Enfoque

¡Qué lástima Danilo!

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Rafael AlburquerqueSanto Domingo, RD

Qué lástima, un ciclo de progreso y desarrollo iniciado en el 2004, que pudo haber con­tinuado ha finalizado con la apabullante derrota su­frida por el PLD en estas elecciones generales del pasado 5 de julio. “Un par­tido dividido no gana elec­ciones”, sentenció previa­mente el presidente de la República, y efectivamen­te, tal como lo afirmó su­cedió.

Pero, lo que calló el je­fe del Estado fue el nom­bre de la persona que ha­bía provocado la división de su partido, una escisión que, para cualquier aguza­do observador más tarde o más temprano tendría que producirse debido a la con­ducta que había adopta­do desde que inauguró su mandato el 16 de agosto de 2012.

En efecto, las acusacio­nes contra su predecesor no se hicieron esperar. A su gobierno le habían de­jado un cofre vacío en el cual solo se encontraban facturas por pagar, fue la queja amarga que vertió a pocos meses de haber to­mado el poder, mientras uno de sus ministros se lamentaba del “hoyo fis­cal” que habían heredado de la administración an­terior; en su primera ren­dición de cuentas el 27 de febrero de 2013 reprocha­ba falsamente a su antece­sor el haber entregado el oro dominicano a una em­presa extranjera, a la cual se le había autorizado una supuesta concesión one­rosa para los intereses del país; luego orquestarían desde el Palacio Nacional las calumniosas imputa­ciones de un narcotrafi­cante, todo como preludio para finalmente imponer la reelección presidencial prohibida por la Consti­tución en una reunión del comité político celebrada en abril de 2015.

Se ejecutó un plan pa­ra intentar desprestigiar a Leonel Fernández, me­llar su imagen, minimi­zar su legado guberna­mental, desacreditar su liderazgo, todo con la fi­nalidad de debilitarlo y poder asaltar al Comité Político, como finalmente hicieron a mediados del año 2014 y de este modo reducirlo a un presidente decorativo del PLD, cons­treñido a cumplir las de­cisiones que adoptaba la mayoría mecánica de es­te organismo.

El autor del plan estaba seguro de su éxito porque Leonel Fernández no era un hombre de confronta­ción, su naturaleza innata de conciliador lo llevaría a aceptar cualquier imposi­ción con tal de mantener­se como presidente de la organización. Numerosos dirigentes del “danilismo” repetían el mantra: “Leo­nel no pelea”, y así se lo oí repetir varias veces a uno de ellos, engreído de po­der, quien me enrostraba ser demasiado leal, como si la lealtad fuera un defec­to, y me insistía en acomo­darme a la nueva realidad de un Leonel resignado a someterse a los designios del poder.

Se equivocó el ideólogo de la conjura y erraron sus colaboradores más cerca­nos. ¿Por qué? Porque juz­garon a Leonel con el mis­mo rasero que se juzgaron ellos.

A diferencia de aque­llos, solos interesados en el poder, convencidos de que este se tiene para usarlo y de que en política se hace lo que conviene, al margen de la ética y la mo­ral, Leonel es un líder con profundo sentido de la his­toria, y pudo ser prudente y apacible con tal de pre­servar el legado de Juan Bosch hasta el momento de percatarse de los signos ominosos que presagiaban una deriva autoritaria y un deterioro de la democra­cia.

Comprometido con el estado social democrático de derecho, con la institu­cionalidad y con los valo­res de la Constitución Leo­nel Fernández no dudó un segundo en llamar al pue­blo a la lucha por el respe­to a la Constitución y con­siguió derrotar el intento de una segunda modifica­ción para abrir las puertas a la reelección del manda­tario y cuando todo el po­der se lanzó contra él para impedirle ser el candidato de su partido denunció el fraude y la manipulación del proceso electoral y con dolor en su corazón deci­dió renunciar al partido del cual era su presidente y combatir a aquellos que con su proceder habían traicionado las enseñanza del Maestro.

Algunos hacedores de la opinión pública no han entendido la decisión de Leonel Fernández, como no comprendieron la de Juan Bosch en 1973 cuan­do renunció al PRD para constituir al PLD. Para es­tos es incomprensible de­jar un partido en el poder con todas las posibilidades de preservarlo, abocarse apenas nueve meses an­tes de unas elecciones a la construcción de una nue­va fuerza política, propi­ciar con la escisión que ga­ne el partido mayoritario de la oposición, son facto­res de peso que inciden en un análisis negativo, pero para un líder que vele por su pueblo y su democracia, que se precie de su decoro y su dignidad, el sacrifico per­sonal, aunque duela, vale la pena con tal de defender los valores y principios en los que se cree y por los cuales se lucha.

En esto radica la diferen­cia entre el pragmatismo desprovisto de ideales y el idealista que armoniza su accionar con la práctica. Pa­ra el primero no hay límites en el ejercicio del poder; pa­ra el segundo, cuentan y pe­san los principios.

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