy han jugado un papel vital para mantener relaciones en una época de dis­tanciamiento social.

Hay estudios que incluso han encontrado que el uso de redes sociales (más que su con­sulta pasiva) puede proveer sensaciones de bienestar y par­ticipación activa en contextos sociales.

Entonces, si la desconexión absoluta puede no funcionar, ¿qué opciones quedan?

Karen Ho es una periodis­ta de Quartz, un medio digital que se especializa en economía y tecnología (principalmente, aunque el sitio hoy tiene fron­teras bastante más amplias). Desde hace unos meses empe­zó una especie de campaña en Twitter para invitar a sus segui­dores a que se desconectaran en las noches de las malas no­ticias de un tiempo particular­mente malo. De fondo, lo que Ho hacía era proveer un men­saje de alerta para cortar con la motivación detrás del ‘dooms­crolling’.

Lo que Ho propone es obvio, pero puede resultar sorpren­dentemente eficiente: póngase horarios para enterarse de có­mo el mundo parece estar yén­dose al carajo. Como con otras tareas del día, navegar redes sociales o medios de comunica­ción para enterarse de qué está pasando debería tener espacios determinados en el calenda­rio diario. Los comentarios a los mensajes de Ho en Twitter ofrecen una ventana de opti­mismo sobre esta técnica que, de nuevo, es más que obvia, pe­ro que puede resultar eficiente para algunos.

Esta desconexión por mo­mentos puede ir acompañada de algunos refuerzos, que son bien conocidos y comunicados por quienes trabajan en la na­ciente rama del bienestar digi­tal. Primero, sálgase de sus per­files de redes sociales, o sea, cierre sesión. Claro, la próxima vez que abra la aplicación va a ser un poco más “difícil” entrar a su cuenta. Pero ese es justa­mente el punto: un poco de fric­ción extra puede ayudar a desin­centivar el consumo innecesario y, de paso, puede ayudar a evitar el ‘doomscrolling’.

Otra de las técnicas usadas en este campo es activar la función de escala de grises para los telé­fonos inteligentes. Sí, todo se ve­rá un poco mal y aburrido, inclu­so. Pero, de nuevo, es justamente el punto: el diseño de colores está pensado para incentivar el uso y el retorno de los usuarios. Los íco­nos de las aplicaciones siempre están en color por una razón.

Otro de los consejos más sen­cillos e inmediatos, no sólo pa­ra combatir el ‘doomscrolling’, sino en general para tener una relación menos tóxica con el teléfono, es desactivar tantas no­tificaciones como sea posible. El constante flujo de vibraciones, sonidos y despliegues gráficos es una fuente inagotable de distrac­ción y, en general, de interrupcio­nes. Esto no sólo puede impactar la productividad, sino comenzar a generar una suerte de ansiedad informativa.

De fondo, lo que un fenóme­no como el ‘doomscrolling’ dice no es que la información sea ma­la o que hay que huirle a los da­tos. De ninguna forma. Lo que parece indicar es hacia un Norte en el que haya una relación más equilibrada entre la necesidad (y casi la obligación ) de estar bien informado en tiempos difíciles y el resto de ejercicios y prácticas que componen la vida diaria en la época del COVID-19.

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