El tiro de gracia a la lealtad política

El transfuguismo, o la huida de un partido hacia otro, le ha dado el tiro de gracia a las lealtades políticas en el país.

El fenómeno ha tenido un efecto aluvial, porque envuelve a centenares de dirigentes o militantes de los distintos partidos.

Ha incluido, y esto es más grave todavía, a funcionarios electos en representación de un partido que se mudan a otro, pero sin abandonar sus cargos.

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De este modo exponen a la democracia representativa a una desnaturalización de sus esencias y, a los partidos mismos a un proceso de fragmentación y vulnerabilidad de sus fortalezas.

El transfuguismo drena también la confianza de los ciudadanos hacia los políticos que se postulan y ganan cargos en base a promesas que cumplirían en representación de los intereses de su comunidad y del partido en el que militan.

Este fenómeno ha hecho olas en Brasil, Ecuador, Perú y Paraguay, y sus secuelas directas, como la inestabilidad gubernamental y la falta de coherencia en las políticas públicas, son visibles y elocuentes.

Pese a que en algunos de ellos existen leyes que penalizan el transfuguismo, el fenómeno no cesa y es por eso que la democracia, prostituida por estos saltos con garrocha, se debilita cada día.

Aunque son distintas las razones que empujan a un político a dejar su partido para afiliarse en otro, la razón de más peso ha sido la del oportunismo, puro y simple.

Es decir, la de procurar beneficios personales o políticos, sin el más mínimo rubor por defraudar a quienes creyeron en su frágil sentido de lealtad partidaria y les dieron sus votos para alcanzar un cargo electivo o una posición dirigente en su organización.

Así es que mueren las democracias.

Pero como vivimos en un “teteo electoral”, este peligro no parece quitarle el sueño a nadie, mucho menos a los políticos que prohíjan esas vergonzosas mudanzas de las lealtades partidarias.