Opinión

Ensayo

Ambivalencias políticas de nuestra “dominicracia”

Homero Luis Lajara Solá | HISTORIADORSanto Domingo

En el ocaso del Siglo XIX, el endeudamiento del presidente Ulises Heureaux (Lilís), colocó al país en una situación difícil ante la comunidad internacional. El gobierno francés, como medida de presión ante una deuda de $250,000 francos, ancló tres buques de guerra en el fondeadero del Placer de los Estudios, actitud que otros acreedores amenazaban con tomar.

Estas embarcaciones motivaron que damas dominicanas con banderas nacionales sostenidas por sus cuatro puntas, salieran a las calles a recolectar dinero en efectivo, relojes, prendas, etc. Solo un día, el pabellón nacional fue la cornucopia que salvó la dignidad nacional, ensombrecida por políticos egoístas y ambiciosos que administran el erario como si tuvieran una especie de patente de corso.

Al presidente Lilís, lo sustituyó su vicepresidente, Wenceslao Figueroa, bajo la tutela de generales de la montonera como Perico Pepín, y un mes después, rancias debilidades y malos manejos lo hicieron saltar del cargo, por lo que se nombró una “Junta Popular Gubernativa” presidida por el general Pedro María Mejía, quien duró apenas cuatro días, hasta que Horacio Vásquez hizo su entrada triunfal desde el Cibao en compañía de Ramón Cáceres.

El gobierno provisional de Vásquez restableció el orden, eliminó las papeletas de Lilís y dispuso que se adoptara el dólar norteamericano como moneda oficial, motivado en los cambios políticos y sociales que fueron aprovechados por los norteamericanos para desplazar la influencia europea en el país. Vázquez era popular, no obstante, cedió la candidatura presidencial a Juan Isidro Jimenes, y él fue como vicepresidente, juramentándose el 15 de noviembre de 1899.

Renegociando deuda Nuestras debilidades de ese momento, motivaron al presidente Jimenes enviar a su ministro de Relaciones Exteriores, Francisco Henríquez y Carvajal a renegociar la deuda con los tenedores de bonos franceses y belgas, pero los acuerdos fueron rechazados por un Congreso dirigido por Vásquez, por temor a que el Presidente eligiera a Henríquez como candidato presidencial en 1904. Por esta razón, Vásquez tomó la decisión de deponer a Jimenes.

Ante tales circunstancias, Vásquez desconoció el Congreso para evitar que le hicieran lo mismo que él hizo y gobernó por decreto. Al mando de Desiderio Arias, los jimenistas enfrentaron al gobierno los ocho meses. A los jimenistas les llamaron los “bolos” y a los horacistas “coludos”.

Cárcel para políticos Para el 1903, la Torre del Homenaje se convirtió en una abarrotada cárcel de políticos, quienes se amotinaron, mientras la línea noroeste era zona de guerra por las pugnas políticas, por lo que los presos tomaron la cárcel, obligando a Vásquez y sus tropas regresar del Cibao.

El enfrentamiento que se produjo entre ambos bandos dejó alrededor de mil muertos, provocando la llegada de barcos alemanes, norteamericanos, holandeses y franceses, para proteger a sus ciudadanos. Vásquez fue derrotado junto a Ramón Cáceres, huyendo en el crucero Independencia y surgió Alejandro Woss y Gil, como líder, tomando el control. Jimenes, sin poder, se fue a New York como agente financiero del gobierno.

Woss y Gil, lilisista, eligió de vicepresidente a Eugenio Deschamps, opositor de primera línea de Lilís. Su mal gobierno provocó una revuelta desde Puerto Plata, dirigida por el exsacerdote Carlos Morales Languasco, a quien se unieron jimenistas y horacistas, llamándose “Revolución de la Unión”.

Al alcanzar la victoria, Morales traicionó a Jimenes y se alió a los horacistas. Los jimenistas atacaron en la llamada “Revolución de la Desunión”. A pesar de que Morales sólo tenía el control de la capital y Sosúa, contaba con el apoyo de los Estados Unidos, quienes le reconocieron su gobierno.

Durante esos enfrentamientos, tropas jimenistas acantonadas en la capital, dieron muerte al maquinista J.C. Johnston, del buque norteamericano “Yankee”, fondeado frente a la ciudad, hecho que ocasionó que arribaran al país los cruceros de guerra Newark y Columbia. A pesar de esa proyección de fuerza norteamericana, ésta no fue óbice para que el vapor comercial New York, fuera tiroteado por los rebeldes jimenistas. Estos ataques provocaron que los cruceros Newark y Columbia bombardearan la barriada de Villa Duarte, desembarcando cuatrocientos infantes de Marina, quienes desalojaron a los insurgentes de la plaza. Y como un hecho insólito, el presidente Morales, en vez de protestar por ese hecho de violación de nuestra soberanía, ordenó fusilar a Nicolás Sosa, por ser el presunto atacante a los barcos norteamericanos.

Para ese período la deuda con la Santo Domingo Improvement, fue reconocida por un tribunal de arbitraje de Estados Unidos, calculada en 4.5 millones de dólares, más los intereses de 4% anual. Y no solo eso, Morales, para seguir congraciando con los norteamericanos, aceptó todos los requerimientos de la deuda pública y les ofreció el arrendamiento de la bahía y península de Samaná, y bajo el amparo de ese poderío naval, impulsó el laudo arbitral que beneficiaba a Estados Unidos.

El 25 de enero de 1905, Morales firmó un protocolo que establecía que las recaudaciones aduanales de la República Dominicana serían manejadas por agentes de Estados Unidos; con la proporción de un 55% para el pago de la deuda y 45% para nosotros cumplir nuestros compromisos internos. Debido a que el Congreso norteamericano no ratificó el acuerdo, el presidente Theodore Roosevelt aplicó la figura diplomática del “Modus Vivendi” la cual pone en vigencia un acuerdo internacional, de forma provisional, para después dar paso a un acuerdo permanente, lo que constituye en el fondo una especie de protectorado.

El presidente Morales, al verse sin el apoyo de los horacistas, se levantó en armas contra su propio gobierno, con apoyo de los jimenistas, pero como el Congreso era en su mayoría horacista, lo declararon fuera de la ley, asumiendo la presidencia Ramón Cáceres.

Con este hecho, se inicia un ciclo político con estilo decimonónico, cuya característica más destacable sería el fanatismo, que parecería haber trascendido a este Siglo 21, dando lugar a que las ideologías, con honrosas excepciones, sean suplantadas por intereses personales y cargas emocionales que coexisten con sentimientos opuestos, con la agravante de tres elementos detonadores de crisis: falta de patriotismo, de autoridad y el no temor a sanciones. El gran reto nacional aún persiste. ? Ensayo.

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