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DESDE LA ÚLTIMA BUTACA

Mis ¿diez? películas dominicanas preferidas

Me designan “enemigo del cine dominicano”. Tal calificativo no me sorprende, ni me asusta porque viene de personas que dicen “amar” el cine dominicano, cuando en realidad demuestran todo lo contrario. Amo al cine dominicano y siempre he querido y quiero lo mejor para él. Eso no me inhibe de ignorar y mantenerme distante de los soberbios disparates que se hacen en el país bajo el nombre de “cine”. Disparates que solo buscan dinero, resonancia social y cultivo del ego. Son películas que promueven entre las grandes mayorías todos los defectos que nos sonrojan: la falta de educación, de criterio y la incultura. El país no puede darse el lujo de construir “una industria de entretenimiento” a secas. El país necesita una industria donde las buenas cintas tripliquen a las malas. Y cuando digo “buenas” no solo me refiero a su calidad formal, sino al trasfondo de las historias. Historias que no solo vayan dirigidas a un subpúblico, sino que contribuyan a la educación y que llamen la atención también a la personas con dos dedos de frente. Desde mi perspectiva actual, no encuentro en el cine dominicano ningún largometraje de ficción que merezca ser salvado ìntegramente. Sin embargo, ello no me inhibe al entusiasmo. Considero que varias películas contienen ciertos valores, y por esas causas sobresalen del montón como punto de partida de la añorada industria del cine nacional. Una industria que en ningún momento, debe estar dirigida por burócratas, oportunistas y desconocedores del séptimo arte. En esta selección, no incluyo documentales ni cortometrajes, ni mucho menos, películas que no existen físicamente (“La silla”, por ejemplo, de la cual ni este servidor, ni la historia del cine tenemos la culpa de que sus realizadores solo hayan preservado por unos pocos años un monólogo de unos 15 minutos). Aquí solo van largometrajes de ficción de directores dominicanos producidos en cualquier país. Encabezo mi lista con un mediometraje (“Realengo 18”, de Óscar Torres, producido en Cuba en 1961 y lleno de premios internacionales) porque en esta cinta se encuentran los primeros intentos de construir una obra de arte de ficción a partir de métodos exclusivamente artísticos como pueden ser una esmerada dirección de actores, una musicalización envidiable, una fotografía de primer orden, así como escenografía, vestuario y postproducción elaboradas con manos pulcras y profesionales. Las otras nueve películas que refiero como pioneras de lo que llegará a ser la industria del cine dominicano son: -“Un pasaje de ida”, de Agliberto Meléndez -“Nueva Yol”, de Ángel Muñiz -“Cochoci” y “Jean Gentil”, de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas. -“Quien manda”, de Ronni Castillo. -“La lucha de Ana”, de Vladimir Abud. -“Biodegradable”, de Juan Basanta -“Jaque Mate”, de José María Cabral Y dejo el número 10 en blanco. No he visto “Cristo Rey”, de Leticia Tonos. Tal vez esta obra ocupe ese espacio. El tiempo dirá. Su primera película, “La hija natural” tiene demasiados problemas para ser incluida en el recuento.

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