reflexiones del director
Mi primer ascenso, por un azar del destino
Con un cuadro de mandos integrado por veteranos periodistas, resultaba muy difícil a un novel reportero ascender a los puestos ejecutivos de la Redacción en los inicios de los setenta.
En mi caso, un inesperado y lamentable episodio me catapultó sin esperarlo a una de esas posiciones: la de editor de Internacionales, en el centro de mando en el que solo habían cinco asientos, con apenas una mínima experiencia de dos años en el reporterismo callejero.
Fue el fallecimiento de don Pablo Rosa, un veterano editor que pasó del diario El Caribe al Listín tras la reapertura de este en 1963.
La noticia de su repentino fallecimiento, porque era un hombre que estaba en salud, se conoció al mediodía. Y toda la Redacción quedó compungida.
A las tres de la tarde, el jefe de Redacción, Milcíades Ubiera, le pidió al más veterano del equipo que se encargara de confeccionar las páginas internacionales.
Con apenas una hora ocupándose de esta tarea, el veterano se levantó del asiento y se disculpó de seguir, a pesar de que era diestro en el manejo de diseño y montaje de contenidos.
Me atreví entonces a ofrecerme para terminar el trabajo y el jefe de Redacción, aparentemente con pocas opciones inmediatas en ese momento, aceptó con dudas mi oferta. Y me puso a prueba.
Tomé de inmediato el toro por los cuernos y me puse a trabajar con esmero en esa edición de emergencia.
Cuando el director, Rafael Herrera, me encontró allí, hizo una mueca de sorpresa y creo también de desagrado. Y le preguntó al jefe de Redacción que de quién había sido la idea de poner a este novato e inexperto en ese puesto. Y se marchó rumiando desaprobación.
Yo me levanté enseguida y también le dije al jefe que buscara otro. Pero me dio un voto de confianza y me dijo: hazlo tú y yo asumo la responsabilidad.
Al día siguiente, mi trabajo fue reconocido por los demás compañeros por el diseño moderno y vistoso que utilicé, dándoles un giro absoluto a los modelos rutinarios.
En la tarde pedí ver al director para explicarle la razón por la que él me encontró sentado en la silla del fenecido editor y excusarme por el atrevimiento.
Pero el director estaba ya de otro ánimo. Le pregunté: ¿Qué tal le pareció mi trabajo? A lo que me respondió: “¡Muy bien!”.
-Y dime ahora ¿dónde aprendiste a diseñar páginas?
Le respondí: -En el Manual de diseño moderno de periódicos que usted mismo me regaló un día que estuve en su biblioteca, mucho antes de entrar al Listín como reportero practicante.
-Bueno, solo vine a disculparme, a aclarar cualquier malentendido que lo hubiese mortificado y a decirle que vuelvo a mi reporterismo.
Entonces el director me dijo: -Sigue haciendo las internacionales hasta que escojamos al sustituto de don Pablo.
En esa espera duré cinco años. Hasta que solicité formalmente que me devolvieran al trajín del reporterismo de la calle, que era donde me gustaba y quería estar.