Longevidad
Con 102 años, José Romero jugó gallos, bailó y trabajó mucho
“Yo estoy bien. A mí no me duele nada”, expresó el señor José Romero, de 102 años, mientras me saludaba con un fuerte apretón de manos.
De inmediato aclaró que los lentes que usa no son recetados, sino de lujo. “Yo no sé de letras, pero si veo los números te puedo decir, ese es un 4, sin lentes”, resaltó.
Es un hombre que trabajó mucho la agricultura, produciendo en una parcela de su propiedad y en otra de su mujer, con lo cual mantuvo a la familia. Sembraba arroz, habichuelas, guandules, ñame, yuca, auyama y otros productos.
Su parcela la vendió cuando se mudó siendo sus hijos ya adultos de su natal Maná, en Haina, San Cristóbal, al sector Arroyo Bonito, de Manoguayabo, provincia Santo Domingo, donde vive actualmente. Explicó que vendió la propiedad porque solo se mudaba si tenía el dinero para comenzar a construir una casa. “Yo no le pido ni a nieto, ni a biznieto, ni a hijos , yo no le voy a pedir a nadie, me dan de gusto”, dice con orgullo.
Se define como una persona respetuosa, que comparte con los vecinos y que no se queda con un centavo de nadie. “Yo respeto para que me respeten”, afirma.
Divertido y alegre En su juventud, le gustaba fumar cachimbo, bailar, tomar alcohol y jugar gallos. Iba a las fiestas con los tíos. Y su padre fue quien le enseñó a fumar.
“Eran 9 días jugando gallos y bailando, si no fuera por esto (el bastón) me fuera a Villa Altagracia a bailar”, manifestó. El bastón lo usa luego de que sufrió una trombosis hace dos años, de la que se recupera. Dice que antes de esa enfermedad, nunca fue a un hospital, porque no se enfermaba.
Vive con su esposa y una nieta, auxiliado por sus hijos que los ayudan con lo poco que consiguen, pues no tienen grandes ingresos, ya que dependen de trabajos informales.
Este centenario cree que ha podido llegar a esa edad por la buena voluntad que siempre ha tenido, pues enfatiza que es amistoso y nunca ha peleado. “Para tener enemigos, mejor tengo muchas amistades”, precisó.
Es una persona de mucha fe. “Rezo mi credo. Jesucristo adelante y atrás”, dice.
Añora la época antigua por la abundancia de la comida, la crianza de los hijos y la vestimenta.
“Las cosas mías son las cosas de atrás”, comenta, tras precisar que ahora se ha perdido el respeto.
“Había respeto antes, con una seña que le hiciera uno a un muchacho, se iba. Hoy no hay respeto, los hijos les dicen cualquier cosa a los padres y ellos los apoyan”, compara. Cuestiona que los muchachos ya no le besen la mano a los mayores.
“Usted sabe lo bonito que es decir la bendición mamá, la bendición papá, la bendición tío, la bendición madrina, y uno le diga, Dios me lo libre de lo malo. Con eso uno lo está espantando de lo malo”, indicó.
Recuerda que las mujeres usaban unas pantaletas que les pasaban de la rodilla y vestidos largos, y que los hombres solían andar con trajes. Considera que ahora las mujeres andan casi desnudas.
En su época, dice, los muertos eran enterrados en yaguas y el colchón donde fallecía se quemaba después. Expresó que donde se crió todo era monte, llovía mucho y había mucha comida.
Apuntó que cuando se mataba un puerco, se vendía mucha carne en unos platos de zinc, que solo costaban 5 y 10 cheles. “Había tanta carne antes, que usted salaba la carne, la tiraba en la yagua, arriba de la casa, en cuaresma, para guardar”, narró.
Se crió comiendo en higüero y bebiendo agua en bambú.
Nunca fue a la escuela, porque donde creció no había centros educativos, y los padres no tenían dinero para mandarlos a estudiar.
Sin embargo, se empeñó porque sus hijos estudiaran, trabajando la agricultura, logrando llevar algunos hasta el bachillerato.