Enfoque
El arte de manejar dos profundas crisis y dos transiciones
La República Dominicana está en una compleja transición al desarrollo, en un momento en el que la humanidad es estremecida por una pandemia cuyas consecuencias podrían ser catastróficas para nuestro país. Ese desafío junto a los no resueltos problemas del subdesarrollo, de seguro demandará de líderes que sean capaces de comprender, enfrentar y superar las complejidades que nos trae el siglo XXI. Ya en el pasado reciente nuestro país tuvo que enfrentar dos profundas crisis y dos transiciones que gracias a la calidad del liderazgo, pudimos salir airosos. Por lo que de cara a los procesos presentes y por venir resultaría beneficioso escudriñar nuestra historia contemporánea para que nos arroje luz en un momento en el que estamos abocados a decidir la suerte del país.
La transición a la era post Balaguer El primer gran desafío de nuestra historia reciente fue superar la era del doctor Joaquín Balaguer e iniciar la nueva etapa dominada por el Partido de la Liberación Dominicana. El éxito en manejar una etapa de transición consiste en saber administrar, sin mayores traumas, el cierre de un ciclo histórico y la apertura y construcción de uno nuevo, así como en saber conciliar los intereses de lo viejo que se resiste a morir, con las aspiraciones de lo nuevo que presiona por nacer.
Así, gracias a los cambios y a las transformaciones hechas, logramos pasar: del pre-modernismo a la modernización, del aislacionismo a la integración, de la era de los desequilibrios a la estabilidad, del crecimiento inconsistente al crecimiento sostenido, del estancamiento democrático a las reformas institucionales, de servicios públicos precarios a la modernización del Estado, etc. Es decir, el proyecto de transición representó una nueva visión del Estado, de la democracia y del desarrollo.
La transición a la post guerra fría y a la globalización La transición post Balaguer coincidió en el tiempo con otras dos complejas transiciones: la transición a la post guerra fría y a la globalización. La complejidad de estas dos transiciones se debió en primer lugar a que por ser acontecimientos que tenían su origen en la escena internacional, no eran controlables por un Estado pequeño y en vías de desarrollo. El fin de la guerra fría y la globalización trajeron consigo la liberalización de los mercados, nuevas formas de movilidad del capital, las comunicaciones instantáneas, nuevas formas de competencia entre empresas y naciones, crisis en las ideologías y un nuevo equilibrio planetario de poder.
Todo lo anterior impulsado por los más fascinantes cambios tecnológicos conocidos por la humanidad. Todo esto hizo que el liderazgo de la transición tuviera que enfrentar problemas nuevos como la interdependencia, la crisis de los nacionalismos, nuevos paradigmas económicos, nuevos medios y formas de comunicación, nuevos reclamos medioambientales, nuevas demandas sociales, nuevos desafíos institucionales y nuevos paradigmas políticos e ideológicos. Todos lo anterior en medio de las convulsiones de un cambio de fin de siglo.
La superación de la crisis del 2003 La del 2003 fue una crisis financiera a la que se superpuso una crisis de confianza generalizada. Esta crisis hizo retroceder todos los índices que marcan la salud de una economía y una sociedad: inflación, devaluación monetaria, caída del crecimiento, caída del PIB per cápita, retroceso en la inversión, aumento del desempleo, caída del consumo, aumento de la inseguridad ciudadana, aumento de la pobreza y deterioro de todos los marcadores sociales. Luego de importantes avances, nuestro país retrocedió casi a los niveles de los años ‘90.
Salir de las profundidades de la crisis era una titánica tarea que requería condiciones extraordinarias que implicaban: 1) una clara comprensión de las razones de la crisis, 2) un plan diseñado para enfrentar las causas y los efectos, 3) un equipo capaz de ejecutar con prontitud y eficacia las nuevas ideas, y 4) el soporte de la fuerza y la mística de un partido como el fundado por el profesor Juan Bosch. Y efectivamente, el plan ejecutado dio los resultados esperados y el país pudo salir de las profundidades de la depresión. La capacidad de comunicación fue un factor clave para devolver la confianza. La consigna “e’palante que vamos”, renovó la fe y la confianza de los dominicanos en el futuro del país y de su economía. Aunque quizás, la mayor grandeza estuvo en la hazaña de superar esa crisis en medio de la mayor alza de los precios del petróleo conocida en la historia de ese hidrocarburo.
La superación de la crisis internacional de 2008 La del 2008 fue una crisis financiera originada en los Estados Unidos que se propagó por todo el mundo dejando a su paso: quiebra de bancos, caída del crecimiento y del PIB, aumento del desempleo y de la pobreza y crisis política y social. Esta crisis tenía el potencial de catastrófica para nuestro país debido a la amplia dependencia que tenemos de la economía estadounidense, sin embargo, se tomaron las medidas que de diferentes maneras aminoraron los efectos del contagio: expansión del gasto público, aumento de la inversión, tasa de interés competitiva, incentivos a la captación de divisas, atracción de inversión extranjera, subsidios para aminorar los efectos en el sector externo, expansión de las políticas sociales y ayudas a los potenciales perdedores de la crisis.
Así, mientras en el resto de la región el contagio fue severo, aquí apenas disminuyó el crecimiento, mientras que en otros países la crisis generó cambios de partido y de gobierno, aquí se mantuvo el equilibrio político y se conservó el poder; mientras en muchos países hubo protestas y convulsiones, aquí hubo paz política y social. Todo logrado en medio de la más severa crisis alimentaria de los tiempos recientes. Es decir, el gobierno dominicano supo convertir la crisis en oportunidades que afianzaron nuestro desarrollo.
En nuestro recién publicado trabajo: “Estadistas vs. Gobernantes Ordinarios”, argumentábamos que “los Estadistas son gobernantes extraordinarios que sólo surgen en tiempos de profundas crisis o en épocas de transición que por lo general implican transformaciones radicales o virajes históricos ya sea para proteger a una sociedad o para hacerla avanzar”. Y justo eso fue lo que hizo el presidente Leonel Fernández: proteger al país de dos grandes crisis y usar los desafíos de las transiciones para sentar las bases del actual proceso de desarrollo.
Un Estadista probado Como buen Estadista supo mantener la cohesión del gobierno, la unidad de su partido y equilibrio de la nación. Tuvo el ingenio de crear una coalición de fuerzas políticas y sociales que sentaron las bases de una larga gobernabilidad democrática. Logró transferir el poder al liderazgo dentro de su propio partido garantizando con ello la continuidad del desarrollo y del proceso democrático. Tuvo la inteligencia y la sensibilidad de crear una moderna red de asistencia social, que no sólo servía de mecanismo para mitigar los efectos de la pobreza y la desigualdad, sino que contribuyó además al mantenimiento de la paz política y social. A pesar de las adversidades, logró mantener en todos sus gobiernos el crecimiento, la estabilidad y la modernización.
Tuvo la entereza democrática de legarnos una Constitución que trascendiera la coyuntura y los intereses del momento. En los días más difíciles para la nación, supo transformar las expectativas de la población y traer de vuelta la esperanza al ánimo nacional. En sus gobiernos hubo plena libertad de expresión y nunca se coaccionó a nadie por ser opositor o por sus ideas. A su salida del poder dejó un país cuantitativa y cualitativamente más avanzado que el que encontró, con transformaciones que sentaron las bases para los éxitos de los siguientes gobiernos del PLD. La superación de esas crisis y el fino manejo de esas transiciones convierten, sin lugar a dudas, al doctor Leonel Fernández en el primer Estadista consumado del siglo XXI en nuestro país.