TESTIMONIO
Angelita dice Trujillo vive en el palpitar de los dominicanos
MEMORIAS DE LA HIJA DEL “JEFE”. EXTRACTO DEL LIBRO PUBLICADO POR ANGELITA TRUJILLO
Angelita Trujillo, la hija menor del dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina, acaba de publicar sus memorias en las que aborda algunos sucesos que conmocionaron a la sociedad en sus treinta y un años de régimen, y dice de su padre que “después de casi 50 años de su muerte, aún vive presente en el palpitar de los dominicanos”.
En “Trujillo, mi padre”, que se pondrá oficialmente en circulación este jueves en la Universidad del Caribe y en Miami, Angelita describe “la reciedumbre de carácter de mi padre, su convicción en la rectoría y conducción del Estado” y dice que “con claridad meridiana sabía mi papá hacia dónde debía llevar el país” y que siempre luchó por implantar un régimen nacionalista, libre y soberano.
“Soñaba con hacer del país una patria grande. Como solía decir, jamás perdió de vista su objetivo. Me cuenta mi mamá que en cierta ocasión, de visita en los Estados Unidos, mientras hacían un recorrido de paseo en carro, se quedó absorto contemplando aquel desarrollo, los edificios, las carreteras, todo aquel bienestar imperante, y dice mi madre que de pronto la miró y enfatizando la voz le dijo: “así es como yo quiero ver a mi país”, y decía mi mamá que esas expresiones eran muy frecuentes cuando viajaban al exterior”.
Conociendo al hombre público
A medida que transcurría el tiempo y me adaptaba a mi nueva forma de vida en el destierro, pensaba mucho en mi padre, en aquellos coloquios cuando intercambiábamos ideas, historias y anécdotas.
Esos recuerdos fueron despertando en mí un ardiente deseo de conocer al hombre más allá del padre bueno, amoroso y proveedor que yo conocía, entonces quería saber del estadista, del hombre público.
Así que, después de superar ese proceso normal de acomodación o transición a la vida en el exilio, me inicié en un ávido, pero discreto proyecto que superaba los parámetros de la curiosidad para convertirse en un propósito serio, formal, de escrutar y recopilar, toda información fidedigna que me dijera cosas de mi padre.
Pensaba en sus afanes de juventud, sus inquietudes, sus ambiciones, como encausó su vocación, así como de su prolongado ejercicio del poder. Quería agudizar más en muchas de las cosas que ya había escuchado de sus propios labios. Acudí primero a mi madre, no por ser la persona más allegada y accesible que tenía, sino, por ser ella la más confiable y autorizada fuente de información acerca de mi padre.
¿Quién pudo haberle conocido mejor que ella? Mi madre, muy parca y reservada, le conocía como ninguna otra persona. Era su confidente, sabía de todo el agridulce saboreado en el desempeño del poder a lo largo de toda la Era de Trujillo. Con su tierno amor maternal y con el disfrute a flor de labios, abrió para mí el escriño de sus más entrañables confidencias, me narraba y describía tantas cosas acerca de la reciedumbre de carácter de mi padre, de su convicción en la rectoría y conducción del estado.
Con claridad meridiana sabía mi papá hacia donde debía llevar el país. Como nadie, logró conocer todos los rincones del territorio nacional y la idiosincrasia de los dominicanos.
Me hablaba de sus desvelos trazándose metas épicas, para engrandecer el país para encumbrarlo a un sitial de preeminencia en el concierto de las naciones, ideal supremo de su gobierno eminentemente nacionalista. Todas las acciones gubernamentales estarían siempre orientadas a la consecución de ese ideal. Escuché a mi mamá hablarme de su valor, osadía y buena estrella. Muchas de las anécdotas que leo en los libros, ya las conocía de labios de mi madre.
Los escollos no fueron pocos como veremos más adelante. Una cosa es cierta, que a medida que escuchaba los relatos de mi madre, se acrecentaba aun más mi admiración y mi amor por ese ser tan singular. Soñaba con hacer del país una “Patria Grande” como solía decir. Jamás perdió de vista su objetivo.
Me cuenta mi mamá que en cierta ocasión, de visita en los Estados Unidos, mientras hacían un recorrido de paseo en carro, se quedó absorto contemplando aquel desarrollo, los edificios, las carreteras todo aquel bienestar imperante, y dice mi madre que de pronto la miró y enfatizando la voz, le dijo: “así es como yo quiero ver a mi país”.
