Opinión

Observatorio Global

David contra Goliat: Un combate que trasciende los tiempos

Leonel FernándezSanto Domingo, RD

Después de conquistar la tierra prometida, durante la época de Josué, Israel se sumió en la idolatría. Se dice que el pueblo pecaba contra el Señor; y que frente a eso, Jehová creaba un enemigo para que el pueblo se arrepintiera y volviese a Él.

Naturalmente, el pueblo se arrepentía y clamaba al Señor, por lo cual este lo liberaba por medio de un juez, que Él levantaba. Un versículo del libro de Jueces describe ese periodo, en estos términos: “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía”.

Samuel fue el último de los jueces del pueblo hebreo. Saúl su primer rey; y la vida de David, que de pastor de ovejas, poeta y músico, pasó a ser la de guerrero y sucesor de Saúl, puede interpretarse como la historia de la transición de Israel de una teocracia a una monarquía.

Durante ese periodo de transición, el pueblo israelí vivía uno de sus periodos más sombríos desde que Moisés lo liberó de la esclavitud de los egipcios. Durante varios años había estado en una situación de guerra permanente con sus vecinos, especialmente con los filisteos, un pueblo de origen indoeuropeo, antisemita, con gran capacidad militar. La situación de confrontación bélica del pueblo elegido de Dios con los habitantes de Filistea, hoy la zona de Gaza, en Palestina, había llegado a un punto tal, que en una sola batalla llegó a perder a 30 mil hombres.

De acuerdo con los estudiosos de las Sagradas Escrituras, esa batalla fue decisiva en la vida del pueblo hebreo. Fue el momento más tormentoso en que había caído, ya que, como consecuencia de esa batalla, los filisteos se habían quedado con el Arca de la Alianza, vínculo sagrado del pueblo con Dios.

En las sucesivas batallas, Israel continuaba perdiendo soldados. La situación iba de mal en peor. El desmoronamiento parecía inminente. El pueblo perdía toda esperanza.

Respuesta a un desafío

Así fue como los filisteos organizaron sus ejércitos para la guerra y se congregaron en una colina. También los israelíes acamparon en una colina; y ambos ejércitos se encontraron uno frente al otro en lados opuestos del valle de Ela.

De acuerdo con el relato bíblico, salió entonces del campamento de los filisteos un paladín, el cual se llamaba Goliat, proveniente de la ciudad de Gat. Era conocido como un gran combatiente, posiblemente un mercenario.

Resaltaba por su gran estatura. Medía “seis codos y un palmo”, lo que equivale a 9 pies y 9 pulgadas, o casi 3 metros de altura.

Su cabeza estaba cubierta con un casco de bronce y llevaba una armadura de 5 mil siclos de peso, es decir, de 154 libras. A sus pies traía botas de bronce y en la espalda un escudo, también de bronce.

El asta de su lanza era como un rodillo de telar, y su punta, de hierro, pesaba 600 siclos, o 18 libras. Llevaba un escudero delante de él.

Goliat desafió a Israel proponiendo que saliera uno de sus hombres a enfrentarlo en combate, y que si él perecía entonces los filisteos quedarían sujetos a Israel. Pero, por el contrario, si el vencedor era él, entonces los israelíes quedarían sometidos a la condición de siervos de sus adversarios.

Conforme con la narración de los textos sagrados, Goliat dijo: “Hoy yo he desafiado al campamento de Israel; dadme un hombre que pelee conmigo. Oyendo Saúl y todo Israel estas palabras del filisteo, se turbaron y tuvieron gran miedo”.

Esa situación se produciría durante 40 días, cuando Goliat salía, ya no solo a desafiar a los israelíes, sino a proferir contra su Dios. Se burlaba de ellos, los ridiculizaba y les hacía sentir impotentes ante su reclamo de pelear con uno de los combatientes de las filas israelíes.

He aquí, sin embargo, que en medio de esas circunstancias, surge la figura de David. Este había sido enviado a la zona de combate por su padre, para llevar alimento a sus tres hermanos mayores, quienes estaban al servicio de las tropas del rey Saúl.

Hasta ese momento, a David no se le conocían condiciones de guerrero. Solo se había dedicado al pastoreo de ovejas y a tañer el arpa. Al ser cuestionado por Saúl acerca de sus posibilidades de enfrentarse con el gigante de Gat, respondió que en su labor pastoril, se había enfrentado, en múltiples ocasiones con las bestias que amenazaban su ganado, resultando siempre triunfante.

David no pudo resistir el peso de la armadura que el rey le pidió utilizar. Se deshizo del casco de bronce que portaba sobre su cabeza; de la coraza y de la espada, porque según sus palabras, “yo no puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué”.

Combate para la historia En su lugar, David tomó una honda y cinco piedras y salió al campo de batalla donde lo esperaba, en forma arrogante y en actitud de menosprecio, el gigante Goliat.

Al observar que David carecía de armadura, Goliat se burló de él diciendo: “Ven a mí y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo.”

Entonces dijo David al filisteo: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano y yo te venceré y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra, y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel”.

A esto, añadió: “Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla y él os entregará en nuestras manos”.

Así fue que cuando el filisteo se levantó y fue al encuentro de David, este corrió a la línea de batalla. Lanzó con su honda una piedra que clavó en la frente del gigante, el cual cayó sobre su rostro en tierra.

De esa manera venció David a Goliat, con honda y piedra, sin tener espada en su mano. Corrió David y se puso sobre su adversario. Le tomó la espada y le cortó la cabeza. Cuando los filisteos vieron a su paladín muerto, huyeron.

Para la generalidad de las personas, en todo conflicto, el poderoso ha de vencer al débil; el grande al pequeño; el rico al pobre. Sin embargo, no siempre es así.

A veces, incluso, ocurre al revés. Es el débil quien derrota al poderoso; el pequeño hace sucumbir al grande; y el pobre se impone sobre el rico.

Esto así, cuando una idea, una causa justa o un sentimiento de indignación se apoderan del alma de un pueblo que ya no resiste el abuso, la intolerancia o la arrogancia del poder.

Es entonces, en esas circunstancias, que se producen las batallas y combates que trascienden los tiempos, como cuando David derrotó a Goliat.