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Enfoque. La sucesión partidaria

Danilo Medina: ¿Cómo quiere ser recordado?

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Roberto RosarioSanto Domingo, RD

“La razón debe servir a los impulsos espontáneos en lugar de dominarlos”. José Ortega y Gasset

En 1978, la República Dominicana inició el tránsito hacia la “Tercera Ola Democrática en América Latina”, con el advenimiento del hacendado Antonio Guzmán a la Presidencia, y el PRD al Gobierno, superando así la incertidumbre de gobiernos militares y cívico-militares en América, e insertando nuestras naciones en la democracia electoral, que tiene el sufragio como fuente de Poder.

En este lapso, ha predominado la voluntad popular, salvo las imperfecciones propias del sistema, verbigracia, los traumas de los años 1990 y 1994, que concentraron la atención de las democracias de América, para revertir y prevenir estos intentos de regresión institucional y política.

Nuestra democracia superó la alternancia política de un partido a otro. Mas, no ha podido superar, sin traumas, el traspaso de mando de un Presidente a otro emanado de las filas de su propio partido, sin que esto provoque inestabilidades sociales y políticas, que hagan tambalear todo el sistema democrático.

En los últimos 50 años, solo Leonel Fernández supo sobreponerse a esta tentación, y transferir el Poder a quien le disputaba el liderazgo político al interior de su partido.

¿La perpetuación política? En la época post trujillista, hemos tenido nueve presidentes constitucionales, entre ellos Francisco Alberto Caamaño Deñó, producto de la guerra civil y patriótica de 1965; y Jacobo Majluta, con una duración de 43 días, sucediendo a Antonio Guzmán Fernández, que se suicidó el 4 de julio de 1982, angustiado por el encono en su contra del compañero que le sucedería en el gobierno; según recoge Joaquín Balaguer en su obra Memorias de un Cortesano, y analistas políticos.

Esta tragedia se impuso en el recuerdo popular, opacando la valoración de la gestión de Antonio Guzmán. Su fatídico desenlace, fue el clímax de la confrontación en el Partido Revolucionario Dominicano, entre sectores del Presidente saliente Guzmán, y Salvador Jorge Blanco.

Hegel establece que la historia suele repetirse, “una vez como tragedia y otra vez, como farsa”. No habían transcurrido cuatro años, cuando Jorge Blanco asumió como su enemigo en la contienda electoral, a su compañero Jacobo Majluta. Con sus acciones, afectó tanto la marca PRD, que facilitó el retorno de Joaquín Balaguer, archienemigo de su partido. Cerró las puertas al candidato perredeísta, y los sacó del Poder durante 14 laaaaargos años. El resultado de esta obsesión, fruto del odio y rencor, le hizo pagar caro este gravísimo error.

En 1996, Joaquín Balaguer dedicó todos sus esfuerzos para evitar transferir el Poder a un miembro de su partido, a la sazón Vicepresidente de la República, el licenciado Jacinto Peynado, abriendo las puertas al entonces novel político Leonel Fernández. Esto significó la disminución y casi desaparición del Partido Reformista. Anteriormente había obrado en igual sentido contra Francisco Augusto Lora.

En el 2000, Hipólito Mejía no solo “amarró la chiva” en la casa del extinto líder reformista, como solía decir, sino que adquirió los hábitos de dicho líder, que lo había vaticinado en su célebre poema La Tebaida Lírica, pronosticando ver el cadáver de sus enemigos en los frentes de su casa.

En efecto, hostigó los precandidatos perredeístas, dividió su partido, impuso una reforma desde el Gobierno para habilitarse, y no transferir el Poder a los liderazgos que le adversaban en el mismo. De dicho cuatrienio, dos eventos son recordados: la debacle del sistema financiero, y la compra de una reforma constitucional, al margen del consenso y legitimidad. Finalmente perdió.

¿Cómo quiere ser recordado? La experiencia que hemos relatado, permite comprender cómo decisiones emotivas, emanadas de coyunturas, terminan opacando, o estigmatizando, la obra vital de una gestión. Por lo que al cierre, el gobernante necesita un espacio de reflexión, respecto de: 1ro. ¿Cómo desea ser recordado?; 2do. ¿Qué impacto tendrán sus últimas ejecutorias y decisiones, en el futuro del país?; 3ro. ¿Quién dentro de las posibilidades reales le garantiza la continuidad de lo que él considera su legado?

El 22 de julio pasado, el Presidente informó al país su determinación de no postularse para el año 2020. Se desmarcó de los intentos de Reforma que estaba en desarrollo, que según el presidente del Senado, el texto había sido redactado por el Consultor Jurídico Flavio Darío Espinal.

Este primer paso, lo coloca en una disyuntiva: ¿cómo actuar en este momento histórico? En función de la respuesta a esta pregunta, entonces pasará a la historia como líder político, estadista, o jefe de una facción política. ¿Es verdad que el Presidente tiene como única opción arriesgarse a una derrota, a través de interpósita persona? No, tiene otras. ¿Cuáles y qué significan?

El estadista es visionario, en aras de la dinámica social proyectada hacia una nación más consolidada democráticamente, en todos los aspectos de la vida colectiva, incluyendo el político.

Actúa como instrumento del devenir histórico, al servicio del cual pone su sabiduría. Se establece que “el político piensa en la próxima elección, el estadista en la próxima generación”.

El líder influye en los demás. Su liderazgo puede ser coyuntural o limitado. Puede trascender el presente y fronteras. Puede ser líder por autoridad moral y/o política, por el Poder o por la capacidad para asignar recursos.

El liderazgo puede ser utilizado a favor o en detrimento de los pueblos. Para fortalecer la democracia, o limitarla. Para el avance positivo de las naciones, o su estancamiento, e incluso su retroceso. Todo depende de la visión del líder, y del tipo de influencia que sobre el mismo tengan sus allegados, y los intereses que representen.

En el contexto de estas reflexiones, la facción política se define como: Grupo de personas unidas por ideas o intereses comunes dentro de una agrupación, colectividad o partido.

El estadista... Esta meditación es importante; al final, los nombres de sus allegados y colaboradores, difícilmente sean registrados con notoriedad para la historia.

Pasarán desapercibidos en el recuerdo social. Mas su nombre, está llamado a ser registrado. Dejará huellas. Él y solo él debe decidir, en lo inmediato, si confiar en su propia familia política, o dar un salto al vacío.

En este caso, si el Presidente, en las primarias del PLD, reproduce el comportamiento de los antecesores referidos, y vuelca contra el liderazgo de quien discrepa, todo el Poder de que dispone para impedir su triunfo, reducirá su rol al de jefe de facción, en perjuicio de su obra de gobierno, arriesgando su partido, con sus militantes. A partir de ahí, como diría Hipólito Mejía refiriéndose a sí mismo, “esta maldición le perseguirá por siempre”.

En sentido contrario, el Presidente tiene la oportunidad histórica de colocarse por encima de las pasiones, de consagrarse a concluir bien su mandato, y ejercer un papel de equidistancia, de equilibrio, ante esos intereses partidarios, subalternos de los de la República. Si se sobrepone, cerrará esta página incalificable de la historia, en que como el Dios griego Cronos, los gobernantes dominicanos han preferido transferir el Poder a otros, que a sus propios compañeros.

Leonel cumplió en el 2012... ¡Ahora le toca a Danilo!