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En el asiento del general Dayán

El general Moshé Dayán fue un genio militar de Israel, cuyas estrategias bélicas en guerras decisivas son antológicas.

Dignas de ser plasmadas en un manual de las guerras que se libran por la supervivencia frente a un enemigo superior, donde además del ejército influye el papel de los voluntarios civiles.

Siendo un joven de 21 años, Dayán se enroló en la fuerza de defensa judía secreta, llamada Haganá, que tras una sistemática lucha condujo a Israel a su independencia en 1948.

Como jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de 1953 a 1958 y luego, como ministro de Defensa fue el responsable de la planificación de la llamada “Guerra de los seis días” en 1967.

En esa guerra, Israel derrotó a los ejércitos de Egipto, Siria y Jordania, anexándose la ciudad santa de Jerusalén, que la hizo su capital, así como los Altos del Golán, en Siria, y la Franja de Gaza, hoy nuevamente escenario de otra guerra devastadora.

En el asiento del general dayán Video

En el asiento del general dayán


Dayán fue un líder audaz, rápido para concebir respuestas punitivas a los ataques del enemigo o para aventurarse en exitosas operaciones de rescate, como la de los israelíes secuestrados en el aeropuerto de Entebbe, en Uganda.

Su rostro se hizo conocido en el mundo, por el parche negro que cubría uno de sus ojos, que perdió durante un día de caza deportiva.

Cuando Israel decidió devolver a Egipto, en 1982, los 63 mil kilómetros de área ocupada en el desierto del Sinaí en la “Guerra de los seis días”, para cumplir un pacto de paz, yo estuve entre el grupo de periodistas extranjeros que presenció el proceso.

La devolución se hizo un año después de que Dayán, el arquetipo militar de la guerra, falleciera a la edad de 66 años.

Hice un extenso recorrido desde Sharm el Sheik y el puerto de Eilat, frente al golfo de Akaba, visitando bases militares, colonias judías, clínicas y fábricas modernas, bajo la guía del teniente Robert Kupperman.

Vi, a lo largo del desierto, las tribus de beduinos nómadas, ataviados de negro, que vivían del pastoreo de ovejas o del arreo de manadas de camellos, así como los “oasis artificiales” creados por los israelíes con agua del Jordán, que reverdecían el seco paisaje.

Las obras de reconstrucción ejecutadas en casi quince años de conquista militar israelí del desierto del Sinaí, la proeza militar de Dayán, se quedaron como herencia para Egipto.

Al salir del Sinaí y volver al territorio de Israel, fui invitado a recorrer las ciudades más emblemáticas de la fe cristiana. Al llegar a Tel Aviv nos informaron que el grupo de periodistas extranjeros sería dividido para completar otras rutas.

A un colega de la televisión de Costa Rica y a mí nos asignaron un vehículo , de un modelo de años atrás, y como guía a un diplomático israelí que había estado acreditado en Uganda y conocía bien al dictador Idi Amín, quien nos relató pormenores de la audaz y exitosa operación de rescate en Entebbe.

Pero lo más interesante del caso es que, al hacerlo, nos dio esta primicia: el vehículo en el que nos movíamos en ese momento era justamente el del general Dayán, que conservaba dentro algunos aditamentos especiales.

Conocido el dato, no nos sorprendió que frecuentemente algunos ciudadanos hicieran el saludo militar cuando veían el automóvil, o se acercaran a él, en algún semáforo en rojo, para curiosear adentro.

Era un Mercedes Benz 600 Pullman, blindado, dotado en su interior de una bandeja para trabajar, una base de comunicaciones en miniatura y un foco de luz en el costado derecho del asiento.

El ocupar el asiento de Dayán en la última fase de nuestro recorrido me hizo conectar con las glorias épicas del genio militar, narradas por Dominique Lapierre y Larry Collins en su libro Oh, Jerusalén, que devoré con fruición antes de ir a Israel.

Todavía se podía palpar el extraordinario símbolo de poder que proyectaba el paso de este vehículo, cuyo asiento principal ocupé por varios días... sin haber sido un héroe como Dayán.

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