SERIE ESPECIAL | Los que nunca volvieron
“Se fue sin darme cuenta y no la he vuelto a ver”
Ese 22 de noviembre de 2017 Práxedes Alcántara estuvo compartiendo durante toda la noche en la cama con su esposa Rosa María Mora mientras veían el juego de béisbol entre las Estrellas Orientales y los Tigres del Licey que era transmitido por televisión.
Rosa María, de 65 años de edad, ya había dejado listo en el armario los pantalones deportivos color verde, la camiseta blanca y sus tenis de hacer ejercicio para asistir en horas de la mañana a una actividad de laudes que tenía la iglesia a la que ella iba con frecuencia, y que queda solo a una esquina de su vivienda, ubicada en el sector Honduras de la capital.
Se suponía que la empleada doméstica acompañaría a Rosa María a la iglesia y posteriormente a sus caminatas en el mismo residencial, ya que ella había sido diagnosticada dos meses y medio antes de depresión por especialistas médicos, por lo que se medicaba con pastillas de manera frecuente, como en efecto lo hizo en esa ocasión.
Aquella noche, común y corriente, típica de dos esposos que unieron sus lazos durante décadas; se recostaron en el colchón de su alcoba para dormir y despertar juntos como sucedía desde hacía 43 años. Pero ese amanecer del 23 de noviembre, no ocurrió así. Nada volvería a ser igual.
Práxedes se despertó a las 6:00 de la mañana y ya Rosa María no estaba en su cama. Se había levantado en horas de la madrugada sin hacer ruido, se vistió con la ropa que dejó lista en el armario, y sin esperar a la trabajadora de la casa; emprendió un camino aún desconocido para sus familiares, autoridades y la sociedad en general.
Las cámaras de un residencial de clase media de la capital no pudieron captar su ruta. Y peor aún, la iglesia había suspendido la actividad de laudes que tenía, por lo que el pánico se apoderó tanto de su esposo como de su hija, Paola Alcántara, quienes no esperaron ni dos horas para dar la voz de alarma.
Nadie lo vio venir Un día antes de su desaparición, Rosa María había asistido al colegio de su nieta junto a su esposo y su hija con motivo al Día del Abuelo, y tuvo oportunidad de destilar su nobleza con las palabras de amor que siempre la caracterizaban, según sus familiares.
“Ella habló de lo especial que era su nieta para ella, de lo tanto que la amaba, de las bondades de esa relación tan estrecha que ambas tenían, realmente se le veía bastante feliz”, expresa Paola con sus ojos vidriosos, tratando de ser fuerte al hablar de su madre desaparecida.
Paola asegura que la depresión de Rosa María inició sin explicación en septiembre de 2017, luego del paso de los huracanes Irma y María. Posteriormente fue internada y medicada hasta que paulatinamente se recuperaba de sus complicaciones.
A medida que transcurrían las semanas, ella fue volviendo a la normalidad y, por recomendación de los médicos, era vital que saliera más a menudo pero acompañada de alguien para tener mayor seguridad de su integridad física. Es por eso que aquel día, y en menos de una hora, todos se dieron cuenta de que algo estaba mal, por lo que acudieron a las autoridades.
Enigma El residencial Honduras, ubicado en la capital, es una comunidad de acomodados apartamentos y casas de clase media alta. En el interior de la zona no circulan numerosos vehículos y las calles son más o menos anchas. Cualquier ladrido de un perro se podría escuchar a una cuadra, o cualquier sonido de motocicleta puede extenderse hasta una esquina.
Cerca de la vivienda de Rosa María hay un local de Control Piloto de la Policía Nacional, además de supermercados, colmados y otros establecimientos comerciales, todos con cámaras de seguridad. Pero ninguno de sus lentes ha podido captarla, según dicen las autoridades a su familia.
Han pasado casi 10 meses y todavía los investigadores policiales siguen con los mismos datos del primer día. Nada ha avanzado en las investigaciones y cada mes que se acerca aleja toda posibilidad de encontrarla.
Son muchas las conjeturas y la más repetitiva es que Rosa María pudiera estar en un punto del país como indigente, o tal vez en algún albergue para ancianos “sin familia”; pero ninguna de las suposiciones han dado con la pista definitiva de qué realmente pasó con ella.
En la actualidad, Práxedes pasa gran parte del tiempo en el balcón del apartamento en que convivía con su amada esposa, mirando hacia afuera para ver si alguna figura familiar se acerca. Quizás esperando que Rosa María haya padecido alguna amnesia y haya recobrado los recuerdos de sus familiares que tanto desean su llegada al hogar.