Y decía mi mamá que esas expresiones eran muy frecuentes cuando viajaban al exterior. Dando continuidad a mi búsqueda, fueron de mucho provecho las conversaciones sostenidas con otros familiares cercanos cuyas vivencias y conocimientos con tanto amor y generosidad compartieron conmigo. Ramfis, particularmente, conocía mucho acerca de la trayectoria militar y política de mi padre. Es cierto que ya mayor, en algunas cosas discrepaba de mi padre, pero lo respetaba y era muy difícil decir quién quería más a quién.
Mis averiguamientos abarcaron un sinnúmero de documentos personales y privados que poseo y otros a los que tuve acceso; también obtuve valiosas orientaciones recogidas de libros selectos y de todo escrito meritorio que pasara por mis manos.
De este aglutinamiento de testimonios me fue fácil concluir que, más que un sueño para mi padre, era una obsesión el ideal de hacer una Patria libre y soberana como la pensaron los libertadores.
El panorama no era nada halagüeño puesto que aún en el año 1930 el Estado yacía en la pobreza; una nación mísera, anarquizada y con una elevadísima y creciente inmigración haitiana.
A pesar de ello, mi padre no se amedrentó, su voluntad titánica lo lanzó al reto de sacar el país de ese azaroso destino. Por el resultado de toda su lucha, pienso que como título correspondía a esta obra llamarse: “Del Babel al Renacimiento” Esa fue su meta y su estrella, y no vaciló un instante y nada ni nadie le desviarían de ese norte.
El país era como una nave que zozobraba, a la deriva, y él, el capitán, que en medio de la tormenta no tiembla ni duda en la suerte de salvar la nave y llevarla a puerto seguro. Como todo hombre triunfador, gigante de la política, incansable y celoso batallador en la edificación de sus metas de gobierno.
No faltaron los detractores y adversarios; desafectos, enemigos; amigos, seguidores, colaboradores leales y desleales, en fin toda esa amalgama que conforma la realidad de la política. Pero una cosa es cierta y todos los criterios convergen en el mismo punto: que Rafael Leónidas Trujillo Molina fue una figura excepcional, extraordinaria.
¿Quién entre los dominicanos no ha oído decir que “....personas como Trujillo nacen cada cien años porque la naturaleza se resiente”? No cabe duda de que fue un individuo fuera de serie. Y hasta un autor dominicano se inspiró y escribió unos versos musicalizados que engalanan nuestro pentagrama musical que magistralmente interpretó y grabó el “Tenor de la Juventud”, Lope Balaguer. Su título: “Tierra Dominicana”. Algunos de sus versos dicen: “Tierra dominicana bendita tierra llena de sol, Dios derramó en tu suelo, toda su gracia, todo su amor, y un mágico milagro, la providencia te concedió, ser cuna de Trujillo que con tu savia se alimentó...”
Mi padre ingresó a la Guardia Nacional Dominicana como 2do Tte, el día 18 de diciembre del 1918, y solo once años después, el 16 de agosto de 1930, era juramentado como Presidente de la República.
Esas cosas no suceden por casualidad. Es un hecho histórico fenomenal que proyecta sin ambages las dotes extraordinarios que conformaban su regia y singular personalidad.
Es por ello que, aun al día de hoy, en la arena política dominicana, cuando se trata de Trujillo no hay espectadores, todos son actores; las pasiones aún reverberan. Unos que lo detractan y otros que lo enaltecen. Unos que lo llevan en su mente y otros en el corazón; la realidad es que después de casi 50 años de su muerte, aún vive presente en el palpitar de los dominicanos.
¿Y quién es este hombre que, de una manera u otra, y en franco desafío de los años, gravita persistentemente en el quehacer de nuestro pueblo? Es una historia fascinante, es un paralelismo histórico de la vida de un hombre y de un pueblo.
Mi papá que de la nada se encumbra y alcanza las más elevadas distinciones que el poder puede ofrecer, así como caudales y cuantos bienes perecederos el ser humano puede atesorar; y el país que, simultáneamente, como Lázaro, resucita y anda, dejando atrás la indigencia, la ignominia, y se eleva como nación libre y soberana, económicamente autosuficiente y palpitando al unísono con las naciones civilizadas. ¡La nación, forjadora de mi padre; mi padre, arquitecto de la nación! Yo me siento sumamente complacida con esta historia que con tanto amor busco sintetizar y puedo asegurar, que con creces voy colmando las expectativas que tenía cuando me inicié en estas indagatorias que me han permitido conocer cabalmente la vida de mi progenitor y que constituyen ahora el más preciado tesoro de mis memorias.
