BARRIO
La vida oculta dentro de Duquesa, el desconocido barrio que se anida entre la basura
Pocos han escuchado sobre este lugar. No está en el mapa. Pero lo cierto es que justo dentro del vertedero Duquesa, donde diariamente se amontonan 5,200 toneladas de basura, hay una barriada de casuchas construidas con materiales encontrados entre las montañas de desechos y adquiridos despacitos por sus habitantes.
Se llama Arroyo Norte de Los Cazabes. Y está dentro del vertedero más grande y desorganizado del país.
A plena vista no se ve que detrás del chiquero de madera, donde descansan vacas y cerdos, hay otro mundo donde habitan cientos de personas que son afectadas directamente por el intenso olor a basura que ahora es un híbrido entre desechos y materiales calcinados, que poco a poco ha arropado sus casas y provocado que algunos tengan que huir a un lugar más seguro.
El acceso es difícil y no hay una calle habilitada para el paso de vehículos. Es por tal razón que hay que caminar varios metros hasta acceder al barrio donde vive gente alegre y de mucha fe pese a los pocos bienes que poseen.
Allí viven buzos, constructores, amas de casa y niños. Hay pocos adolescentes. Los primeros dos oficios ahora son imposibles de hacer: el primero porque estos recolectores de basura tienen prohibido escalar las montañas de desechos por el incendio que ha afectado desde el martes 28 de abril al vertedero y sus alrededores. Mientras que la segunda fuente de trabajo fue suspendida debido al estado de emergencia que vive el país por el coronavirus.
Hay un solo camino. De ambos lados se ven cercas construidas por tablas de madera y alambres de púas. Al entrar se observan niños corriendo descalzos, sin mascarillas ni nada que les cubra el rostro, pese a la intensa humareda que impide una visión clara y el llamado al uso obligatorio para prevenir el coronavirus COVID-19.
En una de las casas vive Princiese Joseph, un ama de casa que reside en la barriada desde 2017. Su esposo es constructor, tiene dos meses sin conseguir cómo sostenerse. Durante estas semanas su pareja ha tenido que formar parte de los cientos de buzos que buscan artículos de valor en el vertedero. Sin embargo, ahora se quema y le tienen prohibido el acceso.
Antes de la humareda y el incendio su esposo fue en varias ocasiones al vertedero, sin embargo los artículos hallados entre el cúmulo de desechos han perdido el valor y los tienen guardados en espera de que los precios se estabilicen.
“Cuando no hay nada nosotros buscamos algo arriba (Vertedero) porque aquí el Gobierno no nos conoce a nosotros, como nadie nos conoce, no trabajamos, no podemos comprar mascarillas, estamos aquí con la gracia de Dios… En estos momentos los esposos se van a bucear y uno se queda en la casa”, explicó la joven madre de tres hijos.
Entre el hambre, el deterioro de la callejón, la falta de agua y otros recursos, lo que más le preocupa a la mujer de nacionalidad haitiana es que su hija de cinco meses de nacida se ha expuesto durante más de una semana a la humareda, la cual casi la ha asfixiado.
“A veces cuando se va el humo y viene otra vez yo tengo una niña aquí que casi se asfixia, y los demás vecinos tienen niños que se aprietan y eso también da muchos problemas”, manifestó Joseph, quien habita con otras siete personas que incluyen a su suegra, que también sufre problemas respiratorios, sus hijos y una hermana.
“Por este momento uno no puede decir que gana dinero o no porque todas las cosas están bajadas ahora de precio, como el hierro y las latas no se quieren subir el precio entonces uno buceaba y lo dejaba ahí para cuando todo esto pase venderlo”, dijo la mujer.
En Arroyo Norte de Los Cazabes prácticamente nadie está trabajando, se han mantenido en pie por la fe en Dios y los alimentos que les son entregados los lunes a sus hijos en los kits de Alimentación Escolar, iniciativa llevada a cabo por el Instituto Nacional de Bienestar Estudiantil (Inabie).
A pesar de ello explican que en la mayor parte de las casas viven en promedio siete personas y tienen que racionar la comida para que se extienda por una semana, misión que es casi imposible.
Casi en la entrada de la barriada justo en una puerta del lado izquierdo estaba sentado en el piso Alexis, un hombre que durante los últimos diez años en el sector se ha dedicado a buzo para mantener a su pareja y su hija de cinco años.
Alexis era de poco hablar y al contar su historia se remontaba a sus antecedentes como buzo.
A diario podía conseguir entre 500 y 1,000 pesos, dependiendo de la suerte que le trajera el día. Ahora no está trabajando por la humareda y en su caso solo tiene una hija, por lo que solo le es entregada una funda con raciones alimenticias.
En los días en los que el vertedero no se incendia se levanta a las 7:00 de la mañana, camina hacia las montañas y recolecta lo que puede. A mediodía regresa a casa donde su pareja lo espera con el almuerzo, reposa y vuelve a las labores.
“Cuando uno no tiene trabajo hay que buscar los cuartos donde quiera, hay que comer”, dijo el hombre en medio del intenso humo y metros de los trabajos de decenas de bomberos.
El martes cumplió justo una semana de “no ir a trabajar”. “Por ahora no hay nada, los guardias no quieren a nadie que trabaje para buscar los cuartos, no hay nada para nosotros ni para comer”. Pero explicó que busca “metal, hierro, plástico, de todo para uno buscar cualto… La pieza la vendo depende lo que pesa”.
En el suelo, donde estaba sentado al aire libre, tenía varias piezas de computadoras y celulares (baterías, memorias y tarjetas), que trataría de vender.
