La Caleta, en total abandono

En La Caleta, a tan solo unos minutos del Aeropuerto Internacional de las Américas, el derecho a la dignidad y a una vida sin sobresaltos sigue siendo una quimera.

Miles de familias que, con esfuerzo, levantaron sus hogares en estos terrenos, viven en un estado de angustia y vulnerabilidad que ningún ser humano debería experimentar.

Con cada amanecer, sus habitantes enfrentan la pesadilla de los desalojos y la incertidumbre de perder el techo que, por años, ha sido símbolo de sacrificio y esperanza.

Sin títulos de propiedad, sin amparo y sin voz efectiva en un sistema que parece haberlos olvidado, los residentes de La Caleta nos recuerdan que las promesas de desarrollo no deben dejar atrás a los más vulnerables.

¿Cómo puede alguien construir una vida en paz cuando el suelo que pisa es reclamado por terceros?

¿Cómo pueden forjar un futuro sus hijos si cada noche se acuestan con el temor de que la casa que los alberga pueda no estar al amanecer?

El presidente Abinader ha designado a un comisionado para mediar en esta disputa, pero la urgencia de declarar estos terrenos como de utilidad pública se siente en cada esquina, en cada mirada angustiada y en cada historia de años de lucha por un pedazo de seguridad.

La inseguridad territorial no es el único golpe que recibe La Caleta. Sus calles, desgastadas y olvidadas, son una trampa de lodo y polvo que atrapa el espíritu de la comunidad en una constante sensación de desamparo.

Sus munícipes, que durante años han soportado calles intransitables, un sistema de energía que arriesga sus vidas y un suministro de agua intermitente, han pasado a ser relegados como ciudadanos de segunda clase.

La escena de una escuela casi terminada, abandonada y convertida en corral de animales, es la estampa más trágica y vergonzosa de la desidia gubernamental.

Sin escuelas suficientes, sin un liceo para los adolescentes y sin una escuela laboral que fomente la capacitación, estamos sentenciando a sus habitantes a una vida de escasez y limitaciones.

Es hora de que las promesas se conviertan en hechos y que el Estado responda a estas demandas y devuelva a los de La Caleta la paz, el respeto y el derecho a soñar en su propio hogar.