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editorial

Un presagio ominoso

Una turba furiosa, autónoma e impulsiva, trató el jueves de derribar la puerta fronteriza de El Carrizal, Elías Piña, para exigir la entrega de un empresario haitiano, que había sido hecho preso por las autoridades dominicanas.

Varios soldados dominicanos tuvieron que formar una especie de coraza humana para evitar que la puerta cediera ante el empuje de los sublevados.

Algunos de ellos estaban encapuchados, al estilo de los que usan los de las bandas armadas que dominan distintos territorios haitianos, y solo una lluvia de disparos al aire hizo que se dispersaran.

El episodio, que reedita otros de igual o peor envergadura en ese lugar, específicamente, es otro presagio ominoso del alcance que pueden tener los frecuentes desfogues de violencia de los haitianos cuando algunos de sus compatriotas tienen fricciones con los soldados fronterizos.

En esta ocasión, la turba se aproximó desafiante ante el portón fronterizo para rescatar a un haitiano acusado de tráfico de armas y municiones, capturado en el país y entregado a las autoridades haitianas, a lo que se oponían los revoltosos.

El suceso obligó al envío urgente de un contingente de soldados de la Tercera Brigada del Ejército, desde la fortaleza de San Juan de la Maguana al lugar de los hechos, distante unos 53 kilómetros.

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Esta movilización es una muestra de la gravedad percibida por el Ejército en el intento insurgente de la turba haitiana, y resultó oportuna y efectiva.

Pero puso en evidencia que es preciso dotar a nuestras tropas de más elementos disuasorios, aparte de sus armas, como las bombas de gases lacrimógenos, para usarlas en casos que se correspondan con el nivel de las amenazas.

Porque los sucesos pudieron tomar otro sesgo, que sería más catastrófico, si para contener a la turba invasora, ya dentro del territorio, los custodios fronterizos se viesen compelidos a sofocarla a tiro limpio.

De todas maneras, la volátil situación haitiana es un caldo de cultivo para desenfrenos de este tipo o, para un imponderable más ominoso, el de las estampidas irrefrenables de los que huyen al caos o de los bandoleros que busquen refugio en nuestro país.

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