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Siete verdades mordientes

Con su Sermón de las Siete Palabras, la Iglesia católica le ha dado un fuerte aldabonazo al corazón de una sociedad que se ha vuelto individualista y conformista frente a los graves problemas nacionales.

De manera descarnada, sin florituras ni temor a nadie, ha puesto de relieve siete verdades mordientes que certifican el estado de descalabro moral del país.

Son estas: las graves fallas de los sistemas de atención hospitalaria, de la seguridad social para la salud, del régimen carcelario, los atascos educativos, la corrupción administrativa, la inseguridad ciudadana, la pobreza y el encarecimiento de la vida.

Una sociedad de gentes narcotizadas por el facilismo y la pérdida de valor de la identidad nacional y el patriotismo, ha favorecido que estas lacras sociales se generalicen.

Con este permisivismo, hemos ido debilitando cada vez más la base de valores en que debe cimentarse la felicidad, la riqueza nacional y el acceso de oportunidades para todos los ciudadanos.

Este sermón es una señal de esperanza, porque demuestra que todavía existe una voz, la de la Iglesia de los pobres, que tiene autoridad para denunciar con claridad los problemas que inficionan nuestra calidad de vida.

Es un llamado a despertar de ese letargo y a cambiar esa indiferencia por una lucha restauradora de las buenas prácticas que, antaño, hicieron posible que este país contara con pilares básicos para sostener la institucionalidad y la democracia.

La sociedad de hoy tiene demasiadas prioridades que ameritan atenderse, como las de proveer y asegurar una adecuada educación y formación de los ciudadanos, un trato más digno para los enfermos y un sistema penitenciario que no sea una antesala para el infierno.

Por igual, el deber y la responsabilidad de los gobernantes es el de defender el bien común, sin permitir que funcionarios o acólitos partidarios vean en los recursos públicos la fuente del enriquecimiento ilícito.

Ese deber y esa responsabilidad se extienden también al buen manejo de las soluciones a las necesidades ciudadanas, al cuidado y mantenimiento de las infraestructuras públicas y a garantizar los derechos humanos.

El bisturí de la Iglesia, penetrando en la hondura de nuestras dolencias capitales, ha sacado la pus social que muchos se niegan a admitir y combatir, dándoles de lado irresponsablemente.