El poder de la mayoría precaria
Dos meses atrás, el Barómetro de Las Américas hizo una medición del nivel de confianza de los dominicanos hacia los partidos políticos, y el resultado fue desalentador.
Halló que el 62 por ciento de los ciudadanos cree que más de la mitad o todos los políticos del país son corruptos.
Cuando se revisan los distintos sondeos realizados sobre este aspecto desde 2019 se comprueba que ese nivel de desconfianza ha ido en aumento.
En sentido contrario, el grado de simpatías por partidos políticos ha ido descendiendo desde el 2012, cuando estuvo en un 63.4 por ciento, al 42.4 del 2016 y al 36.2 por ciento en 2019.
Estos indicadores ayudan a comprender una de las distintas causas del fenómeno de la abstención electoral, aquí y en otras partes de América Latina.
Estas abstenciones pueden ser síntoma de diversos problemas subyacentes en un sistema político que, como el nuestro, proyecta signos de crisis.
El descontento o desconfianza en el sistema político, como revela el Barómetro de Las Américas, se acrecienta cuando muchos votantes sienten que su voto no tiene impacto real o que todos los políticos son iguales y no cumplirán sus promesas.
Resulta extraño que sin haber prevalecido un clima de intimidación, violencia o perturbaciones en las elecciones de los últimos años, haya descendido el número de ciudadanos que vota.
Si es por algún defecto del sistema de logística de una elección, que crease barreras para el acceso ordenado y fácil a las urnas, se podría justificar algún nivel de abstención, pero ese no es el caso dominicano.
Lo otro es que entre los jóvenes pudiera haber un desinterés general en la política, percibida como algo distante o irrelevante para la vida cotidiana.
O si el desencanto general hacia las elecciones viene influenciado por la percepción de que la política no resulta relevante para sus vidas cotidianas.
El liderazgo político dominicano, y toda la sociedad, deben plantearse una discusión a fondo de este fenómeno.
Al abordar estas causas desde múltiples ángulos, se podría trabajar hacia una democracia más participativa y representativa, donde los ciudadanos se sientan motivados y capacitados para ejercer su derecho al voto.
Una democracia que no sea tutelada ni gestionada por una mayoría precaria, que es, por lo visto, la tendencia que vienen marcando las elecciones generales de los últimos años.