Es una bella realidad matizada armoniosamente con los vocablos hacer, crear, construir, edificar, dar, servir, formar, engrandecer, palabras que sonarían profanas si no estuviesen avaladas por cinco lustros de incuestionable progreso y desarrollo. Embajadora: Coronación Reina Isabel II
En el mes de marzo de 1953, regresaron mis padres a Ciudad Trujillo y conversábamos por teléfono, como frecuentemente solíamos hacerlo y me sorprendieron con la idea de que deseaban que yo asistiera, como miembro de la delegación que asistiría el 2 de junio del año en curso, en misión especial de la República Dominicana a la coronación de la Reina Isabel II de Inglaterra.
Me dijeron que la Misión sería presidida por don Manuel de Moya Alonso y su señora doña Ana María de Moya y de aceptar yo la invitación, iría también mi prima Lourdes Marchena, les dije que sí y claro que me puse muy contenta. A pesar de haber terminado el año escolar en el Colegio Holy Cross, el factor tiempo no me permitió esperar a participar en el acto de graduación. Preparé mi regreso para el día 10 de mayo, previendo volar de Washington a Nueva York con la finalidad de permanecer unos días y en aquella gran ciudad para buscar y seleccionar entre sus muchas tiendas exclusivas el ajuar pertinente que luciría en el extraordinario evento.
Regresé a Ciudad Trujillo, con tiempo suficiente para compartir con mis familiares y amistades y continuar con los preparativos para mi viaje a Inglaterra. Dos días después de mi llegada fue promulgado el decreto con los nombramientos: “Manuel de Moya Alonso y las señoritas María de los Ángeles Trujillo Martínez y Lourdes Marchena Martínez nombrados embajadores extraordinarios para que en misión especial y en representación del Presidente de la República asistan a los actos de la coronación de su Majestad la Reina Isabel II, en Londres el 2 de junio de 1953.”
A mi llegada ya mi mamá estaba también en marcha ocupándose de los preparativos de mi viaje, con mucho acierto había seleccionado muchas cositas muy apropiadas para mi gusto y para este magno suceso. Debo agradecerle a mi madre las iniciativas tomadas en interés de adelantar los preparativos de mi viaje.
El día 26 de mayo, en horas de la mañana, salimos con destino a Nueva York don Manuel de Moya Alonso, su esposa doña Ana María de Moya, mi prima Lourdes y yo. Nos acompañaba también el mayor Perrota, como nuestro edecán. Teníamos reservaciones para viajar en el trasatlántico United States. Tenía solo un año de haber sido echado al agua por primera vez y desde entonces, esta majestuosa nave era la estrella de los mares, por su tamaño, por su velocidad y por su elegancia y fastuosidad. La travesía a Inglaterra duró casi cinco días pero fueron maravillosos y muy divertidos, ya que estas naves tienen programas de entretenimiento para todos los gustos y para todas las edades, en interés de que el viaje resulte lo más ameno posible. En la travesía conocimos al Duque de Windsor y a su esposa la señora Wallis Simpson.
Durante el viaje, esta pareja constituyó una discreta atracción para todos los viajeros, pues como era conocido, siendo el Duque Rey Eduardo VIII del Reino Unido, protagonizó una historia de amor, que ni la perspicaz imaginación de Corín Tellado hubiese sido capaz de concebir. La Iglesia Anglicana objetaba la relación en vista de que la señora Simpson, prometida del Rey, era americana y dos veces divorciada.
En una inesperada determinación, sin precedente, que estremeció al mundo de la época, aquel 11 de diciembre de 1936, el Rey abdicó a la Corona, para quedar en libertad de contraer matrimonio con la aludida señora Simpson.
Hacía sólo diez meses que había sido coronado Rey. En su alocución a todo el reino de entonces que comprendía entre muchas otras naciones India, Pakistán, Australia, Sur África, el Rey les dijo: “Pero podéis creerme si os digo que me ha resultado imposible soportar la pesada carga de la responsabilidad y desempeñar mis funciones como Rey, en la forma en que desearía hacerlo, sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”.
Durante el viaje ellos fueron muy sociables con todos los viajeros; siempre muy finos y distinguidos. Todas las noches se les veía muy felices bailando en el salón de fiestas. Al inicio de la segunda guerra mundial, el Duque desempeñaba el cargo de Gobernador General de las Bahamas, que era posesión inglesa.
