editorial

¡No podemos claudicar!

La guerra restauradora fue, en esencia, la expresión más corajuda de la voluntad del pueblo dominicano de preservar, a sangre y fuego, su independencia.

Tras proclamarse el nacimiento de la República Dominicana con el trabucazo del 27 de febrero de 1844, las fuerzas que promovían la continuidad del anexionismo siguieron conspirando para malograr aquella proeza.

Tras expulsar a los invasores haitianos, que nos sojuzgaron por dos décadas, quisieron extinguir el germen separatista bajo la fórmula de la anexión a España, que no era otra cosa que cambiarle el ropaje al tutelaje colonial.

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