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Las bregas para recibir la ayuda social

El Estado ha hecho, en los últimos años, una extraordinaria inversión en el gasto público social para aliviar la carga de pobreza y de necesidades que padecen millones de dominicanos.

En un tiempo tan excepcional como el de la pandemia del Covid, la asistencia financiera estatal contribuyó a la sostenibilidad de pequeñas y medianas empresas y a asegurar ingresos mínimos a personas en paro forzado o en la indigencia.

Estos subsidios, que también se extienden a la alimentación escolar, transporte gratuito y la concesión de becas de estudiantes pobres, han sido factores relevantes para mitigar los efectos de la inflación y de los bajos ingresos de millares de familias.

Uno de los programas más emblemáticos es el de la tarjeta Supérate.

Pese al aumento en el número de personas favorecidas, en su mayoría adultos en pobreza, los mecanismos de uso han presentado frecuentemente fallas que perjudican y exasperan a sus beneficiarios.

Ha habido episódicos períodos en que los fondos de la tarjeta no pueden ser retirados por los afiliados durante varios meses, lo que produce un efecto contrario al del favor social que procura.

Se ha procedido a cambiar los plásticos de las tarjetas para prevenir los frecuentes casos de clonación o usufructo malvado por parte de avivatos, y en este proceso se han multiplicado las agonías de quienes esperan sus recursos.

En un momento de incertidumbre por las escaladas de precios de productos de primera necesidad y de servicios elementales, en un país con niveles de desempleo y pobreza no superados, el gobierno no puede darse el lujo de fallarles a los pobres.

Esos procesos de concesión de recursos no pueden seguir estancándose a cada rato.

Es apremiante una mejor gestión de esa labor social para poner fin a las masivas filas de ancianitos pobres que acuden y rebotan de los centros designados para recibir y cobrar las ayudas, después de largas horas de sed y cansancio.