En uno de los viajes que hacia mi papá cuando Ramfis estudiaba en el Colegio Loyola, viajó en el trasatlántico sueco Kungsholm para regresar de Nueva York a Ciudad Trujillo. El barco hizo escala en las Bahamas, ocasión que dio lugar a un protocolar y a la vez cordial encuentro de mi papá con el Duque de Windsor. Otro recuerdo de mera coincidencia es que, cuando el Duque fue coronado “Rey Eduardo VIII”, mi hermana Flor de Oro Trujillo asistió a dicho evento, acompañada de su esposo señor Porfirio Rubirosa, como miembros de la delegación dominicana que presidió el embajador en Alemania señor Paíno Pichardo y señora.
Nosotros durante la travesía conocimos también a Lance Reventlow, hijo de Bárbara Hutton, quien viajaba con destino a París, a reunirse con su madre. Compartimos mucho durante el viaje en vista de la mutua simpatía que prevaleció entre todos nosotros. Posteriormente, nos volvimos a ver en la bella capital francesa atendiendo a una invitación que nos hiciera Lance cuando desembarcaba para quedarse en Francia.
En esta reunión estaba su madre la señora Bárbara Hutton y en el grupo nuestro se había integrado Porfirio Rubirosa. Fue una cena muy amena enterándome después que Cupido, una vez más había hecho otra de sus travesuras. Bárbara y Porfirio terminaron casándose en Nueva York, en el apartamento del cónsul dominicano señor Joaquín Salazar, esposo de mi prima Lourdes García Trujillo. Ramfis se encontraba en Europa desde donde viajó para apadrinar el enlace conyugal. Después de la breve escala en Francia, seguimos hasta tocar puerto en South Hampton, Inglaterra, donde desembarcamos para tomar un tren que nos llevaría a la ciudad de Londres. Al llegar, nos encontramos con el típico tiempo londinense, el cielo gris, y lluvioso, pero todos los visitantes llegando con muy buen ánimo. Nos esperaban representantes del Gobierno inglés para darnos la bienvenida y presentarnos a los señores que serían nuestros edecanes durante la estadía oficial.
Estaban acompañados de sus esposas. También nos esperaba el embajador dominicano, señor Temístocles Messina con su esposa, el primer secretario Luis Bernardino, el agregado aéreo, mayor piloto Octavio de la Maza y señora, Lulú Boyrie y su esposa Lacha Guzmán así como otros miembros de la Embajada y del Consulado Dominicano en Londres.
El flujo de misiones especiales llegando de todas partes del planeta era impresionante. Al día siguiente de nuestra llegada comenzaron las actividades para las celebraciones. El día frío y húmedo pero en nada empañó los eventos programados. La coronación fue un espectáculo impresionante, con un desfile a la Abadía de Westminster, una iglesia gótica casi tan grande como una catedral, que es el único lugar donde se llevan a efecto estas solemnidades. El protocolo era formidable, tanto en el acto ceremonial como en la fiesta en el Palacio de Buckingham.
Todos tuvimos la oportunidad de saludar y conversar, brevemente, con la ya coronada, Reina Isabel II, quien a la sazón tenía 26 años y dos hijos. A su lado estaba su esposo, el Príncipe Felipe de Edimburgo recibiendo el respeto de los invitados. La Reina Madre, la princesa Margarita y otros miembros de la familia real de los Westminster recibían también los saludos y respeto de los asistentes. Mi traje para la coronación había sido confeccionado a la medida especialmente para mí, en el departamento de alta costura al estilo europeo de la tienda Saks Fifth Avenue en Nueva York. Era un traje de piel de seda sin tirantes, bordado en perlas, canutillos, etc. y tenía una chaquetita del mismo material también bordada.
Fue una noche para recordar, como un sueño para mí y creo que para todos. Ignoro la edad de algunos jóvenes miembros de las realezas árabes, así como del Príncipe Akihito del Japón. Sin embargo yo no había cumplido los 14 años, por lo que, posiblemente era una de las más jóvenes de todos los presentes, lo que me daba cierto aire de notoriedad y me sentía como un imán atrayendo la vista de todos.
Al día siguiente todas las misiones concurrimos invitados al palacio de Buckingham donde fuimos objeto de atenciones más personales de parte de la Reina, del Duque de Edimburgo y toda la familia real. Don Manuel de Moya era muy experimentado en los ambientes protocolares mientras que yo, gracias a la fluidez en algunos idiomas universales, me fue posible socializar con muchas de las misiones, pero estuvimos mejor ambientados con los grupos de nuestro continente.
