Una percepción demoledora

 El Barómetro de Las Américas 2023 consigna este dato demoledor: el 62 por ciento de los dominicanos tipifica a los políticos de corruptos.

Este nivel de percepción se asemeja a los que predominan en otros países donde la calidad de la democracia se ha degradado significativamente.

Síntomas de esa degradación son, sin dudas, los altos índices de desconfianza en los sistemas políticos y el elevado abstencionismo electoral en la mayoría de ellos.

Un descontento progresivo hacia la clase política se refleja también en las instituciones democráticas, expuestas, por tanto, a una pérdida de credibilidad y legitimidad.

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Una percepción demoledora


La corrupción de la clase política, que se manifiesta a menudo en el endoso de candidaturas de personajes vinculados al crimen organizado, es un factor lesivo para la institucionalidad democrática.

Como lo es, también, la compra de votos y las interferencias abiertas al trabajo de las juntas electorales o la represión contra opositores y libertad de expresión, en aquellos donde la democracia ha mutado a un modelo híbrido. O una pura dictadura.

En la medida en que los partidos son percibidos como instrumentos clientelares o personalistas, donde los puestos de mando y las candidaturas son subastados, la confianza ciudadana en el sistema de partidos se erosiona más.

La impresión que se ofrece es que los políticos, al asumir los poderes del Estado, carecen de programas públicos coherentes o aplican insuficientemente las medidas destinadas a reducir las desigualdades sociales.

En tal contexto, los ciudadanos perciben que las instituciones quedan en manos de insignificantes, incompetentes o personas que no se sienten en el deber de corresponder a las exigencias de la sociedad, sino a las propias.

Rasgos de uno de estos síntomas los acaba de evidenciar el informe final de la Misión de Observadores Electorales de la OEA, al denunciar la compra de votos y otros delitos electorales.

Pero ahora, como en anteriores experiencias, surgen las dudas de que estas faltas sean debidamente penalizadas y, al fin de cuentas, la democracia siga el inimaginable derrotero por el que ahora transita.