La necesidad los obliga a desafiar el coronavirus

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Rosmery Méndez VargasSanto Domingo, RD

Con la mirada perdida y casi “ajenos” a la situa­ción que se vive en el país a causa del coronavirus, se encontraban Ricardo Je­rez Pérez, de 78 años, y Felipe de Jesús Jerez Pé­rez, de 76, dos hermanos que a pesar de su avanza­da edad deben salir todos los días a trabajar en un improvisado puesto de ar­tículos usados, que se vie­ron obligados a colocar hace algunos años, en una acera de la calle José Mar­tí y del que dependen cada día para poder llevar algo de comida a sus bocas.

Nos habían asignado un trabajo sobre los enveje­cientes que están saliendo a las calles, mientras buscá­bamos con detenimiento, el fotógrafo del equipo, Jorge Cruz, dijo con exaltación: “Miren a esos señores”, de inmediato le dije al chofer que se detenga y nos acer­camos con amabilidad.

“No muy bien, pero imagínese”, respondió el mayor de los hermanos al preguntarle cómo se sen­tían.

“El sufre de los nervios y no duerme de noche”, dijo sin preguntarle, refirién­dose a su hermano quien, aunque se encontraba sentado, hacía movimien­tos involuntarios y no se le entendía mucho lo que expresaba, quizás por la mascarilla o por la enfer­medad a la que se refería su hermano.

El desayuno de ayer

Se habían desayunado un yaniqueque y un re­fresco de diez pesos y para el mediodía tenían pensado comprar una co­mida que les cuesta 200 pesos y que comparten entre ambos.

Hay días en los que no les alcanza para comer muy bien y deben resig­narse a irse a dormir con el estómago vacío. Cuan­do nos bajamos de aquel vehículo, nunca imagina­ríamos la historia detrás de aquellos hermanos senta­dos en el pavimento, luego de conversar por un rato, le pregunté a Ricardo si po­díamos ir a su casa, a lo que accedió.

La casa en el callejón

No fue difícil llegar al lu­gar, está cerca de su puesto de trabajo, unas calles ape­nas, pero la realidad fue otra cuando llegamos.

Un callejón estrecho sir­ve de entrada a su vivienda donde no pudimos entrar porque no fue necesario. Apenas cabe una persona, y se puede ver la casa com­pleta desde afuera, de lo pequeña que es. Allí Ricar­do ha pasado los últimos 30 años de su vida.

Un camita tipo sánd­wich, con un colchón gasta­do, es donde Ricardo pasa sus noches.

Su baño es una cube­ta que cuando puede va y desecha sus necesidades en una letrina de los vecinos que viven en la parte tra­sera del lugar, porque “no me gusta molestar a nadie” asegura, y debido a esto, de su vivienda emana un olor desagradable haciéndolo un lugar inhabitable.

Ricardo vive literalmen­te en cuatro paredes, con un zinc podrido y las tablas ya dobladas y desgastadas que pareciera como si la casucha se fuera a caer en cualquier momento.

Como no tiene baño, una ponchera amarilla co­locada delante de la cama le sirve para darse un ba­ñito como puede, cuando consigue agua, porque la mayoría de las veces el lí­quido escasea, además de que debe cargarla porque no cuenta con llave en su casa.

En un alambre tien­de las pocas pertenencias que posee, una toalla de baño y algunas ropas, es lo único que lo acompa­ña. No tiene abanico ni una estufa donde cocinar sus alimentos, mucho me­nos nevera para guardar­los.

No duermen juntos

A la casa de Felipe no pu­dimos ir, porque casi no puede caminar de tan de­teriorado que se encuen­tra su cuerpo físicamente, pero según nos explicó su hermano, ellos no viven juntos porque la otra casa es también pequeña y no caben los dos.

“Yo vivía en otro lugar, pero se me quemó la casi­ta, por un tanque de gas que se explotó en otra casa, y yo duré mucho viviendo en la casita quemada y Bienes Na­cionales hizo esos barranco­nes donde vivo ahora”, dice Ricardo.

Carteras, cargadores y ca­bles viejos son algunos de los artículos que tienen en el lugar que venden a 20 y a 30 pesos, logrando recaudar 200 pesos una o dos veces a la semana.

Sus ingresos

Lo único que reciben estos hermanos son 500 pesos que les son entregados por ser envejecientes. “Son 600, pe­ro nos descuentan 100”, dice Ricardo.

Al preguntarles que les gustaría tener para poder vi­vir en mejores condiciones, ambos respondieron que quisieran “una ayuda que sea suficiente para poder co­mer bien, como 10,000 pe­sos mensuales y una casi­ta, aunque sea de concreto y una televisión”, comenta y sonríe por primera vez du­rante el tiempo que llevába­mos conversando.

La opinión de los vecinos

Al salir de la casucha de Ri­cardo, los vecinos lo valora­ron como una persona hon­rada y trabajadora. “Es una persona que no tiene incon­veniente con nadie”, dice Joan Heredia.

“Ese es uno de los mejo­res”, interrumpe una vecina para describir a Ricardo.

“Ese no se ha menciona­do con nadie aquí; ni una pa­labrita así”, continua Teresa Colón.

“Él merece vivir en mejo­res condiciones, hace rato. Tengo conociéndolo como treinta años, el nada más vie­ne ahí a dormir, no se mete con nadie” asegura Teresa.

Los vecinos aseguraron que Ricardo y Felipe comen de la caridad de unos religio­sos que se colocan en el par­que Enriquillo a repartir ali­mentos para los indigentes “Y de lo poquito que consi­gue, entonces compra la ce­na”.

Ricardo pide poder vivir en mejores condiciones jun­to a su hermano. “Vivimos en un barrio de mucha de­lincuencia, pero por los años que llevamos aquí, nadie se mete con nosotros, pero me gustaría vivir en un mejor lu­gar”, añadió.

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