CINE
La cara oculta del genio del humor

Groucho era el tercero de cinco hermanos. Subió a un escenario a los 15 años y le gustó: «Tuve la sensación de que, por primera vez en la vida, no era un cero a la izquierda», dice en sus memorias.
Se corrió la voz entre el público de que una mula se había escapado y coceaba desbocada por las calles de Nacogdoches, un pueblecito de Texas. Todos se levantaron y salieron del local -un teatrillo pequeño y cutre- a ver qué pasaba con la mula. «Éramos tan pésimos que fueron a ver algo más animado», explica Groucho Marx en sus memorias Groucho y yo. Pero ese desplante les sentó fatal a los hermanos Marx. «Estábamos acostumbrados a los abucheos e insultos, pero eso nos puso furiosos», cuenta Groucho. Así que, cuando el público regresó a la sala, Groucho improvisó; jugó con el nombre del pueblo, Nacogdoches, y con la palabra cockcroach (‘cucaracha’) y llamó ‘cucarachas’ a aquella gente, y «en el colmo del insulto -cuenta Groucho- los llamé ‘malditos yanquis’».
La reacción del público fue sorprendente: estallaron en carcajadas. A partir de esa actuación de 1914, los hermanos Marx cantaron menos y trabajaron más las bromas, las frases ingeniosas, los juegos de palabras y las improvisaciones en sus actuaciones en teatrillos del Sur y Medio Oeste de Estados Unidos.
A partir de entonces, la lengua afilada de Groucho no dejó de lanzar pullas ocurrentes, dardos precisos -y a menudo hirientes-, observaciones geniales e incisivas, comentarios corrosivos, chistes, bromas… Buscaba la risa de los demás y se hizo tan adicto a las carcajadas que a menudo despertaban sus comentarios agudos y no siempre amables. Las impertinencias se convirtieron en parte importante de su manera de ser. Y le trajeron problemas en su vida: su familia y sus amigos se cansaban de sus bromas pesadas y de sus ‘zascas’ mordaces.
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