A puras trompadas

El peligro siempre anda al costado de los reporteros y por eso es que se dice que el periodismo es una profesión de riesgos.

Por buscar la verdad y exponerla, o por denunciar anomalías de los gobiernos o de grupos siniestros, miles de periodistas han sido emboscados, asesinados, torturados o empujados al destierro.

Pero al margen de estas causas directas, atribuibles a la intolerancia de sectores afectados, los peligros están latentes en toda cobertura de sucesos, guerras, catástrofes naturales, campañas y mítines electorales.

Yo, como muchos otros colegas, hemos estado envueltos en situaciones de este tipo, especialmente en ambientes de protestas sociales, en cobertura de tiroteos o en enfrentamientos de militantes políticos en tiempos electorales.

Por ejemplo, en la cobertura de la campaña electoral del principal candidato presidencial de la oposición, don Antonio Guzman, en 1978, múltiples veces escapamos a las acciones represivas de militares que intentaban impedir sus caravanas por los pueblos.

Los guardias llegaban a disparar sus ametralladoras para intimidar a los seguidores de Guzmán, y recuerdo cómo estos se replegaban por montes y lugares seguros

En la época en que representaban la tropa de choque más eficaz de la Policía, los llamados “Cascos Blancos” , luego cambiados a negros, no iban muy lejos para atropellar físicamente a reporteros en episodios de protestas, o para llevárselos presos, con un culatazo de ñapa.

Pase por uno de esos momentos difíciles durante el desfile en el Malecón de unos gigantes muñecos de hule que alguna vez fueron la atracción de las famosas paradas de la tienda Macys, de Nueva York.

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A puras trompadas


Estos muñecos se desinflaron, pienso que por el calor tropical, y al desfilar así, desfigurados, retorcidos, el público se sintió burlado por el fiasco y comenzó a protestar y lanzar piedras a las carrozas.

La policía intervino con macanas y bombas lacrimógenas y apresó a varios.

Estando al borde de una de las guaguas llenas de arrestados, procurando nombres para incluirlos en mi crónica, un “Casco negro” corrió hacia mí y ordenó que me alejara.

Le mostré el carneton de reportero del Listín que colgaba de mi cuello. Y ni así pude evitar que el agente me agarrara y me derribara al suelo con un empujón, por no haber cumplido su orden.

Eso sí. Despertó una fiera. Porque al recuperarme le volé encima a puras trompadas y patadas, hasta derribarlo con todo y que tenía su arma y un lanza-bombas.

Suerte que un mayor que comandaba las tropas evitó que los compañeros de armas me fueran encima con sus macanas, en represalia por mi violenta venganza.

Por suerte, ni me apresaron (porque se dieron cuenta que era de la prensa, pienso yo) ni me mataron. Por eso puedo contar esta historia.

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