SOLIDARIDAD

Extranjeros encuentran un hogar en club de corredores de NY

Bill Staab junto a varios fondistas afiliados al West Side Runners Club de Nueva York.

Bill Staab junto a varios fondistas afiliados al West Side Runners Club de Nueva York.

Un verdadero don nadie se inscribió en el maratón de Nueva York del mes pasado, la carrera que más participantes atrae en todo el mundo, y terminó tercero.

Una semana después, el corredor, el etíope Girma Bekele Gebre, contó cómo fue que subió al podio en la casa de Bill Staab, un octogenario que preside el West Side Runners Club de Nueva York.

“Le cambió la vida”, dijo Staab.

En sus 42 años al frente del club del Upper West Side de Manhattan, Staab ayudó a impulsar las carreras de muchos inmigrantes, abriéndoles las puertas al sueño americano.

Ejecutivo de ventas jubilado, fanático del atletismo, Staab es un referente indispensable de numerosos atletas sudamericanos y africanos. Ha escrito cientos de cartas apoyando pedidos de visa y dice que gastó casi un millón de dólares de su propio bolsillo en inscripciones y otros trámites para corredores como Girma.

No recibe un centavo de las ganancias de los atletas, como los 61.000 dólares que percibió Girma o los 10.000 que se llevó su compatriota Diriba Degefa Yigezu tras ganar el maratón de Filadelfia la semana pasada. Staab ayuda a los corredores a cobrar sus cheques y usa el dinero para financiar sus viajes o apoyar a otros en sus países.

“Cuando vine aquí, no tenía familia”, dice Diriba. “Este señor me ayudó mucho. Por eso corro para él”.

El éxito de Girma coloca al West Side Runners en otro nivel. Antes de la carrera, era “uno más entre nuestros corredores”, dijo Staab. “Uno del montón”.

Girma venía a Estados Unidos por tres o cuatro meses y se regresaba a su país. Staab lo hacía correr casi todas las semanas en competencias por todo el país. Ganaba 500 dólares aquí, 1.000 allí. Su premio más grande había sido de 8.000 dólares. Enviaba el dinero a su familia, que lo ayuda a criar a su hija de cuatro años en una granja.

Esta rutina fue interrumpida este año al fallecer uno de los seis hermanos de Girma. Acortó su estadía en Estados Unidos y regresó a Etiopía. En lugar de participar en medio maratones y en carreras de 10 kilómetros, se entrenó en la altura de la capital, Addis Ababa.

El maratón de Nueva York fue la primera prueba en que participó tras volver a Estados Unidos y logró un sorprendente registro de dos horas, ocho minutos y 38 segundos. Más de cinco minutos menos que su vieja marca personal.

“Si me decía que iba a hacer un tiempo de 2:08, le habría dicho que estaba loco”, asegura Staab.

Girma dice que le gustaría usar el dinero para comprar una casa en Etiopía. Ya sido contactado por agentes y patrocinadores y Staab espera que consiga la residencia, lo que le permitiría vivir y competir permanentemente en Estados Unidos. Actualmente tiene una visa P1 para atletas.

Considera competir en el maratón de Boston, que atrae menos gente y donde le costará más sobresalir. Por ahora permanecerá en su país, enfocándose en su nuevo objetivo: Rebajar en algunos minutos su mejor registro.

“Tal vez 2:03”, comentó.

Staab jamás pensó patrocinar atletas de este nivel cuando asumió la conducción del West Side Runners en el barrio donde vive. Era un club pequeño de corredores de la zona de la Asociación Cristiana de Jóvenes, que en 1980 inscribió a tres colombianos en el maratón neoyorquino. Se empezó a correr la voz de que Staab podría inscribir a atletas de otros países en pruebas estadounidenses y empezaron a llegar corredores de Ecuador, Brasil, México y otros países latinoamericanos. West Side Runners pasó a ser un club fuerte a nivel local, con atletas de todos lados que corrían mayormente contra equipos blancos, de muchachos que acababan de terminar la universidad.

“Los otros equipos se reían de nosotros”, contó Staab. “Hasta que empezamos a ganarles. A partir de entonces dejaron de mofarse”.

Staab comenzó a dedicarle todo su tiempo al club cuando se jubiló hace una década. Su compromiso y sus aptitudes impresionaron a corredores etíopes que buscaban club y ahora los etíopes representan un tercio aproximadamente de los afiliados al club. Algunos pasaban temporadas en Estados Unidos, mientras que otros se quedaban más tiempo. Staab alojó a muchos en su departamento, pero la junta que maneja su edificio se lo prohibió hace poco. Muchos corredores se quedan con amigos y algunos comparten pequeños departamentos en el Bronx.

Casi todos se dedican de lleno a correr y tienen visas para atletas que les impiden hacer otros trabajos. Si bien no son figuras de renombre, ganan lo suficiente como para cubrir sus gastos y enviar dinero a sus casas, algo que es posible porque Staab los inscribe en casi todas las carreras de mediano nivel que hay en el país.

No es una vida de lujos. Diriba correrá unas 20 pruebas esta temporada y calcula que habrá ganado 26.000 dólares. Apenas lo suficiente para pagar un alquiler compartiendo un departamento del Bronx. En Etiopía, sin embargo, “eso es mucho dinero”, señala.

Staab ayuda a los corredores a conseguir visas. Calcula que escribe unas 100 cartas por año al servicio de inmigración, diciendo que los atletas tienen un gran potencial.

Una de esas corredoras es Nuhamin Bogale Ashame. Excampeona mundial juvenil de los 1.500 metros, Nuhamin dejó de competir por una lesión, pero ahora trata de volver corriendo pruebas más largas. Con la ayuda de Staab, participó en numerosas carreras, desde una milla (1.600 metros) hasta medio maratones. Cuenta que estando en Etiopía escuchó a otros atletas hablar muy bien del West Side Runners y que luego lo comprobó en persona.

“Para los corredores etíopes (Staab) es como un padre”, expresó. “Lo queremos mucho”.

Eso se hizo evidente el año pasado cuando 15 corredores etíopes acompañaron a Staab a un hospital para que le extrajesen un tumor de la vejiga. Staab no tiene familia en Nueva York, por lo que los corredores pasaban las noches con él.

“Cuando volví para otra operación, las enfermeras no se acordaban de mí, pero sí de los etíopes”, contó Staab.

Staab se queja del proceso de inmigración, que se ha hecho más difícil desde la llegada de Donald Trump a la presidencia. Ya no busca visas para corredores mexicanos “porque no las van a conceder”. Dice que incluso le cuesta conseguirlas para los etíopes.

“Son de un país de mi..., ¿me comprendes?”, manifestó, aludiendo a una expresión usada por Trump para aludir a las naciones africanas.

De todos modos, la mayoría de los integrantes del club de Staab son inmigrantes, cuyo éxito se refleja en la cantidad de trofeos que exhibe en su departamento. Los corredores a menudo dejan los trofeos en su casa. Prefieren tener más espacio para llevar cosas a sus países.