Puertas abiertas a la turbamulta
Ni el gobierno ni la justicia pueden dejar sin castigo a los responsables de los colosales desmanes cometidos en la Ciudad Colonial el pasado sábado.
Si las autoridades se cruzan de brazos y permiten que ese colosal atentado contra propiedades y, sobre todo, contra la seguridad de una zona turística y residencial quede impune, estarán de hecho abriendo las puertas al imperio de las turbamultas.
Porque en un país en el que nadie se anima a respetar las leyes y la propia autoridad tampoco se da a respetar, el orden público puede convertirse en pasto de los desenfrenos sociales.
El caos inducido o espontáneo que hasta ahora caracteriza las modalidades de los “teteos” tolerados por las autoridades, es muy distinto al asalto de una muchedumbre sedienta de dinero, capaz de cualquier exceso.
Como en realidad los hubo en la Ciudad Colonial, cuando miles de jóvenes se diseminaron por calles, callejones, parques y otros espacios históricos buscando una fortuna escondida.
Intempestivamente entraron a restaurantes llenos de turistas, a residencias y a lugares públicos causando gran miedo y desconcierto, sin que en ningún momento fueran contenidos y neutralizados por las autoridades.
Se trató de una severa falla de la seguridad de una zona que amerita, por el valor de sus tesoros históricos, una vigilancia a toda prueba.
Cuarenta y ocho horas después de los episodios de desenfreno y destrucción no se habían reportado oficialmente personas arrestadas por su vinculación con el desorden.
Lo cual manda una inconveniente señal al resto de la sociedad, que ha quedado estupefacta por este nivel de desprotección e inseguridad.
Ni siquiera se trataba de una fiesta de Halloween, porque nadie estaba disfrazado a la usanza norteamericana.
Aquello fue el asalto de una gleba viciosa, parasitaria, que vegeta en los ambientes de bebentinas, drogadicción y libertinaje sexual y que no tiene miramientos frente a las reglas del orden público ni compromiso con el engrandecimiento del país.
Esa gleba tiene todos los caminos abiertos para desfogar sus frustraciones sociales y resentimientos, y de seguro que continuará haciendo de las suyas si percibe que la autoridad es blandita e incompetente para frenarla.