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DUARTE Y PUERTO PLATA

La ruta del ‘peregrino’ por Puerto Plata

Arriba, parte de la gente que esperó en Puerto Plata la llegada del peregrino,y abaja una vista de las entradas y calles de municipios de la provincia costera del Atlántico recorridos por Migdomio Adames. /VÍCTOR RAMÍREZ

Arriba, parte de la gente que esperó en Puerto Plata la llegada del peregrino,y abaja una vista de las entradas y calles de municipios de la provincia costera del Atlántico recorridos por Migdomio Adames. /VÍCTOR RAMÍREZ

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Paul MathiasenPuerto Plata, RD

Con los pies descalzos, una cruz a cuesta, sobre su hom­bro, y levantando la esperan­za de que su peregrinación culminaría con el Covid-19, Migdomio Adames, el “Pe­regrino de Villa Altagracia” fue, de menor a mayor, su­mando adeptos a su cruzada en la provincia Puerto Plata.

“Yo lo recibí apenas atra­vesó el túnel. Cargaba la cruz y estaba completamente so­lo, y con cara de cansancio”, recuerda un oficial de la Poli­cía Nacional que quiso man­tener el anonimato.

Continuó narrando que llego a decir al peregrino que podía acercarlo a su destino, pero éste se negó. “Lo acom­pañé con el vehículo, pero el siempre caminó. Lo recibí cerca de las 10:00 de la ma­ñana del viernes y ya faltan­do 10 minutos para las 5:00 de la tarde fue recibido por una multitud en Imbert”.

Tras confirmar su trayec­to, nació una duda: ya en diversos reportes se alega­ba que el peregrino había recibido escoltas del mu­nicipio Altamira, pero es­to fue negado por el oficial. “Todo el tiempo seguimos derecho hacia Imbert; nun­ca entramos a Altamira. Nos mantuvimos recto por la avenida Circunvalación”, la vía que recorre toda la provincia Puerto Plata.

Esta versión fue luego confirmada por personal del cuerpo de bomberos de este municipio. “Estábamos escu­chando la radio y oímos a la alcaldesa de Imbert tirándo­nos la culpa y diciendo que un camión de los bomberos de Altamira le dio escolta, pe­ro eso nunca fue así”, asegu­ró un miembro del ente de socorro público.

A las 4:50 el peregrino arribó a Imbert, donde una multitud ya lo estaba espe­rando, según Roberto Mo­ran, un trabajador de la zo­na. ”El llegó sólo, con una patrulla al lado, pero era tan­ta la gente que estaba espe­rando que no se podía ver si venía alguien más”, dijo.

A pesar de la cercanía con el toque de queda, el peregri­no se tomó cerca de 30 mi­nutos, mientras saludaba a la gente y rezaba con ellos.

Más tarde le ofrecieron es­tadía y durmió en este muni­cipio.

Llegó el sábado y continuó la travesía, pero con decenas de personas que decidieron por “voluntad propia” seguir lo como si de un profeta sal­vador se tratase.

Los pasos de Migdomio Adames, ya descansados, re­tomaron su ritmo, haciendo su llegada al municipio Mai­mon.

“A las 2:00 de la tarde llegó aquí, entró a la iglesia y salió, luego de dos horas, para des­pués dirigirse a la estación de bomberos, donde durmió”, comenta Juaner John, quien vio como cientos de seguido­res invadían los alredores de su hogar, mientras otros se unían a los que ya le seguían en medio de esta jornada de peregrinaje.

Y llegó el día, domingo. cuando llegó a su destino fi­nal, no antes sin pasar por un mal trago. Con sus cien­tos de seguidores de fondo, a los cuales se les había su­mado vehículos oficiales y privados, el peregrino atra­vesó el municipio cabecera de Puerto Plata y abrió las puertas de la Catedral de San Felipe de Apóstol

Eran las 10:30 de la ma­ñana y sus seguidores espe­raban, con la expectativa de que el obispo de esta zona podría recibirlo, algo que no ocurrió, porque esta autori­dad religiosa se negó. Sen­tando proximo a la Catedral, Cecilio Hulloa recuerda el momento cuando Adames salió rápidamente de la es­tructura. “Parecía molesto porque el obispo no lo quiso recibir después de su viaje”, dijo.

Fue bastante efímera su permanencia en la cátedral, pero su destino final estaba cerca: las aguas del Océano Atlántico.

Con toda su caravana, a las 11:30 de la mañana, Migdomio Adames baja­ba su pesada cruz hacia las aguas del Atlántico, ayu­dado por sus seguidores, mientras este, sonriente por haber alcanzado su meta, y empapado de lo que seguro consideraba agua bendita, cerraba su periplo con una oración final, en la que ase­guraba “acabaría con el Co­vid-19 en el país”.

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