En el fondo de la pobreza
Una realidad que trastorna sus vidas
A la orilla de la cañada de Guajimía, justo detrás del residencial Santo Domingo, el panorama del viernes en la mañana es variado en cada familia.
En el fondo, en una casa en cuyo frente dos cerdos reposan sobre la basura, Mercedes y sus tres hijas solo atinan a mirar el panorama desde la puerta de aquel techo que solo les ofrece un amplio piso para dormir.
Habla de su día a día pero ni siquiera recuerda cuántos hijos tiene, ni las edades de los que aún permanecen en su mente. Dice tener 30 años, y sus hijas 13, 5 y la más pequeña ocho meses, pero su mente divaga cuando habla de su historia.
Sale en las mañanas a pedir limosna con las más pequeñas porque su marido “la soltó en banda” y tiene que buscar con qué comer. “Yo quisiera como que Dios me ayudara a conseguir un trabajo y Dios no me ayuda, pero imagínese qué uno puede hacer (Ö) me siento en la acera y le digo a la gente: por favor ayúdeme, que yo no tengo marío”, dice al relatar su drama.
Según cuenta, su hija Karina de 13 años ya se ha casado dos veces y tiene una hija que está al cuidado de una tía que la adoptó. La casa donde viven, a la orilla de la cañada de “Tuffí”, como se conoce a Guajimía por esta zona, la alquiló el marido de Karina, quien es limpiavidrio, oficio con el que aporta algo de dinero y paga la casa.
“Aquí no se cocina porque yo no tengo con qué. Antes hacía un fogón afuera pero un vecino me votó las piedras, yo salgo y la gente me le compra un juguito a las niñas, pampers o me da algo de dinero para comer. Ayer ella (Karina) me preguntó ‘mami usted no va a salir’ y yo le dije, ‘y para dónde mi hija’ ”.
Su pensamiento es difuso cuando habla, igual que el de su hija Karina, quien narra que fue violada por su padre y duró un tiempo viviendo en la calle porque no sabía qué hacer.
La pobreza económica no solo limita el crecimiento material de las personas y las familias, sino que además causa graves daños en la salud emocional de la población.
Las niñas y niños, seguidos de envejecientes y mujeres en sentido general, son los grupos de población que más sufren la escasez económica, sin denotar los severos daños emocionales que esta situación también ocasiona a los hombres.
Sentimientos de frustración, resentimiento social, agresividad, complejo de inferioridad, baja autoestima, conformismo, tendencia a la depresión, trastorno del sueño, bajo rendimiento educativo, pobre percepción para desarrollar habilidades, y, desesperanza, son algunos de los daños emocionales que los psiquiatras José Miguel Gómez y Carlos de los Ángeles citan como consecuencia de vivir en la marginalidad económica.
“Está comprobado que las personas que viven excluidos económica y socialmente o en la pobreza crítica, son personas que tienen más tendencia a cambios emocionales y conductuales en su vida”, comenta Gómez, escritor y pasado presidente de la Sociedad Dominicana de Psiquiatría.
Ambos expertos consultados por LISTÍN DIARIO destacan que la pobreza extrema puede provocar en las personas el síndrome de la desesperanza aprendida, o desarrollar la desmoralización sin esperanza, que es lo que le pasa a las personas que piden como Mercedes y sus hijas.
Expresan que el grupo más vulnerable en término de género y psicosocial son las niñas porque tienen mayor repercusión emocional, psicológica, conductual y de desarrollo. “La pobreza compromete más al género femenino, lo limita más desde el punto de vista social y cultural”, destaca Gómez, mientras De los Ángeles agrega que el estado emocional de los adultos que viven en pobreza extrema, conlleva con frecuencia al maltrato infantil, incluyendo el abandono. “Estos niños terminan en situación de calle y al estar desamparados son víctimas de todo tipo de abusos, creando en ellos desconfianza y resentimiento social”, expresa.
Los años que marca la pobreza Otra historia es la de Celedonia Gil. Al hablar con ella te das cuenta de que no tiene la edad que sus años muestran (47 años) sino la que la pobreza extrema ha marcado en su rostro. Su imagen envejecida refleja lo que ha vivido, los días en que no ha encontrado nada o muy poco para comer.
“Hoy es un día que me levanté y quiero mandar la niña a la escuela pero no tengo con qué; hay muchos días en que no sé qué voy a darles de comer (Ö) yo paso muchos días así, pero estoy tranquila porque sé que Dios me va a proveer”, refiere esta mujer que cree “estas son pruebas que pone el Señor para ver si uno confía en Él”.
No recuerda la edad de su esposo, y manifesta que aunque fue algunos años a la escuela nunca aprendió nada. La falta de educación y de preparación para la vida laboral se considera una de las mayores causas de pobreza.
Vive en una casita de zinc, bajando hacia la cañada, donde miles de familias empobrecidas subsisten a pesar del hedor de la basura, la contaminación, la inseguridad, la falta de servicios y el miedo a que un día las inundaciones que causan las lluvias acaben con lo poco material que tienen y hasta con sus vidas.
Su marido llega en la noche a su casa, unos días con dinero y otros sin nada. Sus amigos y allegados le ayudan de vez en cuando, pero Celedonia tiene cada día que enfrentar su triste realidad.
Aunque los hombres también son víctimas de la marginalidad, las mujeres cargan con el mayor peso de los daños, por eso “la pobreza sigue siendo un problema también de género”, asegura José Miguel Gómez.
Aunque con palabras distintas, ambos psiquiatras plantean que la historia registra muchos casos en que las personas se sobreponen a los estragos de la pobreza monetaria y rompen el círculo de la marginalidad. Pero también exponen que superar los traumas que esta causa dependerá de los factores individuales y la característica del perfil de las personas; dependerá de su fortaleza emocional, habilidades y destrezas sociales, autoestima sana y que se decidan a luchar contra la adversidad por sus propios medios.