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Bajo el signo del desarraigo

Poco a poco, las nuevas generaciones han ido desconectándose del conjunto de aspiraciones individuales o sociales que formaban parte de nuestra cultura de valores.

La adopción de nuevas y revolucionarias tecnologías que simplifican tareas humanas y la tendencia hacia una ruptura con el pasado han ido rompiendo los vínculos con los llamados “paradigmas” de la sociedad de antaño.

Tres simples ejemplos concretos: pocos años atrás, las aspiraciones predominantes eran el estudio para alcanzar una profesión, el obtener un buen empleo y el de formar familia, preferentemente bajo el matrimonio.

Esas prioridades, ahora, han cambiado entre los de la nueva generación que prefieren sustituir la escuela o la academia por el aprendizaje apriorístico o autodidáctico.

Bajo el entendido de que no resulta someterse a un sacrificio de tiempo acumulando conocimientos en un oficio o profesión que la tecnología suplantará, o que resultaran desfasados a la hora de graduarse, optan por cambiar el foco de sus expectativas.

En cuanto al trabajo remunerado, esquivan los modelos de horarios tradicionales y del sistema de ascenso por méritos, prefiriendo elegir el trabajo propio o el emprendedurismo.

Es la aspiración de ser el dueño de sus propios talentos, apostar a todos los riesgos y abrazar las tecnologías como fuentes y bases de su sustentación personal.

Formar familia, a través del matrimonio que compromete a la pareja en la procreación y educación de los hijos, no es tan atractivo ahora para jóvenes que piensan que el tiempo es corto, porque vivimos en una era de obsolescencias, donde nada dura mucho.

El desarraigo de estos valores aspiracionales también se extiende al campo del sentimiento nacionalista bajo la visión de que, al vivir en un mundo globalizado, hay que asumir las tendencias que marcan el nuevo rumbo de la humanidad.

Ya hemos visto adonde conduce la quiebra del respeto, la disciplina y el acatamiento de las leyes que predominaban en la “vieja” sociedad y cómo el interés individual va reemplazando al colectivo, sepultando el concepto del bien común.