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¿Vamos a perder también a la niñez?

Hay señales inconfundibles que muestran a nuestra sociedad cada vez más corroída por la degradación de sus valores.

La génesis de esta caída en el vacío comienza por los derechos de la niñez.

Pese a que la Constitución y leyes especiales consagran la obligatoriedad del Estado y de la sociedad en protegerlos, los indicadores en contra son apabullantes.

Las estadísticas sobre abandono familiar, explotación sexual y laboral, analfabetismo y prematura iniciación en actividades delictivas o en la drogadicción, han devenido en secuelas directas de esta desprotección.

La enorme cantidad de niños y adolescentes con discapacidades físicas y mentales o vapuleados por una cadena de trastornos que afectan su conducta, es también un reto colateral para el Estado y la sociedad.

A causa de estas condiciones especiales, muchos niños dominicanos no tienen las oportunidades para remediar esas discapacidades ni para acceder a la educación formal sin discriminaciones.

¿VAMOS A PERDER TAMBIEN A LA NIÑEZ? Video

¿VAMOS A PERDER TAMBIEN A LA NIÑEZ?


Porque todavía son insuficientes los centros estructurados para ese tipo de educación y de terapias, así como las casas de acogida para huérfanos o niños desplazados de sus hogares por culpa de la violencia.

Agravando este cuadro, la degradación integral de la educación pública no ofrece garantías de que, a mediano o largo plazo, los niños y adolescentes que acuden a las escuelas puedan representar, en el futuro, una fiable generación de relevo.

Los centenares de episodios de violencia intraescolar y de irrespetos a los maestros, así como los indicadores de bajísima calificación en el aprendizaje, son señales fidedignas de esa degradación.

Para mayor desgracia, la sociedad ha ido perdiendo los modelos o valores morales que son dignos de preservarse, y en cambio ha dado paso a que las indecencias y aberraciones se constituyan en las semillas que “abonan” los surcos de las nuevas generaciones.

El solo hecho de que una significativa parte de la juventud y, más que nada de los adolescentes, haya caído en terrenos de perdición, es premonitoria de lo que nos espera a la vuelta de pocos años.