editorial
“Haití no puede esperar más”
Con su valiente decisión de cerrar totalmente la frontera, el presidente Abinader ha sacudido el punto muerto diplomático de la crisis de Haití.
Faltaba una acción decisiva, como esa, para que la comunidad internacional reaccionara y dejara de ser ciega, sorda y muda ante la cruda realidad de un país desgarrado por la violencia y la inseguridad.
Después de dar vueltas y vueltas para mantener distancia del foco de la guerra interna, a pesar de los insistentes pedidos de auxilio del tambaleante régimen haitiano, la comunidad internacional, liderada por Estados Unidos, comienza a dar una señal que apunta a la redefinición de su estrategia.
El panorama hoy, a la vista de todo el mundo, es el de dos países en fricción, con la agravante de que uno de ellos, en este caso República Dominicana, ha mostrado su músculo militar sellando totalmente la frontera.
Este cierre, acompañado de la suspensión de la emisión de visados en Haití, limita al extremo todo tipo de suministros a ese país, agravando aún más la crisis agónica de un Estado fallido.
No es una realidad para ignorarla olímpicamente.
Ni para cruzarse de brazos ante el acelerado descalabro de Haití que, en el fondo, ha engendrado una crisis que puede extender sus ráfagas al resto de la región del Caribe.
Estados Unidos, a través de su presidente, Joe Biden, ha pedido a las Naciones Unidas que autorice el envío de una fuerza internacional de pacificación a Haití, ya que ese país “no puede esperar más”.
Una frontera cerrada y militarizada, como si fuera un torniquete sobre las arterias del comercio bilateral, y un masivo y sorprendente regreso voluntario de haitianos a su país, constituye un fenómeno geopolítico nuevo en América Latina.
El lobo de una confrontación binacional ya asomó sus fauces en este escenario.
Y, definitivamente, la comunidad internacional no puede seguir ya en el juego de amagar y no dar.