editorial
¡No podemos claudicar!
La guerra restauradora fue, en esencia, la expresión más corajuda de la voluntad del pueblo dominicano de preservar, a sangre y fuego, su independencia.
Tras proclamarse el nacimiento de la República Dominicana con el trabucazo del 27 de febrero de 1844, las fuerzas que promovían la continuidad del anexionismo siguieron conspirando para malograr aquella proeza.
Tras expulsar a los invasores haitianos, que nos sojuzgaron por dos décadas, quisieron extinguir el germen separatista bajo la fórmula de la anexión a España, que no era otra cosa que cambiarle el ropaje al tutelaje colonial.
En ese interregno incierto de 17 años, las fuerzas patrióticas nunca abandonaron el ideal de consolidar la independencia proclamada en 1844, pese a la resistencia de indignos traidores dominicanos.
Ciento sesenta años después del inicio formal de la guerra restauradora, la patria se encuentra de nuevo aguijoneada por poderes externos que pretenden infectar ese ADN separatista que nos sostiene como República libre e independiente.
Con mal disimulados esfuerzos para borrar las líneas fronterizas demarcadoras del territorio sobre el cual ejercemos la soberanía, la intención subyacente luce ser la de abrir el espacio para facilitar un desplazamiento masivo de la población haitiana hacia esta parte.
Justamente la razón principal de la lucha independentista fue la de zafarnos de la usurpación de las huestes haitianas de nuestro suelo, que fueron siempre intermitentes hasta que se produjo el trabucazo del 1844.
Esta vez, la patria no puede descuidarse frente a una solapada intención de forzarla a renunciar a sus leyes migratorias, al espíritu constitucional y a sus derechos como nación soberana, bajo un moderno tutelaje internacional que sabe premiar o castigar a los que se someten o no a sus reglas.
Políticos y gobernantes entreguistas ha habido, desde antes de la independencia y de la posterior gesta restauradora hasta nuestros días, sirviéndoles de correas de trasmisión a las presiones de los que quieren imponer tutelajes económicos, jurídicos o de otra índole para conseguir sus propósitos.
Y frente a estos, los verdaderos dominicanos tienen que gritar hoy a todo pulmón: ¡No podemos claudicar!