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UN PATRIOTA GIGANTE DE LA HUMANIDAD

Del purgatorio… a los pies del paraíso

CÁRCEL DE ROBBEN ISLAND ESTÁ COMO CUANDO MANDELA ERA UN PRESIDIARIO

El sol se estaba poniendo y el pitillo del barco avisaba que salía el último viaje hacia Robben Island, a la que los sudafricanos le llaman “La isla del Purgatorio, a los pies del Paraíso”, antaño un tenebroso sitio donde iban a parar los presos políticos y de donde difícilmente se salía vivo. Son quince minutos de viaje por mar. La isla está a once kilómetros y es conocida en el mundo porque allí estuvo preso Nelson Mandela, el líder de la lucha por los derechos humanos de los negros africanos. De los 27 años que guardó prisión, 18 los pasó aquí. Toda la infraestructura carcelaria ha sido convertida en un museo desde el momento en que Mandela, ya como Presidente, volvió a ella en 1994, cuatro años después de haber recobrado su libertad tras una intensa presión internacional. “Nunca más, -prometió- nunca otra vez ningún hombre volverá aquí encarcelado, sea por las razones que fueren”. A Mandela le brotaron las lágrimas cuando volvió a recorrer los pasillos y los amurallados espacios abiertos de la cárcel, cuando fue a la mina de caliche a la que eran llevados todas las mañanas para que picaran y extrajeran material, sin que se les permitiera usar espejuelos oscuros para proteger los ojos. La piel de todos los reclusos sufrió severos daños y el propio Mandela tiene las marcas de la degradación en la suya. Por eso, sus asistentes no permiten que usen flash al tomarle fotos. La estrecha celda de MandelaPor dentro, la prisión no cambia su lúgubre atmósfera. La celda de Mandela tiene dos por dos y medio metros, tiene dos pequeñas ventanas. Una da al pasillo de las demás celdas y otra a un patio donde sólo salían a tomar y moler piedras o a realizar un trabajo continuo sin mayores expectativas que las de poner a sudar y cansar a los reclusos. Mandela dormía encima de un estrecho canapé, y a su lado tenía un pequeño tanque donde hacía sus necesidades, un platillo y una cuchara. No usó abrigos, ni zapatos ni pantalones largos durante 15 de los 18 años que estuvo allí, pues luego fue trasladado a otras prisiones. Se le tenía como un preso peligroso, ya que en 1964 se le arrestó por sabotaje y conspiración y por organizar una revolución para tumbar al Gobierno. También fue acusado de preparar una invasión armada desde el extranjero y todo eso bastó para que un tribunal lo condenara a prisión de por vida el 13 de junio de 1964. Al cabo de 18 años allí, fue trasladado a la prisión de Polls-moor, luego, en diciembre del 1988, a la de Víctor Verster hasta su liberación final, en 1990. Cuatro años después fue electo Presidente de Sudáfrica y a partir de ahí se eliminó el sistema de apartheid que hizo predominar a los blancos sobre los negros, desconociéndoles todos sus derechos. La isla de los pingüinos En la isla existen muchos pingüinos que caminan por la costa como fantasmas. De tardecita, ya cuando la luz se hace mortecina, parecerían a lo lejos reclusos que vuelven a sus celdas. Pese a que es un lugar considerado museo, allí existen unas cuantas casas en las que antes moraban los vigilantes y ahora viven unas 120 personas que reciben educación y ayudas del Gobierno. En una hermosa villa de vibrante color rojo y esplendoroso blanco, sede del jefe del recinto, Mandela ha habilitado dormitorios para sí y sus huéspedes de honor, como Hillary Clinton, que pasó una noche frente al mar, observando el impresionante panorama iluminado de la ciudad. Cuando se recorren esas instalaciones la imagen de Mandela parece verse en cualquier parte del cabo. Es, talvez, el único recinto que rompe con todo el cuadro de estructuras humillantes, enrejadas, amuralladas y cerradas de la prisión. Un prisionero que vuelve….. sólo para recordar Un antiguo prisionero, compañero de Mandela, estaba ese día a las puertas de la cárcel filmando un documental para la prensa extranjera, pero los turistas sólo nos dimos cuenta de su identidad cuando ya se había marchado, cuando el guía -que también es un exprisionero- lo reveló públicamente. Nuestro guía, hombre que peleó en varios frentes de las guerrillas africanas, también es un hombre que llora cuando recuerda las vicisitudes de la cárcel. Una de ellas es la de que a los presos no se les permitía tocar ni abrazar ni estar a menos de dos metros de sus familiares cercanos cuando éstos iban a visitarlos, muy raras veces por cierto. Sólo les permitían escribir 12 cartas al año, sin que pudieran mencionar nada de lo que acontecía aquí dentro, ni hablar de política. Mandela y otros prisioneros ilustrados se dedicaron a enseñar a los presos menos preparados y, luego, con reconocimiento de universidades extranjeras, lograron acreditar con grados profesionales a muchos de ellos, algunos de los cuales fueron ministros de Mandela en su gobierno. Los policías de la cárcel, que eran impreparados y en algunos casos analfabetos, al ver que los presos estudiaban, se las ingeniaron para recibir también clases y educarse. Los presos mostraron siempre gran solidaridad entre ellos. Cuando llegaba el agua potable de Ciudad del Cabo y los alimentos, ellos se reunían y los contabilizaban para repartírselos en partes iguales y vencer así la discriminación. Un día Mandela se negó a ponerse un traje de prisionero, y los demás lo imitaron. La autoridad no pudo obligarlos a usarlos. Volver a casa Mandela confesó a los periodistas que lo acompañaron en su viaje de vuelta a Robben Island que él sabía, al entrar en ella por primera vez, que retornaría a su casa algún día. “Yo puedo dejar esto. Yo deseo dejar esto”. Mandela entiende que es un honor para él haber sufrido tanto, porque el beneficiario ha sido el pueblo y la humanidad. Por unos momentos, Mandela entró a su cárcel. Se sentó en su camilla. Miró largamente por la ventana hacia el patio interior y confesó: “Todo lo que me ha pasado ha vuelto a mi memoria, sin olvidar nada, sin olvidar los grandes abusos psicológicos y físicos, sobre todo, sin olvidar que mientras estuve aquí murieron mi madre, y mi padre y mi hijo, y sólo pude ver a mi madre días antes, en silencio, porque no nos permitían hablar. La vi muy enferma”. Suelto Mandela. Su nombre se ha equiparado al de dos grandes luchadores por los derechos humanos, los dos con nombres que empiezan con M, Martin Luther King y Mahatma Gandhi. Él representa un paradigma de la democracia, la reconciliación y la esperanza de un mover a grandes masas de la humanidad hacia un mejor destino. Cuando se llega hasta aquí y se recorren las instalaciones que fueron su hábitat de sufrimientos, la imagen de Mandela parece verse en cualquier parte. Cuando nos íbamos, pedí echarle una última mirada a la celda. En el momento que lo hice, destellaba un sol rojizo y lo que pronto sería la aurora de un nuevo día. Conservo esa imagen en una foto, y más que nada en mi memoria.

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