Hubo muchas fiestas, almuerzos, cenas y recepciones al aire libre, todos muy elegantes; la mayoría previstas en el programa de las celebraciones. Toda la capital londinense estaba vestida de gala. La embajada nuestra también fue muy pródiga en sus atenciones con nosotros. Meses después, cuando regresamos a la República Dominicana, Pedro de Villena me hizo un retrato al óleo de tamaño natural, en el que vestía el mismo traje con que asistí a la recepción de la coronación, pero sin la chaquetita. Ese cuadro lo conservo en mi residencia de Miami.
Precisamente, alguien me mandó de recuerdo, un sello de correo que se hizo en esa época, empleando la pintura del maestro de Villena. El 5 de junio fue el cumpleaños de mi hermano Ramfis y desde Londres hablé con él por teléfono para felicitarlo; también conversé con mis padres como lo hacía casi todos los días, mi papá siempre empeñado en saber cómo lo estábamos pasando.
Después de concluidas las celebraciones, y toda la vida londinense volviendo a la normalidad, nosotros, nos trasladamos a París, donde tuve la alegría de ver de nuevo a mi inolvidable Adita (Madame Tizón) que como recordarán, por muchos años fue mi adorable institutriz. La incorporamos a nuestro grupo y nos acompañó a lo largo del bellísimo, instructivo y placentero recorrido que mis acompañantes y anfitriones me tenían reservado. Estando aún en París, recibí la grata sorpresa de ver a mi prima Rosalía, hija de mi tío Paco y tía Rosalía, que vino desde Suiza donde estudiaba para unirse al grupo.
Era el día de mi cumpleaños y me sorprendieron con una cena muy especial, en el mismo hotel George V donde nos hospedábamos. Ya descansados partimos a la primera visita del itinerario que no podía ser otra que la Madre Patria. En España fuimos agasajados por el Generalísimo Francisco Franco y su esposa doña Carmen Polo de Franco en el Palacio del Pardo. Al llegar fuimos recibidos por la Guardia Mora quienes nos encaminaron al interior del Palacio. Fue una deferencia del caudillo Franco que agradecí aun más, cuando supe que había retrasado sus programadas vacaciones, en interés de ofrecerme el afectivo convite. Gentilmente nos ofrecieron un rico almuerzo en el mismo Palacio del Pardo y me sentí muy bien con las palabras de amistad y hermandad que se pronunciaron en alusión a mi padre y mi país. Estuve sentada entre el Generalísimo y doña Carmen, y les agradecí las finas atenciones que tuvieron para conmigo, en interés de que me sintiera relajada y a gusto, ya que apenas tenía yo catorce años recién cumplidos, y así lo sabían los distinguidos anfitriones.
También compartió con nosotros Carmencita, hija del Generalísimo y doña Carmen, acompañada de su esposo Señor Cristóbal Martínez Bordiú, Marqués de Villaverde. Con nosotros estaba el Embajador de la República Dominicana en España, señor Emilio García Godoy y su esposa señora Ana Cáceres de García Godoy, y el grupo que me acompañaba. El trato que me brindaron Doña Carmen y el Generalísimo Franco fue muy agradable y paternal. Fueron excelentes anfitriones y así se lo hice saber a mis padres.
Después de esa memorable comida, nos fuimos a visitar varias áreas de atracción histórica. Estuvimos en el Valle de los Caídos, así como en algunos centros turísticos donde nos recibían con demostraciones de afectos y distinción incluyendo los entretenimientos típicos. Sencillamente inolvidable. Después de nuestro recorrido por la tierra de nuestros ancestros, nos trasladamos a Italia donde visitamos varias ciudades sin que faltara la Florencia de los Médicis y del renacimiento, estuvimos también en la fluvial Venecia. Y por último llegamos a la Roma de los Césares y la Ciudad del Vaticano donde tuvimos el altísimo privilegio de ser recibidos en audiencia privada por su Santidad el Papa Pío XII.
Es inefable la impresión de estar cerca de su Santidad; el tema de mi edad no pasaba desapercibido, el Papa me preguntó acerca de mis estudios y me dijo que yo era una joven muy inteligente y aunque toda la conversación fue en español, me felicitó por mi poliglotía a pesar de mi tierna edad.
Esta sublime e inolvidable experiencia fue para mí como estar en la antesala, en el umbral de los misterios celestiales, una emoción tan particular que aún hoy la recuerdo como si hubiese sido ayer. Cuando nos despedíamos, nos arrodillábamos para besar el anillo y al ponernos de pie nos obsequiaba con un hermoso rosario. Luego regresamos a París que era como el centro de nuestro recorrido.
