SONAJERO
Aro y boda
“Indira se comprometió” es la comidilla del circulillo universitario donde gravita la estudiante asaltada cerca de la majestuosa Arena del Cibao en Santiago. El ladrón le robó la cartera con las llaves de la casa, cosas del trabajo y el polvito de la cara. Pero, gracias a la divina providencia, el halón de bolso no echó a volar el aro de su alegría, la luz de su horizonte. El anillo, antesala de su boda, se salvó de la pericia “robona” del actual dueño de sus pertenencias. ¿Indira?, poco a poco se recupera del trauma sin perder, por el campanazo matrimonial, la sonrisa de oreja a oreja. Ayer mi anular se probó el anillo de Angelita. ¿Y eso?, pensé, un segundito antes de que ella confesara sin interrogarla: “Él me saltó con eso“, expresó refiriéndose a un valiente novio que se “comprometió” a casarse con ella “el año que viene”. Desde entonces lleva el dedo derechito para que nadie ose ignorar aquel acontecimiento. Miguel Jared e Isaquito tenían la encomienda de no dejarlos caer. En una almohadita, tan blanquita como la sotana sacerdotal, los niños llevaban los aros de una abuela que volvió a rozar la adolescencia, esta vez con un vestido crema que pesaba varias libras. Las segundas nupcias de Carmen Luisa aumentaron la legión de ‘llevavidas’ que cuestionaron la demora matrimonial de las hijas mientras la madre cincuentona juraba amar al medio calvo hasta que la muerte los separara. El respetable señor, cervecero hasta tambalearse y sureño sacudío, adquirió los aros dorados en México. Se tiró par de tequilas antes de agarrarle el dedo y ponerle el anillo en silencio. Un beso selló el momento que se supone debió guardarse en un sarcófago bendito. El tiempo empolvó los planes y desinfló el ímpetu que les arrastraba a la biblioteca donde muchas veces se amaron frente a “Juan Salvador Gaviota” y las “Memorias de Adriano”. En mayo, Mariela renovará diez años de matrimonio civil frente a un altar católico. Aún no tiene los anillos pero ya se le eriza la piel de pensar en esa boda de ensueño. Cuando somos presas de confianza del encanto del amor, un aro de boda es lo más chulo del mundo, la libertad para algunas y el sueño cursi de muchas otras. Como todo es relativo, en otras circunstancias (por ejemplo, niñas casadas con ancianos en la India), un matrimonio es una tragedia; el cuco de planchar, un fatigoso dolor de muelas y un diablillo ahuyentado con la divina libertad de la independencia. La pedrería, el faldón blanco, los lirios cala del bouquet, el velo de la pureza y todo el emperifolle de las novias está a disposición de quien quiera hasta en ferias famosas. Por suerte hay opciones para disfrutar de la convivencia, el roce y la humedad sin azotar el cuerpo y el bolsillo camino al altar.