EDITORIAL

Granítico apoyo para el Presidente

Después que los demonios de la violencia le quemaron las barbas al Estado haitiano, al nuestro no le queda más alternativa que poner las suyas en remojo.

De hecho, ya lo venía haciendo en la medida en que se reforzaba con tropas y nuevos equipos militares la zona fronteriza, pero sin llegar más lejos o con restricciones extremas en materia migratoria.

Lo prueba la fluida y masiva emisión de visas en los dos últimos años, tras el asesinato del presidente Jovenel Moise, que fue el punto de inflexión que ha conducido a la acelerada dilución del Estado haitiano.

Igual prueba es la flexibilidad de permitir que millares de mujeres parturientas, indocumentadas, entraran al país a recibir atención gratuita en nuestros hospitales, una actitud humanitaria que su propio pueblo les niega.

La gota que derramó la copa de la paciencia y la tolerancia dominicana fue la descarada y desafiante reapertura de la construcción del canal derivador del río Masacre, financiada por intereses fuera del control del gobierno de facto.

Al amparo de la situación de ingobernabilidad del estado fallido haitiano, no es extraño que allí los distintos grupos de intereses específicos que pugnan por el poder traten de pescar en mar revuelto.

Al quedar abandonado a su suerte, como un país paria, presa de una catástrofe política que ha desgarrado el orden y la institucionalidad y sometida al hambre y la inseguridad extrema, ya no es posible garantizar el cumplimiento de acuerdos con nuestro país.

Así que el cierre total de la frontera, a más de constituir una señal dominicana de desaprobación a ese desafío, es la más correcta y aconsejable política de “control preventivo” de la seguridad nacional, y de la soberanía misma.

La decisión valiente y responsable del presidente Abinader tiene el respaldo de una sociedad que siente de cerca el olor de la sangre y la violencia que se ha esparcido en Haití, con legítimos temores de que se extienda hasta aquí.

Como ha dicho el presidente en su alocución de anoche, la crisis de Haití solo la resuelve la comunidad internacional, no la República Dominicana, a la que le quieren prender velas en ese entierro.

Ojalá la firme postura del presidente, con el apoyo granítico del pueblo, haga despertar y reaccionar a la comunidad internacional, que ha sido timorata e irresponsable ante el llamado para evitar el naufragio de Haití.

República Dominicana no debe doblegarse frente a las presiones que quieren empujarla a intervenir directamente en la crisis, ofreciendo su territorio como la panacea a una avalancha de refugiados.

Ni tampoco debe reabrir la frontera si no se cumplen las exigencias que motivaron esta decisión de alta prioridad para la seguridad nacional.

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