editorial
Un alud de calamidades
Al mundo le ha sobrevenido un alud de calamidades, como si la tierra misma estuviese dando señales del parto apocalíptico.
Los terremotos, cada vez de mayor intensidad, se registran ahora sin intervalos, destruyendo ciudades, cobrando millares de vidas y dejando gran desolación.
Los volcanes también hacen su parte con sus sobrecogedoras erupciones y los ríos de lava que queman y esterilizan superficies, arrasan poblados y matan la flora.
Los huracanes, en y fuera de temporadas, devastan con ráfagas de vientos y poderosas cargas de agua, amplias extensiones de tierra, también cobrando vidas y pérdidas materiales.
Sus primos hermanos, los tornados de agua o de vientos, son asesinos inesperados en cualquier momento y lugar.
Los glaciares, enormes tumbas de hielo que tienen un efecto morigerador en el calentamiento del planeta, se desploman y elevan súbitamente el nivel de las aguas del mar.
Las inundaciones o tsunamis que desencadenan estas subidas del mar sepultan pueblos en un santiamén.
Virus y microorganismos que estaban en reposo en la tierra han emergido y causado epidemias y pandemias mortales, agravando enfermedades de humanos y animales.
Al presentar fuerte resistencia a los antídotos que la ciencia ha preparado para combatirlos, se expanden por todo el globo haciendo más frágil la salud humana.
Los incendios forestales, igualmente arrasadores, se multiplican al conjuro de las severas temporadas de calor, despidiendo humo hacia la atmósfera.
Las nubes de polvo y el sargazo son más comunes en los últimos tiempos, degradando recursos naturales.
La humanidad está estresada con tantos cataclismos y, para completar este panorama, vemos al hombre atentando contra la vida, incluyendo la propia, a través de sangrientas guerras o de envilecedores vicios.
Con razón se dice que hemos entrado en la era de la pandemia mental, que trastorna los esquemas de la racionalidad y la ecuanimidad del ser humano, extinguiendo muchos de los carismas con que Dios los dotó.
Este es el alto precio que está pagando la humanidad por herir de muerte, porfiadamente, al planeta tierra, nuestra casa común.