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Lo difícil no es llegar, es irse

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Ricardo Pérez fernández | ECONOMISTA Y POLITÓLOGOSanto Domingo

Por lo general todo inicia en la etapa de la socialización política del individuo, cuando este empieza a ser capaz de comprender la hipocresía y la doble moral que verificamos en algunos ámbitos de la vida en sociedad. Algunos deciden adaptarse a esto y vivir con aquello que está preestablecido, otros resuelven intentar cambiarlo.

Dentro de estos últimos, están los que terminan participando de la política.

En las repúblicas unitarias construidas sobre el modelo de la democracia representativa, tal como la dominicana, existe una correlación directa y positiva entre la jerarquía de los cargos electivos y el poder.

Siempre podrá decidir y hacer más el presidente que el regidor, y por eso, la inmensa mayoría de aquellos que aspiran a hacer vida política, visualizan como la cúspide de ese trayecto, el imaginarse presidentes, decidiendo y haciendo, con autonomía y poderío, en procura de lograr sus objetivos.

Muy pocos llegan a la cima, logrando sortear todas las vicisitudes que el lector ha de imaginar existen en la travesía que supone lograr, primero, que la mayoría dentro de un partido político, y luego de toda una sociedad, decidan otorgarle el privilegio de dirigir los destinos de la nación.

Pero, si difícil y extraordinario es acceder a la cumbre del poder, más difícil aún es descender de ella cuando las leyes dictan que corresponde, sin sentir tentaciones o impulsos de permanecer en el cargo más allá de lo acordado originalmente.

Creen que es montarse… pero es desmontarse En la novela “El primer día”, una obra maestra que debe ser estudiada con interés por todo aquel que quiera comprender la naturaleza del ser humano y del poder, el mexicano Luis Spota Saavedra articula una his- toria adictiva sobre el primer día de la vida de un presidente, luego de abandonar el cargo. Allí, de forma muy elocuente, el autor detalla acontecimientos y situaciones que hacen advertir al expresidente, abrupta y descarnadamente que, a partir de aquel momento, ya era otro quien mandaba.

Lo que cuenta Spota en su novela, ha sido corroborado por la poca literatura existente sobre el tema en América Latina, y que consiste fundamentalmente en testimonios de expresidentes y de otros funcionarios que han contado sus experiencias al salir de posiciones de poder.

También, a modo complementario de lo anterior, desde el ámbito de la psicología se han estudiado las diversas crisis conductuales a las que puede llevar la resistencia al desapego, cuando a lo que se está apegado es a alguna variante del poder político.

Depresión; tristeza; un inmenso vacío que deriva en el desvanecimiento paulatino del propósito existencial; sentimientos de inutilidad; pérdida del autoestima, entre muchos otros, son los sentimientos que invaden a algunos de los que no se sienten preparados para abandonar el poder. En casos excepcionales, que son aquellos donde quienes ocupan la posición de poder anhelan la llegada de la fecha de salida, son el alivio, la conformidad y la satisfacción los sentimientos experimentados.

Sin embargo, lo común, como hemos sugerido implícitamente, es que quien detenta una posición de poder, exhiba cierto nivel de resistencia a entender que siempre llegará el momento, sea este prescrito por ley o por la ausencia de respaldo popular, en que el poder pase a otro. Entre los que tienen dificultad en asimilarse fuera del poder una vez han estado en él, hay quienes desarrollan una segunda categoría de sentimientos, que pueden resultar peligrosos, toda vez que los mismos pueden conducir a decisiones irracionales y a asumir aventuras que desbrocen senderos de mucho riesgo.

La ansiedad, provocada fundamentalmente por la realización de que ya no se tiene control sobre los resortes del poder; el temor a aquellas expresiones y materializaciones de la ingratitud y la traición que inevitablemente vendrán una vez no se cuente con la posibilidad de complacer o de privilegiar, y el miedo a posibles intentos de venganza provenientes de aquellos que se hayan sentido maltratados, perseguidos, menospreciados, insultados y hasta ignorados.

…esa es la democracia Sin embargo, así como en el amor la manifestación más sublime de su existencia, es cuando corresponde dejar ir aquello que se ama, por entenderlo lo más conveniente para el sujeto amado, así mismo, nada muestra mejor el carácter democrático de un poderoso de turno ---porque el poder, amigo lector, nunca es permanente y siempre es pasajero---, que cuando este entiende y acepta que las leyes le obligan a traspasar ese poder y retornar a la normalidad.

Nadie dice que sea fácil.

Aceptar convertirse en la encarnación de algunos males, aunque sea por momentos y a baja intensidad, luego de ser un eje centrípeto de todo tipo de adulación, requiere de cierta templanza y de ciertos rasgos de personalidad.

Según múltiples análisis psicológicos, lo anterior se hace posible en la medida en que quienes detentan posiciones de poder logran diferenciar su valor personal del valor del cargo, algo que en sociedades como las nuestras, tan dependientes y lisonjeras del poder, resulta muy difícil.

De igual manera, en sociedades con bajos niveles de institucionalidad, entregar el poder, según experiencias de primera mano, puede conducir a una reflexión de lo que tal vez sea una jugada maestra, o un maleficio del poder mismo: Se sacrifica y se lucha, a veces por largo tiempo y a un costo elevado, por hacer de lo improbable algo posible, que es alcanzar la cúspide del poder; pero una vez allí, se advierte que si difícil y tortuoso había sido llegar, más lo es irse, por la inevitable vulnerabilidad que siente casi todo el poderoso que un día deja de serlo.

Y de ese “casi” anterior es que deriva la evidente conclusión de que lo difícil y lo extraordinario en sociedades como la nuestra, no es encontrar quién esté dispuesto a asumir el sacrificio que implica perseguir el poder hasta alcanzarlo, sino encontrar quienes tengan la fortaleza y la integridad de carácter para desapegarse de él, del poder, cuando llegue el momento de irse, sin pretender alterar las condiciones del juego para evitarlo.

Eso, según testimonios vivenciales y análisis psicológicos, es lo difícil y lo extraordinario.

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