Un horizonte oscuro
Nuestro destino, como nación soberana, se ve cada vez más amenazado por la creciente presión migratoria desde Haití y la falta de una respuesta eficaz para enfrentarla.
La ocupación territorial por parte de haitianos -sean estos ilegales o no- continúa en aumento, al punto de que algunos la consideran un proceso irreversible.
La capacidad del país para influir en el desenlace de la crisis de Haití es limitada.
Hasta ahora, lo único que ha podido hacer es contener parcialmente sus efectos, pero sin lograr una verdadera resistencia.
La realidad es que estamos soportando la crisis haitiana sin herramientas para revertirla.
Uno de los indicadores más alarmantes de este proceso es el crecimiento exponencial de los nacimientos de hijos de parturientas haitianas en hospitales dominicanos.
Esta situación, que algunos describen como una “invasión de vientres”, plantea un desafío de proporciones históricas, tanto desde el punto de vista demográfico como en términos de recursos y gobernabilidad.
El panorama se complica aún más en un mundo que atraviesa cambios geopolíticos acelerados.
Las naciones más poderosas están redefiniendo sus intereses estratégicos, dejando de lado la visión del “buen samaritano” que en el pasado llevó a la asistencia internacional a Haití.
Estados Unidos y otras potencias han reducido significativamente su apoyo a Haití, considerándolo un Estado fallido.
En este escenario, la defensa de nuestra integridad nacional y soberanía se vuelven un reto aún mayor.
Además de ser un país pequeño, atravesamos un debilitamiento de la cohesión democrática, lo que dificulta la creación de un frente común para proteger nuestros intereses vitales.
Sin unidad política ni social, la capacidad de resistencia ante esta crisis se reduce drásticamente.
Ante esta realidad, la gran pregunta no es qué nos deparará el destino, sino qué capacidad tendremos para garantizar nuestra supervivencia con los recursos que aún nos quedan.
