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Una puñalada artera a la democracia

Después del largo invierno de oscurantismo y represión de la dictadura trujillista, la primavera democrática llegó al país en 1962, pero su esplendor fue efímero.

Un golpe de Estado contra el primer presidente electo en comicios libres, apenas siete meses después de su instalación en 1963, sofocó los primeros vientos de la naciente democracia.

Y desde entonces, el sistema lleva las cicatrices de la puñalada trapera que derribó esta nueva experiencia de libertad y desencadenó una serie de episodios que, a lo largo de 60 años, todavía lo mantiene imperfecto.

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Una puñalada artera a la democracia


El levantamiento cívico-militar del 24 de abril de 1965, para reimponer la Constitución de la democracia, resultó malogrado por una intervención de tropas extranjeras encabezadas por Estados Unidos.

Desde entonces, los dominicanos han tratado de construir un modelo de régimen afincado en los más puros fundamentos de la democracia, que no está exento de atentados arteros de fuerzas oscuras.

Es penoso que, por efectos del escaso patriotismo de líderes llamados a conducir la democracia, las bases de la libertad sean puestas en peligro por debilidades frente a presiones externas o hechos que degradan la institucionalidad.

Una de las secuelas de esa primera puñalada es la manipulación de la voluntad popular que debe expresarse en las urnas, los intentos de leyes para limitar la libertad de expresión y la impunidad ante la corrupción.

Ahora que la democracia da señales de quiebre, por estas y otras causas, es apremiante que la sociedad se mire en el espejo de la historia y evite repetir esas amargas experiencias.

El ejemplo de lucha que dio el pueblo en armas en 1965 para restablecer la plenitud de la democracia, habla muy bien del arrojo con el que los dominicanos defendieron su derecho a la libertad y la soberanía, de la misma manera que lo hicieron en otras etapas de nuestra historia.

Esta sociedad tiene una deuda no pagada todavía con estos patriotas, auténticos escudos de la constitucionalidad, y la mejor manera de saldarla es defender con firmeza la democracia que tenemos, frente a tantas amenazas que asoman en el horizonte.