Teatro dominicano: “Yo tengo mi muñeca”, teatralidad urbana y descomplicada
El protagonista, Yasser Micheén, recita sus parlamentos durante toda la función, casi sin moverse, ayudado por las contorsiones de su torso
Haremos todo lo posible por hablar el mismo lenguaje de Carlos Castro. O, al menos, acercarnos a esa manera tan suya de mostrar los textos, transferidos al teatro, sin que se sonroje un ápice ante tanta ausencia de pudor y de total libertad.
En el análisis de “Yo tengo mi muñeca” nos olvidaremos de las acomplejadas comillas, que para el caso, resultarían innecesarias y mojigatas.
Para caerle atrás a este pana habría que darse un baño full de pueblo, de calle, de barrio: de vida. O quizás, arremangarse un añuga perro y bajarlo con un refresco rojo, por no decir, darse un viaje alucinógeno y comprender que su verso, lo menos que pretende, es complacer las mentes cerradas de los puritanos.
Esto, en lo referente al texto descomplicado, urbano y contemporáneo, que unas veces nos hace mearnos de la risa y otras, te escandaliza, como que te deja en para, porque hay que estar muy totao, para dar tanta corriente en una sola entrega.
Su teatralidad es estática. Una puesta en escena en la que el protagonista, Yasser Micheén, su actor objeto, recita sus parlamentos durante toda la función, casi sin moverse, ayudado por las contorsiones de su torso, los movimientos de sus extremidades superiores y las inflexiones de su voz.
En “Yo tengo mi muñeca”, que se presentó durante dos semanas en la sala La Dramática de Bellas Artes, Yasser combina esos gestos con una verborrea cruda, sincera y sin tapujos, mientras hace apología al fetichismo, a la parafilia que padece el profesor universitario, su personaje, al enamorarse de una muñeca inflable y exhibirla con total desparpajo.
La sinopsis es simple: un profesor universitario, hastiado de su vida, decide vivir con una muñeca japonesa, la pasea sin miedo por todos lados, hasta que el tiempo y el uso van desgastando el material del juguete.
La colaboración entre Castro y Michelén fluyó. Son dos carajos a quienes evidentemente les importa un carajo (no es redundancia, es dominicanismo) los prejuicios o los cánones sociales preestablecidos. Ellos se tripean su vaina, se burlan del sistema.
Son dos artistas con tendencia a ser malditos, en el mejor sentido de la palabra. Dos parias que a través del arte desnudan la doble moral de la sociedad. Ésa que esconde las porquerías detrás de la puerta. A ellos les vale madres.
Carlos Castro no es simpático. Es un verdadero hijo de… Es un tipo que vomita una honestidad incómoda, sin temor a la censura. Capaz de hablarnos en un mismo trabajo del amor a una muñeca de plástico, del placer que proporciona el onanismo, de lo reconfortante que es ser irreverente, coherente y auténtico. Y eso es bueno.
Yasser, a su vez, demuestra un temple, una fuerza actoral, una técnica aplicada que le permite salir a flote ante un trabajo difícil, ante una prueba de fuego que a las claras asumió para hacerse visible, quizás respetado, o al menos, que se le reconozca su valor como actor. Eso también es bueno.
“Yo tengo mi muñeca” no es el non plus ultra del teatro contemporáneo. Sin embargo, es un trabajo de referencia hacia la importancia de hacer algo distinto, de arriesgarse, de intentar romper moldes o, simplemente, de separarse del montón. Desde la responsabilidad del director, hasta el compromiso del actor en su monólogo.
Desenfado, descaro, contemporaneidad, disciplina y voluntad se mezclan en este trabajo, que tiene la particularidad de esas obras que despiertan todo tipo de pasiones, desde el culto más fiel, hasta la repulsión más severa y si ésas son parte de las metas al momento arte, pues, Carlos Castro y Yasser Michelén, con la asistencia en la dirección de Osvaldo Áñez, misión cumplida, balsa de guaremates.
Sobre ellos
Sólo para ponerlos en contexto, Carlos Castro es un dramaturgo y profesor universitario. Es de los que se toman mucho tiempo entre un trabajo y otro. Algunas de sus piezas son “Darío Zuko”, “Dramas”, “Quemando” y “Yo tengo mi muñeca”.
Yasser Michelén tiene una formación meramente teatral. Estudió en la escuela de teatro "La Olla", en Santiago de Chile y en la Escuela Nacional de Arte Dramático. Su relación con el teatro ha sido desde la dirección, asistencia de dirección hasta la iluminación.
Otros trabajos suyos en teatro han sido “La ratonera”, “Don Bosco el apóstol de la juventud” y “El diario de Ana Frank”; en cine, “Cristo Rey”, “El hombre que cuida”, “Todas las mujeres son iguales”, “Trabajo sucio” y “La trampa”.