“Meterme en el vertedero a buscar la comida de nosotros”
Nelson llegó a vivir en Arroyo Norte de Los Cazabes, pero su casa se incendió hace algunos años. Ese martes estaba visitando a sus exvecinos.
Nelson es albañil y a veces buzo. “Porque tengo una familia que mantener… Lo único que no hago es robar”.
En los últimos días había optado por ir al vertedero Duquesa, pero ahora no puede por el incendio. “¿Qué tengo que hacer?, meterme en el vertedero a buscar la comida de nosotros”.
Al igual que Joseph, Nelson señaló que el precio de la mercancía de Duquesa ha variado. “Los hierros estaba a siete o 10 y ahora a tres pesos, pero imagínate hay que venderlo para comer”, continuó.
Otro de los residentes es Odeline, quien tiene 54 años y ha criado a 10 hijos en la barriada improvisada.
También forma parte de los buzos que arriesgan su salud escalando las montañas de basura del vertedero. En los días normales Odeline puede ganar entre 500 y 300 pesos.
“Y depende tu puedes conseguir 800 y hay gente que consigue más que otros que saben bucear mas que otros, entonces pueden conseguir más”, explicó el señor.
Odeline no se siente a gusto viviendo dentro del vertedero, pero dijo que no tiene otra opción.
“Si hubiera cualto para nosotros comprar en otro sitio nosotros no viviéramos aquí, pero como no hay cualto no hay forma todavía para vivir en otro sitio”, señaló.
Por otro lado, Moisés Maxi trabaja y vive en el vertedero desde hace diez años, allí habita junto a otras ocho personas.
Antes del incendio podía conseguir a diario un promedio de 1,000 o 1,500 pesos.
“Esta situación está afectándonos mucho porque uno no puede ir a trabajar, uno no puede hacer nada, el humo nos está haciendo daño a todos los que vivimos en la zona”, manifestó.
“Todo el tiempo uno ha vivido así”
Casi al final de la calle vive María del Carmen, una mujer dominicana que tiene más de 18 años en la barriada que queda en el vertedero.
María del Carmen es del Cibao, pero luego sus padres se mudaron en la barriada ubicada en Santo Domingo Norte.
Durante estos años ha criado a tres hijos de entre cinco y 10 años. Su pareja al igual que el de la mayoría de mujeres de la barriada es buzo, pero tiene una especialidad: buscar papeles. “Él bucea papeles y ya”, dijo la mujer desde la entrada de su casa de madera y zinc construida por su familia.
Antes de que se incendiara Duquesa, su compañero se levantaba a las 6:00 de la mañana para ir a buscar papeles que luego vendía hasta las 4:00 de la tarde, hora en la que regresaba.
“No lo quieren dejar bucear, si ellos se meten en la basura los sacan, tú sabes que hay vainas que explotan en la basura”, señaló.
Al igual que sus vecinos, María del Carmen y su familia come con los alimentos que le entregan los lunes, pero eso no rinde para toda la semana. Un día después de la entrega del kit solo se vio en la despensa un par de latas de sardinas.
Una particularidad de todas las casas visitadas en el recorrido es que tenían colgados de las paredes cuadros de recuerdo escolar de sus hijos, que estudian en escuelas con distancias de hasta cinco kilómetros, o sea hasta una hora a pie.
Cuando llueve tienen que cargar a los niños del hombro o simplemente dejar de llevarlos a la escuela hasta que se seque el lodo mezclado con basura.
“Es como un barrio que no está en el mapa”
En la casa de Nicolás Manaque se prende el bombillo al conectar dos alambres y así se alumbra la pequeña sala adornada de los cuadros del recuerdo escolar de sus hijos.
En el mismo lugar el sonido de una canción cristiana se esparce por toda la casa, ahí Manaque cuenta que trabajaba en el área de construcción, pero desde hace casi dos meses no tiene ingresos.
Tiene 12 años viviendo en la barriada y sus cuatro hijos, una hembra y tres varones, nacieron allí. Dice que ya están acostumbrados al mal olor, pero con el incendio uno de sus hijos ha empeorado del asma.
“A cada rato hay que salir corriendo de aquí, y no entra el 911 ni nada aquí, yo no tengo ayuda, ya uno no puede salir a trabajar, y no hay una visita del Gobierno”, explicó.
“No tenemos una representación que nos ayude este año, no tenemos una junta de vecinos ni nada, los muchachos no pueden ir para la escuela aquí cuando llueve, duran hasta una semana sin ir”, se quejó.
Iglesia pentecostal
La barriada cuenta con una iglesia construida de madera hace unos cinco años. Está pintada de blanco y adentro tiene dos filas de cinco cubículos cada una. El templo no tiene piso, así que cuando llueve no pueden dar el servicio religioso, porque la tierra se convierte en lodo. También ha permanecido cerrada por dos meses por el estado de emergencia.
Pese a las precariedades Arroyo Norte de Los Cazabes es un sector donde la fe es lo último que se pierde.
Moisés Pierre, quien se hace llamar diacono de la iglesia, vive en el barrio desde hace seis años. Allí reside con su esposa y sus seis hijos.
Pierre es el único que mantiene a su familia, pero el estado de emergencia no le ha permitido continuar con sus labores de constructor.
“Tamo en la calle, algún día tenemos que salir con el motor hasta cien pesos uno consigue, criar los puercos, ahora no hay comida para los puercos, los puercos casi se están muriendo de hambre y la gente también porque no hay nada en esa zona”, dice.
A la barriada nunca han llegado las ayudas del Plan Social de la Presidencia. Solo han sobrevivido con una funda que tiene una libra y media de arroz, media libra de habichuelas, dos sardinas y dos mazorcas, ración que tiene que alimentar a ocho personas por siete días.