El peatón, una especie en extinción

En fuerte contraste con lo que reflejan las grandes ciudades del mundo, en la capital dominicana escasean los peatones.

Pese a que las grandes capitales cuentan con sistemas colectivos de transportación de pasajeros, son miles las personas que se desplazan a pie en las avenidas de Nueva York, París, México, San Pablo y Santiago de Chile.

En el Gran Santo Domingo es todo lo contrario. La mayoría lo hace montada en distintos tipos de vehículos. Y esto puede obedecer a varias razones.

Una de ellas es la inseguridad o la sensación de desprotección que pueda tener cada ciudadano, de manera personal, y el sesgo agresivo que emana de una ciudad caótica.

Con aceras estrechas, a menudo ocupadas por tarantines o cachivaches, y por las que transitan algunos motoristas para eludir los taponamientos, esta ciudad es poco amigable para los peatones.

En ese estado de relajo general en que se desenvuelve el tránsito capitaleño, el peatón lleva las de perder, porque nadie le reconoce sus derechos.

Como se dice, a modo de sorna, que “el peatón no es gente”, muchos de los que conducen vehículos se comportan agresivos o poco indulgentes con ellos.

Con las facilidades que hay para moverse en motoconchos o Uber y otras líneas de taxis, la gente prefiere usarlos, aunque sea para dirigirse a cortas distancias.

Caminar unos pocos metros de las puertas de la casa a otro punto de destino, sea una farmacia, un colmado o a la parada de buses, es un riesgo que muchos temen correr.

Por el asunto de la inseguridad ciudadana y el miedo que esta, de por sí, genera como terrible secuela.

Ni siquiera en bicicletas, patinetas eléctricas o patines, como suele verse en las grandes ciudades, el dominicano se arriesga a desplazarse por su capital.

Es así como el peatón de hoy es una especie en vías de extinción en Santo Domingo, según parece.