De allí fuimos a visitar Bélgica y Holanda y de nuevo regresamos a París, “la de las mil catedrales y los arcos triunfales”, como le cantara nuestro poeta Héctor J. Díaz. Sólo habían transcurrido unos pocos años desde que terminó la Guerra Mundial por lo que todavía eran visibles los vestigios de tan horrible catástrofe, pero el viejo continente será siempre cuna de la civilización. Dos meses que se fueron volando y ya teníamos que regresar, debía despedirme de Adita, con mucha pena, pero teníamos que emprender el regreso, ya era el mes de agosto. Salimos de Le Havre en el trasatlántico United States para nuestro regreso a Nueva York. Al tocar tierra nos dirigimos con destino a Washington, D.C. y de allá regresamos a la República Dominicana.
El día 8 de agosto llegamos a Ciudad Trujillo y en el aeropuerto estaban esperándonos mis padres y mis hermanos Ramfis y Radhamés, y otros miembros de mi familia, y muchas de mis amistades. Pobrecitos, todos se mojaron porque el día de mi llegada era un día lluvioso, y en esa época, los pasajeros se bajaban del avión tenían que ir caminando al aire libre hasta la terminal aérea. El 22 de agosto mis padres me acompañaron a la fiesta de bienvenida que me ofrecieron mis amigas Luisa Amelia y Aída Bonnelly Batlle en el Roof Garden del hotel Jaragua, con motivo de mi regreso al país. También con motivo de mi llegada, me agasajaron con un rico almuerzo mis amigas Elena y su hermana Olguita Vives en casa de sus padres don Pedro Juan Vives y señora Adela Mota de Vives. Unos meses después de mi regreso se suscitó otro evento que vale la pena recordar.
Se trata de un viaje de cuatro días que hicieron mis padres a la ciudad de Santiago el 15 de abril de 1954. Radhamés y yo los acompañamos con un nutrido grupo de nuestras amistades. Al atardecer, ya tocábamos la falda del monumento a la Paz de Trujillo. Al día siguiente paseamos por las calles de Santiago y haciendo honor a su fama, los cibaeños fueron sumamente hospitalarios, amables y afectuosos. El segundo día por la noche asistimos a una fiesta que me dedicaron en el Centro de Recreo. Los santiagueros “se desbordaron”. Fue una fiesta colmada de alegría, y estuvieron muy complacidos con la presencia de mi papá. Terminada la fiesta, un grupo de jóvenes le pidieron permiso a mi padre para llevarme una serenata en horas de la madrugada, suponiendo ellos que ya estaríamos dormidas.
Mi papá sabía que los componentes básicos para “dar” una serenata eran, un trovador o un trío y un declamador, al pie de una ventana. Pero cuando llegaron los tenorios, nos despertaron con una extravagancia: toda una orquesta subida en un camión en el que no faltó un piano que tocaba el maestro y director Papín Feliú.
Escuchamos canciones bellísimas y fue una noche muy linda. Las serenatas eran presentes inefables con que Cupido galanteaba a las muchachas en tiempos de mi juventud. Al día siguiente asistimos a un pasadía bailable que nos ofrecieron en el Gurabito Country Club. Al día siguiente por la noche, asistimos a una animada fiesta de disfraces en el Santiago Tenis Club. Ya lo dije, los cibaeños estaban “desbordados” con sus habituales demostraciones de afectos para con nosotros.
Para concluir nuestra estadía el último día, asistimos a una fiesta muy espléndida que nos ofrecieron los esposos Domingo O. Bermúdez y doña Julia Tavares de Bermúdez en su residencia. Así terminaron estos cinco días encantadores en la bien llamada ciudad corazón. Regresamos a la capital en el “San Cristóbal”, el avión anfibio Catalina, que recientemente había adquirido mi papá, para uso personal. Muchas actividades sociales pero, para mí, las prioridades las tenían siempre mis estudios. Nunca los subestimé ni los descuidé y mi mamá fungía siempre como una supervisora de pedagogía, hasta que llegó el período de los exámenes en mayo de 1954. Aprobé mis exámenes y me entregaron el anillo de graduación de Bachiller con una inscripción que decía “Colegio de Santo Domingo”, justo a tiempo para acompañar a mis padres en el viaje de visita oficial a España, por lo que no pude estar presente en el acto de graduación.