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Nuestros eclipses permanentes

Como fenómeno astronómico, el eclipse solar cautivó ayer la atención de una humanidad que lo percibió entre miedos y esperanzas.

Una vez que la Luna se interpuso entre el Sol y la Tierra, el gran astro dejó de iluminar el planeta en que vivimos, invisibilizando ciudades, océanos y montañas.

Ese carácter pasajero del fenómeno es distinto al de nuestros propios eclipses. 

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Nuestros eclipses permanentes


Los que gravitan sobre la sociedad dominicana, especialmente en el ámbito de varios derechos ciudadanos, no tienen desafortunadamente la virtud de lo efímero.

Es lo que ocurre con el derecho a la justicia, a través del cual los ciudadanos hacen valer prerrogativas humanas garantizadas constitucionalmente.

Mujeres que reclaman protección a sus vidas, a su integridad y dignidad, no encuentran el amparo vital de la justicia cuando denuncian amenazas de parejas o exparejas, y por eso muchas han terminado asesinadas.

La igualdad ante la ley también pasa por estas opacidades, mientras haya impunidad selectiva para no perseguir ni castigar a los corruptos o los criminales que delinquen por el bochornoso maridaje que han articulado con jueces y fiscales.

Igual pasa con el derecho a la salud, uno de los más eclipsados cuando los ciudadanos pobres, o de escasos recursos, no reciben los beneficios de vivir en ambientes saludables, porque las calles están contaminadas o llenas de basura.

Concretamente, cuando no tienen acceso a agua limpia, a buenos alimentos ni a la cobertura de la atención hospitalaria con servicios integrales de salud, como manda la Constitución.

O, como en el caso de la educación, cuando miles de niños no pueden tener acceso a las aulas, a la enseñanza y el aprendizaje para tener una formación humana de calidad, en valores y conocimientos.

Y si estos eclipses persisten en el tiempo, entonces ponen en juego el derecho más importante, que es el de la vida, ahora bastante amenazado por la inseguridad ciudadana.

O por una cultura existencial que cada día empuja a muchos al desaliento, a la frustración, al suicidio o a padecer una gama de trastornos mentales, en una magnitud que pocas veces se mide y se aprecia porque, justamente, hay muchos derechos eclipsados.